Un circo en el que no cabe ni una aguja

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Trabajo para una Consejería que sólo piensa en quitarse los problemas de encima, no solucionarlos. Así que, si las familias están fuera del recinto escolar, los problemas también se quedan fuera. Alguno o alguna no ha pisado un aula últimamente, eso seguro.

Está claro que la pandemia ha cambiado las reglas del juego de casi todo. La interacción social, el comercio, el turismo, el ocio, la industria, la cultura… Todo. Y la educación no iba a ser menos. Podría decirse que este es el curso más desafiante de la democracia moderna. Pero todas las dificultades del curso no dan carta blanca para hacer lo que se quiera por decretazo. Hay que ser audaces, no caciques.

El cambio de la escuela ha sido mayúsculo. Desproporcionado. La pandemia y/o su protocolo anticovid ha arrasado de un plumazo con unos pilares pedagógicos y didácticos contrastados por décadas de práctica. Como los basados en el trabajo cooperativo, ya sea en parejas o en pequeños grupos. Ha restado cercanía, dejando a maestros y maestras sin su arma más efectiva contra toda dificultad: el afecto y el cariño. Ahora somos seres distantes, siempre respetando el protocolo. Ha dejado a alumnos y a alumnas sin cubrir sus necesidades emocionales más básicas (y terrenales), con sus cabecitas llenas de miedos, inseguridades, preocupaciones y dudas que les generan ansiedad, stress y crisis afectivas de todo tipo. Una crisis emocional sin precedentes que genera, a su vez, ingentes problemas de conducta y de convivencia a diario. Ha dejado a las familias dependiendo de medios virtuales para seguir el progreso de sus hijos e hijas, como si fueran unos extraños en su propia casa. La lista de cambios sigue, por desgracia.

Y ante ese escenario tan disparatado, aséptico, impersonal, caótico y complejo ¿qué propuestas ha lanzado la Consejería para combatir la crisis sanitaria dentro de las aulas? Pues básicamente las referidas a evitar contagios dentro de los límites de cada escuela. Distancia social, limpieza constante, airear aulas y evitar el trasiego de personal ajeno a la escuela en su interior. Y burocracia. Eso sí, eso no cambia. Todo por escrito, año tras año, formulario tras formulario. ¿Cuándo tenemos tiempo para atender a las personas que están sentados frente a nosotros? Pues casi siempre fuera del horario laboral. En fin, esto da para otras 1.000 palabras. O 10.000.

Lo importante, yendo al grano, es que los aportes de Consejería en el apartado educativo son cuando menos insuficientes o inútiles. Unas instrucciones vagas e imprecisas a comienzo de curso, como mantener distancias en un espacio donde es imposible físicamente sentar a los alumnos respetando la distancia de seguridad interpersonal, o lo de dotar a los centros de más personal, medios y/o formación, pero sin gastar un euro en ello. Y así un larguísimo etcétera. Todo ello modificado dos días antes del comienzo del curso. Nos han dado algunos cartelitos y pegatinas. Y algunas ideas tan poco definidas como la financiación del Ave a Madrid. Mientras, pasan los meses y seguimos desde las aulas sufriendo todo tipo de penurias.

Tenemos equipos informáticos que a pesar de contar con servicio técnico, son obsoletos o no funcionan correctamente en la mayoría de casos. Muchos no se han limpiado nunca (ni física ni digitalmente) y disponen de una conexión a internet pobre que, en muchos casos, no da el ancho de banda para que 16 o 24 aulas se conecten a internet de forma simultánea. Dirán que el/la coordinador/a TIC está para eso, claro… No tenemos equipos TIC de préstamo en la mayoría de centros. Así que los alumnos en cuarentena tienen que tirar de sus propios medios digitales y culturales.

Eh, que además hay escuelas, como la mía, con situaciones familiares muy duras, de siempre, que ahora son infinitamente peores. Que no tienen recursos ni de lejos para adquirir ordenadores o pagar una conexión de calidad a internet. Y los profesores haciendo malabares para atender digitalmente a ese alumnado, a la administración y a nuestras tareas. Tenemos unas plataformas digitales como Yedra, Office 365 o la web de Educantabria que son un constante dolor de cabeza. Alguna de esas herramientas vieron el estreno de Ally Macbeal. Toca renovarse, creo yo.

Tenemos que llorar para recibir gel hidro-alcohólico, mascarillas o papel para desinfectar. En muchos casos finalmente lo ponemos de nuestro bolsillo. Dirán que es cosa del Ayuntamiento.

Tenemos una calefacción que funciona cuando quiere. Cuando lo hace bien parece que hemos bajado al infierno de Dante. Cuando no, entre clase y clase luchamos contra algún caminante blanco para entrar en calor. Y es que cuando hace 7 grados en la calle, también los hace dentro de un aula abierta de par en par. Damos clase literalmente dentro de una nevera. Y suerte estamos teniendo con el tiempo.

Tenemos que compartir espacios comunes con otros dos centros educativos. Esto es inusual en Cantabria, por no decir en España. Y se hace de mil amores pero, el espacio es el que es y es finito. Y juntar a cientos de alumnos y sus familias nunca ha sido tarea fácil.

Pues ahora, tras la última revisión del protocolo anticovid, resulta que el patio del colegio no es un espacio adecuado para que las familias acompañen a sus hijos al colegio, o les esperen a la salida. Resulta que varios cientos de metros cuadrados no son aptos para evitar la propagación del Covid-19. Así que a partir del miércoles 9, las familias y alumnos de tres centros educativos tendrán que arrejuntarse en la acera de Magallanes y la cuesta de Antonio Mendoza. Yo creo que es un enorme error.

Muchos profesionales del colegio vemos disparatada esta decisión. Creemos que cuanto más espacio, mejor se respeta la distancia interpersonal. La matemática no falla. Sea patio, acera, aeropuerto o campa. Pero claro, la Consejería de Educación quiere quitarse el problema, o la responsabilidad de encima. Si hay contagios fuera del recinto escolar, será culpa del Ayuntamiento, o de Sanidad, o de la Pantoja. Pero no de ellos. Claro que hay que evitar el contacto y no romper los grupos estables de convivencia, pero ¿es esta la mejor solución? ¿Sacar a cientos de personas a la calle en un espacio reducido? ¿No será mejor tomar la medida más segura, en general, para la población independientemente de qué órgano, institución o ente sea responsable?

No sé, llamadme loco, pero creo que la pandemia afecta a toda la sociedad y a todos los gobiernos. Así que deberían, creo, entre todos esos gobiernos y estamentos buscar las soluciones que más protejan a la ciudadanía y a los profesionales. Y esta medida, en concreto, no parece complicada. Es dejar el patio como zona de recogida del alumnado, en una situación muy particular como la de los tres colegios que eran uno.

Al final pagaremos el pato los de abajo, tanto las familias sufriendo por la situación, como los profesores currando lo que no está escrito y realizando funciones para las que no estamos ni preparados ni tenemos competencia. Ignorando la falta de medios, aportando los nuestros, arriesgando nuestra salud física y mental. Porque creedme, este escenario escolar saca de quicio a cualquiera por muy profesional que sea.

Y así con todo. Ya les he pillado el truquillo. Con tal de echar balones fuera, la calidad o la atención de los escolares es lo de menos.

Tenemos alumnos y alumnas muy necesitados educativamente. Sí, y socialmente. ¿Dónde están los profesionales para atenderles? Pues no se ponen de acuerdo en quién tiene que dotar de trabajadores sociales al colegio. Eso que se ahorran. O dirán que no lo hemos solicitado correctamente. Ya veo yo que siempre hay motivos para no intervenir.
¿Quién pone los ordenadores, arregla la calefacción o supervisa los accesos al centro? A mí me da la sensación que sencillamente les da igual quién se hace cargo de solucionar los problemas mientras no sea su responsabilidad. Que lo mismo están desbordados y no dan abasto. Pues habrá que cuestionarse cómo se organizan las instituciones para empezar a ser más eficaces. Cada día un poco más.

Ojalá me equivoque y, en vez de pasar el muerto a otra administración, el miércoles vengan a revisar este protocolo anticovid. Y de paso, reponer la falta de personal administrativo, socio-cultural, sanitario y docente. Ojalá nos traigan ordenadores de préstamo para alumnos en cuarentena, medidores de CO2, filtros de ventilación, arreglen los ordenadores de aula, la calefacción, repongan gel, desinfectante y lo que haga falta. Sin preguntar de quién es la responsabilidad o quién paga la cuenta. Sólo cuestionándose a quién hace falta ayudar y cómo se puede hacer.

Mientras tanto, lo que es seguro es que el miércoles presenciaremos un espectáculo dantesco con cientos de padres, madres y abuelos de tres colegios haciendo piruetas para intentar dejar o recoger en el colegio a sus criaturitas, en apenas 50 metros cuadrados. Ni el Circo de los Horrores.

El personal del centro estará allí, otra vez, más allá del deber y sus funciones. Algo que llevamos haciendo casi un año. Cosa, que por cierto, poco se valora y siempre nos quedamos en lo anecdótico.

En fin, espero que simplemente alguien haga una llamada y las cosas se repiensen un poco.

Mientras tanto, pasen y vean.

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