La madriguera XLIII: «Aquella tarde de caceroladas»

Tiempo de lectura: 2 min

AQUELLA TARDE DE CACEROLADAS

L. Ramón G. del Pomar

 

Aquellos pronombres con tilde

que escupió la  tarde,

mientras mamá volvía la boca hacia adentro

como si huyera de las palabras.

Aquellos quejidos

que recogía el aire

para estrellarlos

contra un amor desterrado.

Aquella tarde…

Aquella tarde…

Aquella tarde…

A cuento de qué la existencia

me dejó sin ejemplos para responderme.

¿Y ahora?

¿Quién soy yo para odiar?

¿Quién soy yo para amar?

¿Quién soy para decir Yo?

Desde aquella tarde

me siento el soldado que pela patatas

en un cuartel olvidado,

forzado a una guerra sin himnos,

donde soy el único vivo

y el único muerto.

La verdad no es buena,

en ella no se pueden

esconder las lágrimas.

Tampoco sedarlas.

Ni secarlas.

Si al menos mi madre

me hubiera dicho lo que es el alma.

No tuvo tiempo.

El de los pronombres con tilde,

dicen que se llamaba mi padre,

se abalanzó sobre ella

y como bestia asesina

la arrebató de mi suerte.

Tras ello…

Por eso puedo opinar…

Sé lo que es vestirse de niño desnudo.

Cuán doloroso queda el camino

hacia la felicidad del abandono.

Hasta aquella tarde…

¿Acaso la vida no era mejor opción que la eternidad?

El principio del fin fue apenas un ligero dolor,

detrás vino la tristeza de sus ojos que me miraron.

Aquella tarde quedé registrado para mi desconsuelo

y para las estadísticas de la memoria social.

Aunque, desde antes de aquella tarde,

ya desde que mamá volvía la boca hacia afuera

para decir “mama mi niño, mama,” soy una víctima más.

Desde que nací soy una víctima más.

Pero, aquella tarde que un mal hombre me hizo huérfano…

¡Aquella tarde asesina!

Aquella tarde.

 

Imagen cedida para «La madriguera» por su autor  L. Ramón G. del Pomar

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