Intifada por la vida

Ha fallecido la periodista Ana Alba, en Barcelona, a los 48 años. Referencia del reporterismo en España, acababa de recibir el Premio Julio Anguita Parrado y finalizaba su último documental, 'Condenadas en Gaza', sobre las mujeres palestinas con cáncer
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Ha fallecido Ana Alba, periodista de referencia, corresponsal en Jerusalén del Periódico de Catalunya y, en los últimos meses, también de la Cadena SER. Ha trabajado para agencias internacionales, en el conflicto de Israel y Palestina, pero antes de eso en los Balcanes, en la posguerra de Bosnia, en la guerra de Kosovo, o en la caída de Sadam Hussein en Irak; fue finalista del prestigioso premio Cirilo Rodríguez y ganó el último premio Julio Anguita Parrado, que no llegará a recoger por el maldito coronavirus y la emergencia sanitaria que hace tanto más horrible su pérdida, por el maldito cáncer.

Casi no voy a hablar de su trabajo, porque supongo que a estas horas la profesión le habrá rendido el tributo que se merece. Esa parte se la dejamos a los colegas de su raza, a Gervasio Sánchez (uno de sus maestros), Mikel Ayestarán, Yolanda Álvarez, Ramón Lobo, Beatriz Lecumberri… Ana estaba ahí, con los mejores. Top, top.

No sé cuánto interés puede tener, pero vengo a hablar de mi conexión personal con Ana, y de lo tremendamente injusto que me parece que se apague tan joven y con tanta vitalidad como ha tenido, hasta el último suspiro mandando crónicas desde la habitación del hospital.

Hoy vuelvo a sentir esa impotencia ante la que, después de maldecir el destino, no nos queda otra que rebelarnos y vivir. Una intifada como las que tuvo que cubrir, pero por la vida. Y, como me dijo un tío mío cuando perdí a mi madre, demasiado joven también, en el recuerdo está la inmortalidad.

La doble condena del bloqueo israelí a mujeres de Gaza con cáncer

Sentía muy cerca a Ana, mucho antes de mi admiración por su trabajo. Su tía, Teresa, que no tiene descendencia, es mi madrina y la suya. Así que Ana y yo éramos algo así como ‘primados’, al compartir la condición de ahijados. Teresa es íntima amiga de mis padres, de los muchos años que vivieron en Barcelona, donde nací. Mi madre trabajó con ella de secretaria en el despacho de abogados laboralistas. Muchas veces he pensado que en aquella etapa final del franquismo ellos combatían la injusticia, y que Ana y los de su raza han seguido haciendo lo mismo desde el periodismo.

Mi madrina está viajando hoy desde Palma de Mallorca, donde reside, a Barcelona. En esa isla conocí a Ana, en la casa de Teresa y Joan en el Camí de Es Fangar, un remanso de paz en el piedemonte de la Sierra de Tramuntana. Y aquel verano estaba con unos jóvenes amigos bosnios que había conocido durante su voluntariado en Sarajevo, en plena desintegración de Yugoslavia, en un programa de acogida en el que Barcelona se volcó con la capital bosnioherzegovina. Recuerdo su elegancia mediterránea, una mujer simpática, que sonreía con los ojos: amable, cariñosa, atenta…

Ana es, de lo que he podido conocer, el mejor ejemplo de que un buen periodista tiene que ser buena persona, que diría el maestro Kapuściński. Hoy mismo, hablando de lo “puta mierda” que es todo esto con la madrina de mi hijo pequeño, me decía que para ser buen lo que sea, para ser buen profesional, hay que ser buena persona. Si es así, que lo creo, Ana era excelente, brillante.

A los 15 años estuve una semana con mi mejor amigo en la casa de mi madrina en Barcelona, una ciudad tan especial para mí, pero de la que me he ido alejando según he ido echando todas las raíces en Cantabria. Dentro del programa de actividades que nos organizó Teresa, Ana y su hermana pequeña, Amaya, nos llevaron una noche a un concierto de Youssou Ndour en el Pueblo Español. Tengo un gran recuerdo. Ana me sacaba 8 años, pero ya trataba de igual a igual.

Desde que me decidí por el periodismo mi madrina Teresa nos tiene en una foto, juntos, con el título de “los periodistas”. Durante un tiempo estuve en la senda de sus pasos, en las posguerras de Kosovo o Sierra Leona, pero me fui por otros derroteros más locales. Un camino que Ana siempre ha respetado mucho, de ese respeto autorizado que reconforta tanto cuando piensas que, comparado con Palestina, lo que estás cubriendo aquí son otras peleas más livianas. Que lo piensa uno, pero no ella.

La hemos entrevistado varias veces en El Faradio. Al hilo del libro ‘Genealogía feminista palestina. Historias de mujeres desde la diversidad’, que presentaba en Bilbao, se acercó a Santander a ver a un amigo en común: casualidades de la vida, en ese mundo de periodistas y cooperantes de Jerusalén, Ana conoció a José Carlos Ceballos, de la Coordinadora de ONGs y Asamblea de Cooperación por la Paz. Y los dos estuvieron en casa comiendo para vernos, tantos años después, y conocer a mi hija mayor, Olivia, que tenía dos semanas. La cogió en brazos, la tuvo en su regazo un buen rato. Estuvieron muy a gusto.

Antes de aquello Ana había sido el enlace con la redacción de Internacional de El Periódico, que nos atendieron para la radio para hablar sobre la liberación del reportero Marc Marginedas, que había estado secuestrado en Siria. Y después, más recientemente, la hemos entrevistado sobre el crowdfunding del documental que dirigía junto a Beatriz Lecumberri – Cadena SER- sobre la doble condena de ser mujer y padecer un cáncer en Gaza.

La doble condena de las mujeres de Gaza y la doble injusticia que marcó los últimos años de Ana: en el trabajo cubriendo el sufrimiento de los palestinos, en la vida sufriendo el cáncer.

Como le pasó a mi madre con la reforma de casa, Ana ha podido ver el esqueleto del trabajo, muy avanzado, aunque no terminado. Tampoco lo podrá presentar en Santander, como quería José Carlos, como nos hubiera gustado a todos para reencontrarnos. Tampoco podrá recoger el Julio Anguita Parrado – se canceló por el coronavirus. Es injusto.

La semana pasada hablé con ella por última vez, antes de que volviera a ingresar. Me dijo que estaba muy débil. No quise llamar, no quise molestar. Ayer grabé un audio que era más para mí que para ella, y que obviamente no llegué a enviar.

Lo acabo de volver a escuchar. Le mandaba fuerza para no sé qué, supongo que para morir, que es algo que supongo que me aterra; o tal vez la fuerza que necesitamos aquí para superar su pérdida; le contaba que estas semanas de confinamiento, que han sido una tortura para ella, nos han dado la oportunidad de vivir más junto a nuestros hijos. Y le decía, en definitiva, que la queremos mucho. Como de la familia.

Nos parece muy injusto que se vaya y lo sentimos inmensamente. Con profundo dolor, muy sincero, nuestro pésame a su madre, Ana, su hermana Amaya, sus sobrinas, Aitana y Daniela; a Teresa y Joan; a José Carlos y a todos los que convivieron con ella en Jerusalén. Os abrazamos.

Te recordaremos y serás inmortal. Intifada por la vida. Gracias Ana.

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