Azulados

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|| por FERNANDO AUSENCIA, cofundador de Alas Ediciones||

Sabemos que hay un mundo ahí afuera que duele, que no gusta, que cada día que pasa es una rareza venida a más y las rarezas son como un cáncer de páncreas, palidecen hasta que ese tono que van tomando lo conquista todo.

Ese mundo que pide un cambio, que pide con esa timidez propia de los que asumen su situación, pero que no cesa, sin saberlo, de buscar un caballero azul que inicie un cuento nuevo. A ese mundo me refiero.

Pintando tonos de azul

Sabemos todo eso, y también sabemos que hay muchos azulados que no quieren otro color que no sea el tono que asume el cielo cuando la fiesta del verano empieza.

Y sabemos también que esos azulados quieren ser el caballero del cuento, y hacen lo posible por erradicar esa timidez que lo arrasa todo.

Esos azulados lo hacen como pueden, como saben, como se sienten ellos mismos entre los grises y las tonalidades celestes. Alguno de ellos lo hace cuando se limpia los dientes y analiza la composición de la pasta dentífrica, y escupe cabreado ante el espejo jurándose que no volverá a comprar un tubo de pasta si eso evita algún muerto en continentes y países señalados.

Los hay, azulados digo, que en el momento de la compra, se dejan la piel leyendo componentes de los alimentos básicos, buscan azúcares y sustancias adictivas, y piensan en la infancia, y se ponen serios perdiendo parte de su tiempo entre los estantes de productos alimenticios. Cambiar el mundo es también dar tu tiempo en un supermercado.

Otros, muchos, se suben a aviones de compañías de bajo coste y se pegan buenos viajes mientras twittean los motivos de las protestas que de forma más o menos frecuente los empleados de esas compañías organizan, y lo hacen mientras siguen buscando la mejor oferta para viajar a su próximo destino. Cambiar el mundo, sin duda, no es sencillo. Se miran, mientras lo hacen , los tatuajes de sus brazos, sus piernas, su pene, su vagina, pero no facilita la tarea.

Todo es posible desde cualquier motivación, por insignificante que pueda parecer. Encuentro muchos azulados animando en las pistas de atletismo a jóvenes con todo ese mundo por delante, y lo hacen convencidos del cambio a golpe de clavos y pista almohadillada. Se imaginan ese motor de cambio ante el sudor y las hormonas que empiezan a hacer de las suyas en los chiquillos, y es grandioso.

Pero hay muchos más, por ejemplo, los que se resisten a dejar de soñar despiertos, y lo hacen con la honestidad de lo cotidiano, con periodismos cercanos a unos valores que se pierden, como si ese periodismo pudiera con la metástasis que pasa de ese páncreas a otros órganos vitales. Pero asume, ese periodismo, el bisturí, aunque tiemblen las manos.

Más ejemplos, locos que saben que es posible editar literatura de otra manera que no arrase con ese mundo sino que le devuelvan lo que tantas otras forma de editar le han arrebatado, que se aparten de usureros aspirantes a la metástasis y la célula cancerosa a base de hacer caja a costa de las letras, de los autores (que parece que cada día que pasa rehúyen de su naturaleza, que no es otra que la de arrasar con lo establecido y devolver el azul del que hablamos), del propio lector, como si pasar a la historia justificase tal atrevimiento.

Pero hay muchos más, menos expuestos, que sudan la gota gorda para dejar sensibilidades añejas y reales en la masa cada vez más cortada y menos apetitosa.

Todos esos azulados buscan la manera de participar en el cuento aun sabiendo que nadie escucha los cuentos hasta el final.

Y así, podemos encontrar ejemplos sin fin, madres y padres dejando la vida por un atisbo de luz en sus hijos, todos nosotros que miramos hacia otro lado para que los políticos entreguen sus vergüenzas a otros y no nos cambien el azul por otras tonalidades perezosas.

Porque cuesta dar la cara, cuesta decirles cosas, a los otros, a los que se tatúan sin sentido cuando tatuarse significa aproximarse a la eternidad y se creen que es suficiente, a los que echan la culpa al que se lava los dientes en vez de a la industria que sonríe pícaramente, a los que solo ponen basura en las estantes de los supermercados hasta hacer imposible la dieta mediterránea, a esos que no se bajan de las cabinas de pasajeros plagadas de basura pero se apuntan el tanto con su crítica sobre la precariedad laboral, a esos que se dejan sobornar diariamente por hombres ricos para modelar la opinión de todos nosotros, cuesta también con los editores que cazan autores y les hacen pagar cantidades indignas por publicar sus obras, aunque no valgan nada.

Sabemos que hay un mundo ahí afuera que duele, pero también estamos contentos porque hay pequeños pintores que cargan con los botes de pintura, porque no queda otro remedio. Cambiar las tonalidades detestables por las azuladas consiste en esto, pringarse reconociendo las afueras.

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