Paterson: el confinamiento de la rutina

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Hace unos días leí la última publicación poética de Mariano Calvo Haya, “La madera que arde”. Este periódico publicó el comentario que escribí de mi lectura. Forma parte del libro un poema, bajo el título de “Visión personal de una película de Jim Jarmusch”. La película es “Paterson”. En su poema, Mariano evoca al boxeador Rubin Carter, cantado por Bob Dylan y Allen Ginsberg, el poeta de “El Aullido”, nacidos en la ciudad de Paterson, además de a Gaetano Bresci, fundador del periódico anarquista “La Questione soziale”, editado en Paterson. Golpes al aire y “palabras en el agua”.

La misma noche del día en que terminé la lectura del poemario, vi “Paterson”, la película. Si escribí un comentario al libro de Mariano, como lector, ahora lo voy a hacer, como espectador con la película de Jim Jarmusch. Sin duda influenciado por el tiempo, que estamos viviendo, y sus circunstancias. En Paterson, además de los personajes recordados por el poeta, nacieron también el guitarrista de Jazz John Pizzarelli; Frwderck Reines, Premio Nobel de Física; la actriz Mindy Sherling, y el actor cómico Lou Castello. Entre otros personajes.

Desde la aparición de la película de Jim Jarmusch, otro nombre se suma a la lista de personajes relevantes, que nacieron en Paterson: el que protagoniza el actor Adam Driver, por nombre Paterson, como la ciudad en la que vive un confinamiento existencial, sin estado de alarma promulgado.

El director presenta la ciudad y a su ciudadano confinados en su propio nombre, que se dice en las conversaciones, y se escribe en las paredes, por si así pudieran salir de su encierro.

A la ciudad la hicieron conocida sus celebridades. El personaje de la película, que repite y repite sus pasos por la ciudad, aspira a poco más que a una salida lo menos insatisfactoria posible a la inercia vital de una rutina, que vive callada y resignadamente, con movimientos tan repetidos, que le deben de hacer sentir que no se mueve.

Trabaja como conductor de un autobús urbano. En él vive retazos de la vida exterior a través de las vicisitudes que se cuentan los pasajeros y que él escucha, mientras conduce, y que le sacan una sonrisa o un leve gesto de incredulidad, como si formara parte de ellas, pero ero la más eficaz válvula de escape al confinamiento, al que le somete su rutina, lo tiene en la sencilla poesía, que escribe al comienzo de la jornada laboral, el cuaderno sobre el volante, con la ilusión de que el recorrido, el mismo cada día, fuera cada día distinto. No espera llegar a ser un poeta famoso, su poesía es de la vida cotidiana, para hacer más llevadera la rutina. Un espíritu inquieto en un cuerpo sedentario en el sofá de su casa, en el asiento del conductor, y en siempre las mismas calles de la ciudad de su nombre, para ir al trabajo. Y el asueto de una caña de cerveza, al atardecer, aprovechando que hay que sacar al perro, privilegio de los confinados con mascota.

Paterson vive en Paterson con su mujer, también confinada en la rutina del pequeño espacio del domicilio compartido. A falta de oficio en exterior, prodiga cambios en los escasos muebles, en las únicas cortinas, en las imprescindibles paredes, en su exiguo fondo de armario. Los transforma mediante dibujos geométricos, siempre pintados en un simbólico blanco y negro. Es actividad confinada como la de quienes, en este tiempo, limpian la casa a fondo u ordena sus papales y sus libros. Pero con un toque artístico, que se le queda corto. Es de espíritu más extrovertido, que el de su marido, y se propone practicar con la guitarra, que no tiene, pero que adquiere por compra on line, y que decora geométricamente en blanco y negro.

Él lee sus versos a ella; ella canta sus composiciones a él. Ellos han abierto una ventana, en clave artística, a sus espíritus confinados en la rutina de cada día. Una ventana con vistas a ellos mismos. Palabras musicales, las de él; las se ella, música con palabras. Sin necesidad de balcones ajenos.

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