Luces y sombras

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Una obra de arte, no importa en que expresión, debe contener un qué, salvo incurrir en un esteticismo vacío, pero lo que la define como tal es el cómo y el tono, Un mismo tema puede ser presentado con una estética u otra, y transmitido en una clave u otra.

Valgan estas obviedades para comentar una obra de arte escénica, “Crónicas de días enteros, de noches enteras”, del dramaturgo y director de teatro y cine, el francés Xavier Durringer, de las que la directora cántabra de teatro Blanca del Barrio, de Escena Miriñaque, ha adaptado a la escena algunas de ellas, y que yo he tenido la oportunidad de asistir a su representación, en la noche del día 23 de octubre, en el Teatro Concha Espina, de Torrelavega.

Las “Crónicas….” es un conjunto de textos discontinuos, que tienen de común el tratar sobre los muchos y muy diversos momentos y situaciones, por los que transitan, externa e íntimamente, la vida de los seres humanos, en su condición de tales. Blanca del Barrio ha elegido y ha articulado una función con un hilo conductor, por el que se suceden las luces de las conciencias vigilantes y las sombras de los sentimientos dolidos, siendo así que la lucidez del día apenas ilumina la negrura del insomnio, y la opacidad de la noche sí enturbia la actividad de la vida cotidiana.

Ello da lugar a unas “Crónicas….” en clave dramática.

El tema es en entramado de conflictos emocionales, que generan Las relaciones humanas, principalmente en el terreno amoroso: inseguridad, celos, sueños rotos, expectativas frustradas, acusaciones, desconfianzas…, sin excluir la violencia, cuando hace aparición el componente machista. El qué, pues, es grave, y el elenco lo aborda con la debida gravedad, sin abrir un resquicio, no ya al humor, ni siquiera a la broma, mucho menos a la frivolidad.

Tampoco condena, pero sí denuncia, y que cada quien juzgue. Cada quien somos todos y cada uno de quienes fuimos depositarios de unas situaciones sobre el escenario, las de unas relaciones privadas, que con frecuencia se hacen públicas, cuando ya es tarde.

Son cuatro los intérpretes, dos actrices, Yolanda González e Iria Angulo, y dos actores, Nacho Haya y Antonio Fernández, quienes ponen a los espectadores ente el reflejo de unas experiencias personales desdichadas de unos personajes, que se extrapolan a crónicas sociales.

Cuatro personajes, que son intercambiables, por cuanto las tribulaciones no desasosiegan y, llegado en caso, violentan a uno u otro en exclusiva, sino que los cuatro comparten unas emociones, que usan como armas arrojadizas.

Así, los diálogos pueden tener, y tienen, un interlocutor en un personaje distinto, del con que, en apariencia, se esta hablando, o gritando, o acusando, o culpabilizando…Y lo monólogos, en la penumbra de la privacidad, resuenan en los cerebros y los corazones de los demás. Y los sentimientos degeneran en pasiones innobles, y en explotan en actos de agresividad.

Los encuentros y desencuentros; los abrazos y los malos tratos; los amores y los aborrecimientos; el apasionamiento y la frialdad…se presentan mediante un juego de intercambio de personajes, que los actores, en quietud tensa o con movimientos frenéticos, exteriorización de las conmociones íntimas de sus personajes, acercándose y alejándose, ponen en el escenario una realidad que, en más ocasiones de las deseables -una ya sería indeseable- tienen un final trágico. Y lo hacen, bien dirigidos, con las expresiones verbal y corporal precisas, sin el menor desajuste en unas escenas que requieren de una coordinación y conjunción muy intencionadas, ajustadamente satisfechas.

En el cómo cobra relevancia una escenografía, tan esquemática como eficaz, tan sencilla como estéticamente delicada, tan expresiva como significativa, diseñada por Javier Torrado. Y no me refiero a los objetos multiusos, que sirven como mesas, sillas, bancos o camas, sino a los objetos geométricos angulosos, que son de luz y de sombra, de la luz, que de día aviva las tensiones, y de sombra que, noche, acoge el desamparo y la desilusión. Geometría con las aristas, que unen las dimensiones de la condición humana, como unen las líneas de una figura geométrica. La iluminación, diseñada por Ángela Sáez, y realizada por Pablo Turanza administra la luz y la sombra, de forma que evoca la calidez y la frialdad emocionales, al tiempo que propicia imágenes de hondo y sugerente impacto visual.

A una escenografía y y un trabajo actoral, ambos compadecidos entre sí sin fisuras, la música es otro recurso escénico, que incide en el tema y en el tono de “Crónicas…”. Una música, que precipita los movimientos precipitados de los actores o serena los escasos momentos de calma en sus ánimos, y que, a ratos, golpea, como golpean algunas palabras que se dicen.

Músicas, objetos, palabras, interpretación, en feliz ensamblaje, dan forma y contenido a las crónicas de unas relaciones mejorables: las humanas.

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