La Vorágine se muda

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Reencantadores, pateadores de jaulas, liberar puertas ventanas alma luz, liberar cada trozo de hiedra anuncia lo humano no tiene límites. Irnos sin dejar un pájaro es la muerte

Quizás uno nunca conoce los lugares o  a las personas del todo, quizás siempre queda algo que no comprendes que no sabes dónde ni como ubicar y por eso cada cual reaccionamos de una manera diferente. Hay quien se siente amenazado porque necesita certidumbres, hay quien ve en ese espacio desconocido una oportunidad, hay quien mira como si fuera la mirilla de lo prohibido para un adolescente que busca de esa manera impulsiva y desordenada de quien se siente observado. Y es que la sensación de Libertad es muy difícil de encontrar. Tal vez porque nos educamos entre cadenas hasta tal punto de que ya ni las notamos en las muñecas, o en los tobillos, en el sentir, en el pensar. Y a veces pesan demasiado y no sabemos qué es lo que pasa. Buscamos la solución, a esa carga, en la tarjeta de crédito, en la compra compulsiva, en la mirada de propiedad, en el polvo a cobro revertido, o simplemente en cualquier forma de llenar un vacío que no se llena con nada.

Mientras lo hacemos pasamos el tiempo y pagamos por él el precio de toda una vida. Hay quien no se da cuenta nunca, porque vive atrapado en esa vorágine de consumo compulsivo, de lo que sea; de emociones, afectos, abrazos, relaciones, todo con tal de encajar en el molde del que nos han dicho desde niños que formamos parte, como si del útero materno se tratara. Es como si fuera un cordón umbilical por sustitución, lo interiorizamos tanto, lo sentimos tan nuestro, que ni nos cuestionamos si hay algo más con lo que llenar esa sensación de vacío, o que tal vez estemos hechos de algún vacío que otro, total sería lo más lógico, pues por algún lado hay que respirar. Por algún lado hay que dejar espacio para que corra el aire, o simplemente nada. Esa nada que nos da miedo porque nos educan, nos educamos,  en necesitar certidumbres a las que agarrarnos, respuestas antes que preguntas, que todo encaje para que no nos rompamos la cabeza, o el corazón,  demasiado.

 

La Vorágine se muda…¿y tú?

 

Y es que cuesta tanto encajar la mirada del otro que a veces la interpretamos como un disparo que nos hace saltar por los aires la tapa de los sesos. Esos tan bien ordenados, con sus líneas marcadas, con sus límites bien fijados, con sus estanterías tan ordenadas, y sus libros en escrupuloso orden alfabético;  ordenados por tamaño, edad, enfermedad, año de nacimiento, color favorito etc.. Cada quien puede encontrar la expresión de su particular fobia u obsesión. Todo preparado para que se nos olvide abrir el libro o, aún peor,  abramos solo aquellos libros escritos para darnos la razón, para reforzar nuestros argumentos, para llenar ese vacío que deja el disparo de la mirada del otro. Por eso hay quien se empeña en que únicamente exista una única y hegemónica mirada. Una que de la sensación de que no hay más, de que todo lo demás es estar ciego. Y precisamente por eso es más necesario que nunca cuidar, defender, reivindicar aquellas miradas que buscan espacio en tu iris, aquellas que miran diferente, aquellas que plantean una forma diferente de ver las cosas, de organizar las estanterías, incluso de hacer saltar por los aires las estanterías y sus órdenes tan bien ordenadas. Aquellas miradas que dudan incluso de sí mismas, o sobre todo porque dudan primero de si mismas antes de parpadear.

Dice una alumna aventajada del filósofo Erich Fromm que hoy en día se penaliza la duda, a quien lo hace, a quien se cuestiona las cosas, o no parece tener las ideas demasiado claras sobre tal o cual tema. Porque se nos exige que nos posicionemos incluso antes de saber de qué se trata, antes de escuchar al otro, de cruzarnos la mirada con él. Tal vez el miedo a sentirnos vulnerables por dudar nos lleva a refugiarnos en la dictadura de la certeza, para tener algo a lo que agarrarnos cuando ese vacío se presenta sin avisar. Y nos olvidamos de que la duda es el motor del cambio, de la evolución de la capacidad de crear, construir, de pensar, de sentir. De que si no fuera por ella ni siquiera hubiéramos abierto los ojos para preguntarnos que hay más allá de nuestras propias narices.

Tal vez una forma de vaciarnos de prejuicios sobre algo es mirarlo con la mirada del otro, de darnos esa oportunidad. A mí, por ejemplo, me gusta ver a la Vorágine a través de los ojos de quienes la visitan, la viven, la sienten. A través de las personas que la van dando forma, que la mantienen a flote para reventar horizontes de utopía paso a paso. Y así con sus miradas darme cuenta de que precisamente la diferencia, la duda, es ese pájaro que nos sobremuere. Y qué en la Vorágine encontrarás por lo menos  alguna de sus plumas.

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