Tres mitos en uno

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TEATRO.
“La fuga. Una etapa con Pantani”, de Isaac Cuende
Cía. Rita Cofiño Producciones Escénicas
Palacio de Festivales de Santander. 27 de junio de 2020

“El Diván del Poeta desde las trincheras”, “La cultura contraataca”, son los epígrafes, con los que se han presentado eventos culturales, el primero a lo largo del estado de alarma, y el segundo tras su suspensión, “…Desde las trincheras”, “…contraataca”, me llama la atención la elección de términos con connotaciones bélicas.

Como quiera que seas, he tenido la suerte de haber sido invitado a participar en El Diván del Poeta, desde casa, que es espacio de paz y libertad, así como a participar de la vuelta de la cultura a sus lugares propios, desde el patio de butacas -que no es campo de batalla- de la sala Pereda del Palacio de Festivales, de Santander, el pasado día 27 de junio, a las 20:30 horas.

En ese espacio teatral, ese día y a esa hora, se abrió el escenario para que la Cía. Rita Cofiño Producciones Escénicas ofreciera al público la obra “La fuga. Una etapa con Pantani”, del poeta, dramaturgo y director de escena cántabro, Isaac Cuende. Incluida en un programa que contiene, además de teatro, música y danza, con “La fuga…” se dio continuidad al parón infligido, también, a la cultura.

La obra de Cuende, no estrenada hasta ahora, no es que gire en torno a, sino que se centra en la figura del ciclista italiano Marco Pantani, como declara el subtítulo. Una persona, devenida personaje, cuya personalidad sobre la bicicleta, su peripecia vital, y su muerte en la habitación de un hotel de Rimini, elevó la anécdota existencial a la categoría de mito. Su muerte, en 2003, se cerró como suicidio por sobredosis de droga, después de que su vida hubiera quedado marcada por una acusación de dopaje, que consideró injusta, con perjuicio para su carrera deportiva. Cuende, que escribió la obra en 2014, murió antes de que el “camello”, que suministraba la droga al ciclista, declarara, hace un año, que Pantani fue asesinado, lo que agrandó la ya asignada condición de mito.

La obra de Cuende contribuye a engrandecer y embellecer el mito, por las vías de la concienciación y la sensibilización, poniendo a su lado dos mitos de otras tantas índoles: la artística de Charlie Parker, el más grande saxofonista de Jazz, genio de la improvisación, como Pantani a los pedales. Y la revolucionaria del Che Guevara, adalid de las causas personales y sociales justas, modelo para quien se sintió víctima de la injusticia…Dos drogas, tan duras, como humanizadoras.

Con estos elementos, Rita Cofiño ha compuesto una función, en la que la estética se compadece con la ética, en el que desde la épica del deportista -aquí Charlie Parker-se denuncia las malas artes de los que de ella se aprovechan -aquí el Che Guevara-, especialmente desde el momento, en el que firmas comerciales controlan las competiciones con su dinero, exigiendo al deportista el máximo rendimiento, no importa a costa de qué costo, pues serán ellos, los deportistas, quienes paguen los excesos, sin haberlos cometido, como Pantani.

Ética y estética: Charlie Parker, y otros virtuosos del Jazz trazan pentagramas en la carretera, por la que a su son vuela la bicicleta de Pantani; el Che Guevara le recuerda que “es bueno ser el mejor, pero que no es malo estar entre los mejores”. Rita Cofiño y su equipo proyectan músicas y palabras al fondo del escenario, convirtiendo la representación en un atractivo espectáculo vibrante, que agrada a los sentidos, despierta la sensibilidad y pone en guardia la conciencia. Según criterio de este espectador, “La fuga…” conforma un espectáculo, tan humanista como crítico, crítico por humanista.

Un escenario casi despojado, reducido su contenido a lo esencial: un banco de vestuario, un atuendo de ciclista, incluido el pañuelo, con el que Pantani cubría su cabeza monda y lironda, y que le valió el sobrenombre de “El Pirata”. Y en medio del escenario, una bicicleta, a la que se sube Pantani, bajo la apariencia de un actor, Juan Sanz.

Un actor que pedalea durante 60 minutos. Un actor, que encarna a Pantani, no en las etapas de montaña, que le dieron fama, sino en la etapa, con la que ganó el Tour de Francia, el mismo año, en que triunfó en el Giro de Italia, hazaña inédita, que le situó como mejor entre los mejores. Un actor que pedalea y pedalea y ve como se van quedando atrás sus perseguidores, como se muestra a su espalda, en proyecciones, que alternan notas musicales sobre el asfalto con la figura del Che, de cuya oportunidad y precisión es responsable Pancho V. Saro, mando único del equipo técnico, que ajusta con exactitud luces y sonidos, imágenes y palabras.

Un actor, que pedalea en silencio durante buena parte de la representación. Cuando habla, lo hace con un interlocutor en la distancia, su manager, que le informa de las incidencias de la etapa y atiende las peticiones energizantes del ciclista -Charlie Parker y el Che Guevara-, y que tiene mucho de compadreo, y de la seguridad de quien sabe lo que quiere y lo que puede, sin confundir los medios con los fines.

Un manager, que solo es voz en off, la del actor Sandro Cordero, en una colaboración decisiva, que sabe provocar la expresión del talante y los sentimientos del ciclista, en la voz del actor sobre la bicicleta, sin dejar de pedalear. Un actor, que hace un alarde resistencia física, sin que el esfuerzo le suponga un decir, ni siquiera ligeramente alterado en los tonos que cada alocución precisa, sea una queja, un insulto o una maldición. Un actor que hace un trabajo soberbio.

Al trío de mitos, reunidos en uno, cabe añadir a tres personas distintas, Isaac Cuende, autor, Rita Cofiño, directora y Juan Sanz, actor, y una sola obra verdadera: “La fuga. Una etapa con Pantani”, Sandro Cordero y Pancho V. Saro mediantes, con la que la cultura se ha puesto en marcha de nuevo, también en lo que al teatro se refiere.
(f.ll.)

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