María Blanchard, la mujer sin flores

Tiempo de lectura: 8 min

París 1932. Una mujer contempla la calle desde su ventana, le duele la espalda, como siempre, sus amigos de juventud, sus artistas: Angelina, Diego, Juan, se han ido o han muerto, los encargos se acumulan, la casa es un caos, pinceles, lienzos y ropa fuera de los armarios. Esa noche sus hermanas han salido, y al cerrarse la puerta  recuerda tantas otras veces que tuvo que quedarse sola en casa mientras las guapas señoritas de sociedad corrían a divertirse, ellas cisnes, María un cuervo encorvado. Ellas pretendidas, ellas prometidas, ellas casadas, ellas madres y señoras, María sola, rara, excéntrica, melancólica, buena, maligna, colérica a veces. “María sufre al verse así” la disculpaba su prima guapa ante las visitas.

Es una pintora reconocida, tiene fama y una colección de premios que confirman que es una gran artista, aunque los marchantes son los que se enriquecen. En casa de María no hay espejos, pero el reflejo de la ventana muestra un vestido viejo y una caricatura de mujer. Es infantilmente coqueta, y siente ganas de ser guapa, femenina, de lanzar por la ventana todos esos cuadros que ahora solo sirven para pagar facturas de familiares que aumentan cada día, se instalan, se van y regresan,  ha tenido incluso que negarse tajantemente a ocuparse también de su madre,  siente deseos de salir a bailar con un vestido blanco lleno de plumas, da unos pasos por el estudio revuelto, pero el cristal le devuelve una imagen patosa y ridícula. Hace tiempo que la pintura no le sirve para mantenerse viva, hace tiempo que no busca la belleza, sabe que no llegará. “Cambiaría toda mi obra por un poco de belleza”.

María Blanchard

 

Le han contado que Diego Rivera se ha casado con una mexicana pueblerina, histérica y con la espina partida en pedazos, pero en la única foto que ha visto su cara es guapa y con un cuello largo,  María huye de las fotos, de su aspecto,  pero esa Frida exhibe sus ropajes de pueblo y sus trenzas ridículas con orgullo, hasta sus ortopedias. Nunca pensó que Diego pudiera amar a una cateta que pintara como una niña. María no llora, es orgullosa y prefiere que se le doble un poco más la espalda antes de que se le vean las  lágrimas. “¿Conoces a María? Sí, la jorobada”

Nadie  pregunta nunca si está bien, conocidos y desconocidos pasan por su casa interesados, necesitan obra acabada, necesitan dinero, necesitan alguien que escuche, necesitan una clase de arte, una idea, un consejo, un poco de pan. Ella sigue pintando incansable, dolorida, la cabeza, la espalda, el alma.  Nadie se sienta a escuchar si ella está bien, qué siente, cómo fue su vida, su infancia, María tampoco lo pide, pero a veces sus arrebatos de ira sorprenden a todos y esconden la queja de tanta indiferencia, o tal vez esté algo loca, al fin y al cabo es una artista, su prima por esos mismos arrebatos pasa largas temporadas en un hogar de reposo. “María, no sólo se vive de la inteligencia y el talento” le decía Picasso. “Yo ni siquiera soy talento, Pablo, simplemente trabajo y trabajo”. Tampoco sabe venderse.

Si hubiera sido guapa, mundana, ligera, esbelta, se interesarían los periódicos, las revistas de moda, los hombres, hasta las mujeres podrían desearla, se santigua enseguida. ¡Qué pensamientos oscuros! y pide perdón por no ser buena cristiana, siempre había estado muy enfadada con Dios, en su casa tampoco le enseñaron beatería, pero en los últimos tiempos siente que el final se acerca y conversa mucho con El, que le reprende por su ira, su resentimiento oscuro, su malicia… Ha intentado meterse monja pero no se lo han permitido.

María Blanchard, vista por la ilustradora Rocío Aguilar

 

¡Si su padre la viera tan beata! Aquel hombre de pensamiento, el que la enseñó a pintar, el que le consiguió su primera beca, su primer destino al arte, su primera fé en sí misma. Fue muy feliz en Santander, a pesar de una madre indiferente, ¿es posible que  no se sintiera culpable por la deformidad de su bebé a causa de su propia torpeza?¿Otra vez la ira, María? Perdón, Señor, perdón. Así que su deformidad la volvió introvertida, melancólica, seria, y la encorvó aún más,  sobre el papel primero, más tarde sobre los botes de color, María era una gran colorista,  y en esa destreza encontró un lugar donde esconderse. Cincuenta y un años ya de su nacimiento en Santander, allí la trataron con respeto, la verdad, era como un pueblo en el que todas las familias se conocen. En Madrid, donde se formó,  sí que tuvo que valerse sola, y especialmente en Salamanca, donde consiguió una plaza de profesora de pintura y sufrió los mayores desprecios, que le llamaran bruja no le importaba, que le pasaran la lotería por la chepa era humillante pero aprendió a pasear en soledad, que se rieran de su arte no pudo superarlo, no aguantó ni un año, añoraba París, allí su aspecto pasaba algo desapercibido entre callejas de artistas, y la competencia artística y las grandes discusiones eran lo único importante en los estudios, las exposiciones y las charlas de cafés. Ya habían tenido a aquel pequeño Toulouse-Lautrec.

María Blanchard

 

En París descubrió la vida bohemia y libre, el cubismo y también el amor no correspondido por Diego Rivera, con él y con su primera mujer Angelina Beloff compartió estudio en la ciudad, mujer sensual, su antítesis en realidad, y el corazón de María tuvo que contemplar cada día las escenas de amor y de odios de la pareja, y conformarse con tener cerca al “bárbaro”, quien la describía con cariño pero sin amor:  «Era jorobada y alzaba apenas poco más de cuatro pies del suelo. Por encima de su cuerpo deforme había una hermosa cabeza. Sus manos eran, también, las más bellas manos que yo jamás haya visto». Cuando terminaron Diego se fue a Mexico y Angelina se distanció a causa de una oscura depresión, nuevamente María, que padecía el doble sufrimiento de pérdida,  fue la olvidada de esta historia, la virgen entre las pasiones ajenas,  una mujer casi hombre, incluso respetada en el mundo del arte como hombre. Vuelve a la realidad, una pareja cruza la calle, sus pasos hacen eco en la calle empedrada, nunca amó nadie a María Blanchard, nuevamente la pena le llega a la espalda y le hunde un poquito más la cabeza en el cuerpo, una bombilla se funde temblorosa y la farola se apaga.

María Blanchard, en ilustración de Rocío Aguilar

María vuelve al trabajo, los colores de esta obra repetida le recuerdan a su gran amigo Juan Gris, con él se adentró en el mundo del cubismo, hasta llegar a considerarse la mejor cubistas solo superada por Picasso, especialmente por su uso del color, sin embargo es Juan Gris el que trasciende y muchos de los cuadros de María, a su muerte, se le atribuyen a él, borrándoles la firma descaradamente para venderlos con facilidad.

Pero aquel círculo ya se cerró,  ahora pinta la soledad. Tose, mancha de sangre el pañuelo, sabe que le queda poco,  la muerte del último amigo, los gastos de la familia, la pérdida de su libertad y los dolores aumentan, está enferma y cansada, aprieta con la mano el rosario en el bolsillo, y se sigue escapando a cualquier iglesia en cuanto el aliento se lo permite, también a los museos,  pero María se consume,  se ha ido haciendo cargo de hermanas, cuñados y sobrinos,  sorprendida de que nadie repare en su estado y agotamiento, pero a veces aún tiene unas monedas para los pobres, una cama para los jóvenes artistas, es su última forma de hacer lo que le da la gana.

María sabe que será olvidada y nunca contará con reconocimientos,  porque a la memoria le gustan las fotos de mujeres guapas con frases poderosas, le gustan los discursos feministas en papel sepia, le gustan las escritoras de monstruos de Frankenstein,  le gustan los suicidios con canción. María Blanchard sabe que le falta el atractivo femenino, porque no fue musa, amante o esposa, porque en su biografía no se citan más que un puñado de artistas hombres amigos,  claro, cruzándose entre callejas parisinas, porque su orgullo e inteligencia realista le han impedido  siempre escribir largas cartas de enamorada, y tampoco las ha recibido jamás.

Murió un 5 de abril de 1932,  y fue enterrada sin mucha ceremonia y en un lugar casi escondido en el cementerio de Bagneux de Paris. Le acompañaron pocos familiares, pocos amigos y unos pocos mendigos agradecidos. Dicen que sus últimas palabras fueron “Si vivo voy a pintar muchas flores”, dicen que esta mujer cuervo siempre tuvo ganas de color, hasta en sus feos vestidos estampados de cuadros amarillos,  no sabemos lo que  dijo, ni quien estaba a su lado para reproducirlo, nadie la escuchó nunca atentamente, pero debieron responderle: “María, si mueres,vas a tener pocas flores”.

María Blanchard

 

 

 

 

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11 Comentarios

  • Nerea Moreno Herranz
    10 de diciembre de 2018

    Muchas gracias por esta visión de María Blanchard, lleno de belleza y de comprensión hacia esta mujer tan enorme y desconocida en lo íntimo. Me ha encantado el ejercicio de meterte en su mundo emocional. En la Escuela de Teatro de Las Rozas, en Madrid, estamos preparando un trabajo con los alumnos sobre María Blanchard. Les remitiré tu escrito.
    Gracias de nuevo

    • Rocio Aguilar
      FRIA AGUILAR
      11 de diciembre de 2018

      Muchas gracias, ese es el fin, que se la conozca, porque estuvo muy sola!

  • Fernando Diaz
    10 de diciembre de 2018

    Hermoso escrito.
    (sus restos están en el cementerio de Bagneux, París. Espacio 88, fila quinta, tumba segunda).

    • Rocio Aguilar
      FRIA AGUILAR
      11 de diciembre de 2018

      Graciaaas, yo creo que ella hubiera querido estar allí enterrada, en «su tierra».

  • Enrique Blanchard
    11 de diciembre de 2018

    Me ha emocionado este retrato de Maria. Gracias

    • Rocio Aguilar
      FRIA AGUILAR
      11 de diciembre de 2018

      La familia Blanchard tenía gran relevancia en la ciudad en aquellos días, y por lo que sé fueron muy discretos en su trato con Maria Blanchard, que decidió finalmente quedarse con el apellido francés. Creo que no heredaron ni un cuadro, y tampoco pidieron nada nunca a la pintora en vida.

  • Fernando Díaz
    12 de diciembre de 2018

    Con todo el respeto hacia los Blanchard, la parte relevante de la familia era la de su padre, los Gutiérrez-Cueto.
    Relevante en cuanto a que fue el tronco común en el que destacaron importantes periodistas -sobre todo- (Cástor y Enrique Gtrrez.-C), además de algún que otro insigne marino (Fernando Gtrrez.-C), escritor (Domingo G-C, “Mingo Revulgo”), pedagoga (Aurelia G-C), política, escritora y folclorista (Matilde de la Torre G-C), maestra y traductora (Consuelo Berges), música (Ana G-C) y pintores (Antonio Quirós G-C y la propia María G-C Blanchard) entre otros.

    Por cierto, María dejó de usar su primer apellido (Gutiérrez) por la dificultad de pronunciarlo en Francia, según ella mismo decía: “lo tiré al Sena”.

  • Fernando Díaz
    13 de diciembre de 2018

    No era mi intención, como decía, desmerecer a los Blanchard, ni mucho menos, pero es lógico que no hayan tenido el mismo tratamiento que los Gutiérrez-Cueto. Aunque seguro que merecen más reconocimiento del recibido, no lo dudo.
    De hecho, ni siquiera los G.-C. lo han tenido. Una familia tan amplia y tan brillante, con la particularidad positiva y tan rara, de compartir un ambiente tan abierto y estimulante en lo intelectual y lo artístico, especialmente en una tierra tan conservadora y tan poco dada a la iniciativa como ésta.
    Otra originalidad teniendo en cuenta la época es haber tenido como centro una zona rural: Ucieda (y alrededores).

    Rescatar del olvido o la indiferencia (y como se dice ahora: poner en valor) a una saga como ésta, sin ir más lejos, tendría que ser una obligación para las instituciones culturales de Cantabria. No basta con poner el nombre a una calle o un pabellón deportivo, tampoco reducir el cantabrismo únicamente a folclore, se trata de recordar e integrar en el presente a personajes que tendrían que ser referencia positiva, precisamente de lo que tanto estamos hoy necesitados …

    (En el abandono del “Gutiérrez”, seguramente hubo también motivaciones personales como dices, no es excluyente, pero mi versión es de ´primera mano´: me lo dijo alguien a quien ella misma se lo contó).

  • Rocio Aguilar
    FRIA AGUILAR
    16 de diciembre de 2018

    Me encantará tomar un café y que me cuentes cosas. Friaaguilar@gmail.com. Gracias!

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