El PIN es el dedo, por Marcos Ordás

Tiempo de lectura: 4 min

||por MARCOS ORDÁS, del PARTIDO LIBERTARIO en Cantabria||

Nadie necesita que otro le enseñe la Luna para mirarla, está ahí, brillando en el cielo sobre un fondo bruno, sólo hay que orientar el cuello. Sin embargo, si alguien lo apunta se corre el peligro de quedarse mirando el dedo.

Una vez más, los medios bailan al son marcado por los Ivanes, terribles ellos, uno en la sombra y el otro bajo el foco.

El segundo, de verbo ágil y siempre dispuesto, disparó un PIN, pam, pum desde la Murcia donde su ideología, o parte de ella, lleva gobernando la educación desde que las competencias se transfirieron allá en los 90 con el Gobierno de Aznar. Es decir, donde no les sería necesario recargar a sus correligionarios con PINes. Sin embargo saben que cuando mejor pescan es con las aguas revueltas y sus socios mojándose, o necesitando mojarse, porque suelen calarse hasta los huesos.

Por su parte, el consigliere de cabecera más conocido de este país gusta de mullir la actualidad periodística con polémicas sobrevenidas y amplificarlas en una escena tan convenientemente polarizada desde hace años que las mechas se encienden sin pólvora.

Largo se le debería de estar haciendo tener varios días en el disparadero a quien se sentara amistosamente con un ufano interlocutor regodeándose en su red de chantaje y, en lugar de censurarle primero y denunciarle después como fiscal que era y es, le aplaudiese las gracias.

Tal bagaje, sumado a su obvia parcialidad para quien ha sido ministra y diputada al servicio de una formación política, resultaba insultante para cualquiera que entienda que es una piedra más para minar nuestra mejorable separación de poderes en la que tendría que basarse toda democracia liberal.

El incendio en la judicatura era importante y había que apagarlo. Así lanzó el estratega a la anterior portavoz del gobierno a saltar sobre el PIN de la forma más polémica: diciendo la obviedad de que los hijos no pertenecen a los padres, queriendo asemejar pertenencia con propiedad y dando a entender que el Estado si gozaba de tal pertenencia, aunque, claro, ahí ya no se referirían a propiedad, espero. Ya habían conseguido encender las antorchas sin solución de continuidad.

Llegados a este punto de escalada dialéctica todos se fijaron en el PIN, una medida anunciada en campaña electoral para evitar únicamente la formación de los hijos en ideología de género, y se ha confundido con una herramienta para dar más libertad a los padres.

¿Podría llegar a serlo? Sin duda, pero no como ha sido planteado. Una vez más, los socios preferentes de los pineros se vieron en la necesidad de intentar hacer suyo el discurso que les sonaba tan bien, sin acordarse de que fueron ellos mismos los que quitaron peso a los padres en los Consejos Escolares con la reforma de la LOMCE, donde pasaron de poder “aprobar y evaluar” a meramente “evaluar” el proyecto escolar y el programa del centro.

Con el lío ya en capilla, pocos han movido el cuello para mirar a la Luna y plantear el debate real: si la educación debe o no estar controlada por el Estado, esto es, por los políticos de turno.

Si cuando gobiernan unos los contrarios ponen el grito en el cielo por cualquier reforma de la educación, y viceversa, ¿por qué entendemos que los nuestros son los buenos y altruistas ideológicos que tienen siempre razón mientras los otros son una banda de ignorantes que sólo quieren hundir a los que no les votaron?

Por supuesto que los padres deben tener capacidad de elección sobre la educación de sus hijos, como tutores legales y los más desinteresados en conseguir su mayor bienestar posible. Y por supuesto que quienes deben programar los contenidos y los métodos de aprendizaje son los profesionales de cada centro para ofrecer la mejor y más eficiente educación. El Estado no pinta nada en ambas partes.

La Luna es entender que lo público no es sacrosanto por el hecho de serlo, y sí lo es ayudar a quien no puede valerse por si mismo. Y eso, en Educación, se llama cheque escolar. El Estado no está para meterse en las casas y mentes ajenas, ya que todo Estado tiene Gobiernos cambiantes y ninguno puede saber lo que es mejor para cada individuo y, sobretodo, porque no asume la responsabilidad de las consecuencias reales cuando se equivoca al elegir por cada uno, sino que lo hace este último.”

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1 Comentario

  • jorge cieza
    21 de enero de 2020

    No me ha quedado claro, después de su cuestión clave:
    ‘el debate real: si la educación debe o no estar controlada por el Estado, esto es, por los políticos de turno.’
    Si la educación no la organiza, y controla, el Estado, sus diferentes escalones adminitrativos, ¿quién debe hacerlo?
    Gracias

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