CoronaVida

Tiempo de lectura: 4 min

Durante las últimas semanas en Italia y Francia ha aumentado la venta de “la Peste” la novela de Albert Camus basada en la epidemia de cólera que sufrió la ciudad argelina de Orán  durante 1849  tras la brutal colonización francesa.

Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer  en las plagas cuando las ve uno caer sobre sus cabezas. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas” (pág 20)

Cuenta la historia de cómo un grupo de personas descubre el significado de la solidaridad  en  una ciudad aislada del mundo a causa de la epidemia. Una historia donde el paisaje es el ser humano, su naturaleza, mostrándonos hasta qué punto somos capaces de responder a la llamada de los valores  en la que nos hemos educado, de cómo reaccionamos cuando el miedo se hace presente y nos volvemos conscientes de la fragilidad de nuestras vidas y de la falsa seguridad y certidumbres en las que vivimos instalados para no mirar el vacío, que solo un paso más allá, se presenta ante nosotros. Un vacío que siempre ha estado ahí, pero que, para no verlo, hemos construido  muros y velos  de todo tipo. (Y es que es normal que nos asuste morir o perder a seres queridos).

Cuando estos muros y velos caen vemos por un lado los zurcidos de hipocresía e irracionalidad que los tejían y por otro la naturaleza de las personas que se rebelan contra situaciones injustas. Y es injusto, todo lo que nos arrebata la vida lo es, pero bajo el manto de esa injusticia vemos, como nos dice la novela, que la injusticia no es igual para todos, y que demasiadas veces lo es más con quienes menos tienen:

“Las familias de pobres se encontraban, así en una situación muy penosa mientras las familias ricas no carecía de casi nada” (pág 117).

Desde mi ventana adivino lo que puedes estar viendo desde la tuya: las calles están vacías, no hay ratas como en la novela de Camí, es otra la amenaza, son otros los protagonistas, cada uno de nosotros en mayor o menor medida, ni siquiera sabemos si aguanta o no la comparación. Pero hay lugares comunes donde nos encontramos con quienes nunca pensábamos hacerlo; el miedo es la plaza pública por la que nos paseamos, la incertidumbre, la dificultad de cogerle la medida a lo que está ocurriendo, nos interroga a cada uno desde su trinchera particular. Cuando algo sucede por primera vez es complicado cogerle la medida:

Cuando estalla una guerra las gentes se dicen: Esto no puede durar, es demasiado estúpido. Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida pero eso no impide que dure”.

Cada uno reacciona desde su trinchera, desde ahí construye su alegato, pero quizás lo interesante es cuando nos encontramos en ese lugar común. Qué hacemos cuando salimos de nuestra trinchera y nos encontramos unos con otras. En ese espacio hay situaciones donde los límites se desdibujan, donde las distancias se difuminan, donde la forma de ver el mundo deja un boquete para verlo de otra manera.

La medida de lo importante es otra, la medida de lo necesario cambia, de los afectos, las prioridades, de lo que necesitas, de lo que realmente vales. Y el valor adquiere un significado nuevo o lo recupera, los gestos marcan la diferencia, cada gesto. Una nota a la entrada del portal en la que una joven se ofrece a hacerle la compra de forma desinteresada a sus vecinos más ancianos o que están en situación de riesgo, una médica, cajera, reponedor,  la enfermera, o trabajadora de la limpieza, que doblan turno, un cuidador, el camionero que lleva lo que producen ganadores, agricultores y pescadores. Un policía que se niega a coger la baja pese a formar parte de la población de riesgo, porque sienten que tienen un deber con la sociedad, que si ellos no están no hay nadie detrás que responda.

El valor de la responsabilidad compartida para arrimar el codo, porque no hace falta tocarse para sentir el apoyo, porque estar aislado no significa estar solo.

Por eso, y como siempre, imagino, depende de dónde te toque, es complicado cogerle la medida a la vida, a la propia y quizás más a la de los demás. Salir de la trinchera es un primer paso, no el único pero imprescindible. Y al hacerlo ver a quienes ya estaban allí, a quienes acaban de llegar contigo, a quienes ni siquiera tienen una trinchera y quedaron a la intemperie. El miedo nos da la oportunidad de quitarnos capas y capas y ver que hay debajo y a partir de ahí actuar. Aunque hacerlo signifique quedarse en casa sin salir para que otros puedan ser atendidos y cuidados en un hospital. Y así poco a poco ir cogiéndole la medida a todo esto, si es que algo así es posible. Porque de la mano del miedo siempre viene la Esperanza, para que el único virus que se propague sea el del CoronaVida.

  • Este espacio es para opinar sobre las noticias y artículos de El Faradio, para comentar, enriquecer y aportar claves para su análisis.
  • No es un espacio para el insulto y la confrontación.
  • El espacio y el tiempo de nuestros lectores son limitados. Respetáis a todos si tratáis de ser concisos y directos.
  • No es el lugar desde donde difundir publicidad ni noticias. Si tienes una historia o rumor que quieras que contrastemos, contacta con el autor de las informaciones por Twitter o envíanos un correo a info@emmedios.com, y nosotros lo verificaremos para poder publicarlo.