Unas monedas para…

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No tendrás unas monedas para…y antes de acabar, incluso antes de que empezara a hablar, desde que noté como se acercaba con su mirada fija en mi mirada, para retenerme por lo menos ese instante que le permitiera abrir la boca y que yo le prestara una mínima atención, la suficiente para poder mirar a otro lado como si no le hubiera visto, para ignorarle mientras me habla descontando los segundos del tiempo que no le queda. Porque ni el tiempo le pertenece, lo empeña a cobro revertido sabiendo que la mayoría de las veces sus palabras caen en saco roto. Él también ha aprendido a repetir las mismas palabras, a no cambiar apenas las comas, ni los gestos. De tanto hacerlo lo ha convertido en una liturgia. Ambos lo hemos hecho, ambos repetimos acciones mecánicas que hemos interiorizado de tanto repetirlas. Él se acerca con la mano extendida y me pide unas monedas acompañado de un “por favor…” yo educadamente le ignoro, o sin mirarle le contesto, “perdona….” Y la mayoría de las veces ni recuerdo que le digo después. El también desconecta de mis palabras al escuchar perdona y continúa, o se va por donde ha venido, sabe que no puede molestar demasiado así que no le queda otra que “perdonar…” y no insistir…

Tanta educación para alimentar la miseria, tantos formalismos para mirar a otro lado. Mientras se aleja continúo a lo que estaba, es como si formara parte de una obra de teatro que se repite en el día a día. El hace su papel y yo hago el mío. Sin embargo él se juega la vida, la que le queda, por unas monedas, por comer caliente, o echarse algo al gaznate para olvidar la última paliza, el último desplante, la penúltima humillación, o simplemente para deshacerse de esos fantasmas que revolotean alrededor de su mente como si se alimentaran de su cordura. Esos “malvados” que no sabe de dónde vienen, o que ha pasado tanto tiempo que ni recuerda las cuentas que tenía pendientes con ellos.

 

Mirar a otro lado mirando a los ojos…

 

Y es que detrás de cada “No tendrás  unas monedas para…»  se esconde una historia, hay una vida, el trazo de unas heridas que supuran sobre otras que no acaban de cerrar. Y nuestra indolencia disfrazada de esa fatua educación nos deshumaniza un poco más, como si le dijéramos, “quiero entenderte pero si te doy a ti, le tengo que dar a todos, …( como si hubiera una cola esperando) , o quien me dice a  mí que no te dé y no vuelvas a por mas, qué se os da la mano y cogéis el brazo, y claro, de bueno a tonto solo hay un paso que decía mi abuela, aunque a mi abuela no le habría gustado nada que esa expresión se utilizara para una situación así. Casi sin darme cuenta ya voy construyendo la muralla de justificaciones que me separan de su mirada, de su “perdona”, de su mano extendida. Todo porque necesito que esa sensación de culpa desaparezca. Con lo solidario que yo soy me digo mientras de mi boca sale otro “perdona…” que quiere sentir pero que hace ya tiempo que no siente nada.

Quizás porque hemos crecido con esa imagen que nos ha acompañado desde siempre. Porque creemos que forma parte del paisaje, y el paisaje no habla, no siente, no actúa y si lo hace puedo no hablarle, no sentirle, no responderle, total es paisaje, ese decorado que tenemos amortizado en la conciencia del día a día. Y la mayoría de las veces la reacción no va acompañada de nada, ni la condescendencia del “pobre hombre…” que intenta calmar que no le dé ni 10 céntimos de los cinco euros en monedas que me han devuelto, y ya de paso me pone otra que hace una tarde de la ostia, así da gusto vivir…. ¿Cuánto supone 10 o 20 cts.? Incluso aunque viniera diez veces, 10 personas diferentes. Haz las cuentas, tú que me lees mientras yo intento convencerme que si no se los doy es porque soy más de letras. Y llegados a este punto, una pregunta a modo de reflexión si no se los doy, si ni siquiera traspaso la primera puerta de su mirada ¿Cuál es el motivo?

Ya llego tarde a la manifestación del orgullo, o la de la violencia de género, o la de las personas refugiadas, o la de stop desahucios, o la de los ganaderos, o la de los mineros, o la del último ERE, o la de los sin techo, o la de su “puta madre” o la de su “puto padre”, olvidaba que llego tarde a la concentración a favor de un lenguaje inclusivo, políticamente correcto. Quizás para desahogarme un poco más le diga: “no te doy nada porque estoy en contra de las limosnas y no quiero participar en este circo de convertirte en víctima de la caridad blablablá. Quizás lo haya normalizado tanto que ni me pare a pensarlo.  Y mientras tu mano extendida ya apunta al suelo del cansancio. Por ciento,  deberías estarme agradecido, voy a manifestarme por ti.

Nota: Para que nadie se dé por aludido estoy hablando de mí. Me acaba de suceder antes de empezar a escribir este artículo.

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