Alguien miró en el nombre de «Ciuco»

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Es curioso cómo nos acompañan los apodos, algunos tanto que acaban sustituyendo al nombre original, incluso borrando todo rastro del mismo.  Desde crío le conocí como “Ciuco”, solo mas mayor me asaltó la duda de si ese sería su verdadero nombre. Es normal, todos en el pueblo lo llaman así desde que tengo recuerdos. Siempre sonriendo con una de sus manos ocupada por un bastón, luego por unas muletas. Ha criado a muchos de los niños del pueblo, a varias generaciones le oí un día decir a “Masé”.

Masé es diminutivo de María José, en este caso se puede deducir;  de María José podemos llegar a Masé  si cogemos la primera sílaba del primer nombre y la sílaba final del segundo. No lo sé con exactitud, pero no es difícil de imaginar cómo acabamos llamándola así. Pasa, a veces. cuando a un niño le preguntan su nombre, y aún no sabe hablar correctamente, resulta gracioso verle balbucear atropellando las palabras para acabar quedando algo diferente que te recuerda al original, pero que se asienta entre quienes te nombran de una manera simpática, con esa verdad desnuda e inocente con la que la imperfección se abre un hueco formando parte de nosotros. Algo así como ese antojo de nacimiento en el muslo derecho que parece un continente con forma de Atlántida; la ciudad perdida que emerge en nuestra piel delimitando unas fronteras desconocidas para muchos y que solo tú sabes recorrer. Es como cuando conoces tanto el cuerpo de alguien que lo sientes como una prolongación del tuyo. Algo así como “eres parte de mi piel “.

Los antojos no avisan, salen; dicen que su origen está ahí, en un capricho de la embarazada que al final se queda tatuado en la piel del recién nacido. Esa peculiaridad que nos hace diferentes y que de niños, a veces, nos avergüenza porque solo queremos ser como los demás, porque la diferencia se penaliza con la risa burlona y el dedo acusador. O, aún quizás peor, con el “cuchicheo” que desaparece a medida que te acercas y ves sus rostros disimular sin ningún disimulo.

La nariz aguileña, las orejas de soplillo, la cicatriz en el cuello brazo y torso, la mirada bizca son marcas de guerra que la herencia o las circunstancias ponen en nosotros y que nos preguntan un día el qué queremos hacer con ellos; ocultarlos, mostrarlos orgullosos o barnizarlos de normalidad. A veces, alguno de esos rasgos acaba siendo un apodo no escogido con el que el mundo más cercano nos nombra. Recuerdo ir al colegio y no darme cuenta de que tenía una cicatriz hasta que Pedrín o “el castellano” como llamamos a…. (Ya no recuerdo su nombre) me llamó “resquemado”. Fue como si esa palabra me atravesara el alma, como cuando se quiebra algo por primera vez. Me quedé callado, indefenso, con esa mirada que se muestra despojada de toda armadura, como el animal de bosque a quien el cazador pilla desprevenido porque nunca ha visto a uno y solo se da cuenta de que es un cazador cuando la bala lo atraviesa el corazón. Algo así. Miré alrededor y no había nadie, no hice nada y me quedé ahí, en silencio. Nunca más volvieron a llamarme “resquemado”, no me lo había preguntado hasta ahora. Imagino que es cuestión de suerte, mala o buena. Quizás con el tiempo me habría llamado “Resque” o Re-do y podría haberme inventado que el apodo era por mi sensibilidad musical y habría quedado muy chulo. Quizás, a veces,  tenemos la capacidad de reinventarnos hasta desde los lugares más dolorosos y hacer de ellos lo que nosotros queramos y no para lo que estaban hechos. Algo así como lo que ha logrado la teoría “queer” con la palabra “maricón”. Increíble como del insulto homófobo por antonomasia han logrado re-apropiarse, redefinirlo y convertir en bandera lo que  antes era una bala en el corazón del cazador.

Cuando era pequeño escuchaba decir “haz como que no te importa, cuanto más demuestres que te afecta más te lo dirán.” Imagino que cada uno busca la manera de manejarlo lo mejor que puede, pero es curioso como los nombres marcan de alguna manera el itinerario de nuestra identidad y apelan también a un imaginario emocional concreto, a una etapa o lugar de tu vida, a una parte de ti, de lo que eres. En mi caso “Re-do” nunca existió, ni siquiera como versión de un “droide” musical en “La guerra de las galaxias”, pero sí Josuco, Josito, Jos, Yosi, Elizondo, Ondo, Elizo, Eli y cada uno de ellos me lleva a lugares, a personas, a momentos de mi vida. Cada uno de ellos es una parte de mí que se muestra y que también se ha construido a  través de las miradas de otros. Sin embargo, nunca debes  olvidar  el nombre de la primera mirada, bueno, la segunda, después de la de tu madre, lo pones Tú. Y no siempre es fácil encontrarte en el espejo. No sé si a “Ciuco” le pasará lo mismo. Un abrazo vecino, espero que estés bien.

 

 

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