Sobre memoria democrática…

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¿Qué puede aprender una sociedad de su pasado? ¿Cómo mirarlo con la suficiente honestidad para no caer en contextualizaciones que alimenten discursos complacientes? ¿Cómo evitar que el presentismo lo inunde todo y rompa con las coordenadas temporales del hecho histórico y su potencial pedagógico?

“Quien no conoce su historia está condenado a repetirla” una frase atribuida  a tantos autores que invita a preguntarnos el porqué de tantas paternidades sobrevenidas. Quizás porque toda comunidad, cuyos integrantes acaban transitando juntos parte del trayecto de la Historia, pasa por momentos en los que ven tambalearse, o saltar literalmente por los aires, los cimientos de su convivencia y proyecto colectivo.

Nadie debería sentirse ajeno al  debate en torno a términos como el de memoria democrática, sin embargo el reto esté quizás en la capacidad de hacerlo operativo a la hora de aproximarnos al  hecho en cuestión e indagar en cómo  se transmite  de generación en generación o incluso de cómo y porqué deja de transmitirse. La historia de España puede ser un ejemplo de como una sociedad afronta el reto de la memoria democrática. Una memoria colectiva  compartida con las diferentes memorias que las distintas identidades articulan para sus propios imaginarios. Una memoria hecha de  memorias que confluyen cuando nos referimos a un hecho concreto como es el caso de la dictadura franquista y en consecuencia al relato que como sociedad nos corresponde elaborar sobre lo sucedido. En este espacio compartido es donde coge músculo la memoria democrática como herramienta al servicio de una sociedad que no quiere cometer los errores del pasado. Un golpe de estado, una dictadura y su maquinaria al servicio de un proyecto de ingeniería social que decidió borrar todo aquello que no encajase en su visión totalizadora de una España con dificultad para reconocerse en un solo rostro[1].

El final de la dictadura trajo consigo una transición cuyo relato hegemónico ha sido sujeto del proceso de desmitificación que todo hecho histórico lleva consigo con el paso de los años. Algo así como lo que en estos días está sucediendo con la figura de Maradona. El impacto de dicha desmitificación dependerá, entre otros factores,  de la valoración sobre  quienes asumieron la responsabilidad del cambio, de cómo lo hicieron, de la profundidad y compromiso de su proyecto democrático. Que la memoria democrática sea algo con lo que se identifique la mayoría social y política debería responder únicamente a esa voluntad democratizadora y constituir ese lugar común entre diferentes que todo proyecto democratizador aspira tener. Condenar la dictadura franquista, exigir la reparación de las víctimas y colocar el hecho histórico en un lugar inequívoco de la historia compartida debería ser otro de los imperativos cívico democráticos de todo espacio compartido. Lo que no necesita ir acompañado de mitificación alguna, pues en el proceso de mitificación también se crea el espacio para la impunidad. Aquí también podríamos hablar de Maradona.  Por eso el ejercicio de memoria democrática no puede obviar la construcción de lugares de memoria,  itinerarios de pedagogía democrática que huyan de relatos maniqueos al servicio de cualquier tipo de sectarismo.

Tomar Alemania como referencia no es casual, se convierte al contrario en un ejercicio necesario por lo que simboliza. Así las Stolpersteine, placas de latón de 10 por 10 centímetros marcan las casas y oficinas desde donde los nazis deportaron a las personas[2]. O el Memorial del andén 17 con rosas blancas en la estación Grunewald  que recuerda a los más de 50.000 judíos de Berlín que fueron enviados a sus muertes desde aquí. 186 placas de acero muestran la fecha, destino y número de deportados[3]. Entrar en el recinto de la Magdalena (Santander) sin ningún rastro de que un día hubo un campo de concentración  habla por sí mismo de la ceguera y la tarea pendiente en esa mirada comparada.

¿Dónde están las placas por las 853 personas asesinadas por la banda Terrorista ETA? ¿Cómo podemos hacer que las nuevas generaciones, y las no tan nuevas, sean conscientes de su proyecto totalitario? Un proyecto totalitario que en décadas de democracia solo buscaba imponerse mediante la eliminación y negación del otro, acompañada de su propio proyecto de ingeniería social que justificaba el coche bomba, el secuestro, la amenaza, la extorsión o el tiro en la nuca y que igual que el franquismo encontraba un espacio social y político de impunidad, de legitimación en torno a una idea que no dejaba espacio para la convivencia entre diferentes. Al igual que con la mirada a la dictadura franquista la necesidad de compartir  ese espacio común de memoria democrática se hace imprescindible para una sociedad que aspire a pensarse con dignidad.

Del mismo modo pasear por las calles  de Zumárraga (Guipúzcoa) y pasar cerca de la tienda que regentaba el concejal de partido popular Manuel Indiano Azaustre, tiroteado frente a ella el 29 de agosto de 2000  por ETA, sin nada que me recuerde lo que allí sucedió,  o caminar por Barcelona sin nada que me recuerde que Juan Miguel Gervilla, agente de la guardia urbana de Barcelona, tiroteado cuando se dirigía a ayudar a dos personas que empujaban un coche, que resultaron ser miembros de la banda y  preparaban un atentado con coche bomba contra el periodista Luis del Olmo, son solo otros ejemplos del camino que nos queda si queremos utilizar el pasado como herramienta pedagógica, como vacuna para la no repetición.

Solo así la memoria democrática se convertirá en un instrumento al servicio de la Verdad, la Dignidad y la Justicia.

 

Notas:

[1] El profesor José Älvarez Junco lo explicaba de forma magistral en su ensayo “Mater dolorosa” La idea de España en el s.XIX.

[2] Se han colocado más de 7.000 de ellas en Colonia y Berlín, así como 70.000 en Europa, y en 2017 las primeras fuera de Europa, en Buenos Aires

[3] El primer tren fue al ghetto de Litzmannstadt (Lodz, Polonia) el 18 de octubre de 1941. El último tren al campo de concentración de Sachsenhausen el 5 de enero de 1945.

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