Tan sencillo, complicado y revolucionario

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No sabemos cómo nos recordaremos mañana cuando todo haya pasado, cuando todo haya cambiado, o cuando todo siga siendo igual pero nosotros ya no seamos los mismos. Y tampoco sabemos cómo seremos recordados, si es que por alguna razón mereciera la pena serlo.

Aunque las generaciones se solapan y la edad va más allá de las fechas, cumpleaños y calendarios, es cierto que cada generación se ve interpelada por situaciones que hacen, de alguna manera, que el mundo en el que vivían deje de existir, por lo menos el mundo tal y como ellos lo entendían y sentían.  Y, en ese momento, durante ese proceso, algo cambia, quizás no sea algo que se anote en el devenir de la historia, o quizás sí. Quizás no vivan lo suficiente para darse cuenta, o quizás sí, pero el caso es que algo cambia, algo les cambia. No a todos igual, pero hay un punto en el que todos coinciden. Y en ese punto lo individual dialoga con  lo colectivo y necesitan saber qué hacer con ello.

A veces dos personas buenas pueden acabar en trincheras opuestas, demasiadas veces. Cuando nos dejamos llevar por las etiquetas que la polarización social nos pone y que nosotros mismos, en esa necesidad de certezas a la que aferramos, nos ponemos unos a otros para sentirnos de alguna manera a salvo, para encontrar ese refugio en el que darnos la razón, para sentir que nuestro bando es el correcto:

Porque la incertidumbre da tanto miedo que sabes que si te quedas en medio el primer disparo es el que atraviesa tu pecho. Elige un bando te dicen, “Nosotros somos los buenos”. Mientras tú metes el dedo en el orificio de entrada sin saber dónde está la salida.

La guerra civil española nos ofrece tantos ejemplos como queramos a la hora de analizar como la sociedad civil vivió esa guerra, de cómo se construyeron y destruyeron lealtades, de cómo se forjaron identidades a posteriori como consecuencia del bando en el que muchas veces el azar, los vínculos afectivos, familiares, etc…, colocó a sus contendientes. En definitiva, todas esas subjetividades que no salen en los libros de Historia y que pueden influir en nosotros de manera casi determinante.

Siento, por ejemplo, que a mi abuelo le marcó más perder a un compañero cuando estaba en el frente, a un ser querido o a un familiar, que cualquier ideología o religión (entendidas muchas veces de forma similar). Por lo que sé de su vida, su bando fue más una consecuencia que una causa y se vio obligado a elegir  a sabiendas que en el otro bando dejaba también a amigos, familiares, vecinos,   a personas  a las que quería y sabía de su bondad. Personas con las que había tomado un vino, echado la partida, ayudado a partear una vaca o dado el pésame y abrazo sentido en un entierro. Al volver de la guerra, quienes volvieron,  lo que quedaba de ellos, aún tenía que enfrentarse al ahora de cuatro décadas y al después

Tal vez de ahí la necesidad de reconciliación de toda una generación debido, entre otras cosas, a esos vínculos que rompían los espacios construidos con la escuadra y el cartabón de teorías proyectadas en una realidad que las respondía también con sus propios códigos y lealtades.  Y en ese después quienes lucharon en esa guerra, y en tantas otras,  estuvieran presos de una memoria y sometidos, en algunos casos, a una colonización ideológica y emocional de lo que vivieron, de lo que fueron, de lo que hicieron. Como una  Conferencia de Berlín para el reparto de  África por los las potencias colonizadoras del s. XIX.

Así, desde el escritorio del presentismo, hay quien coloniza la memoria de quienes ya no están, sin darles más opción. Igual que cuando se vieron envueltos en una guerra y en un bando que no habían elegido. Porque si miramos al pasado apropiándonos de las voces de quienes ya no están  corremos el riesgo de construir un relato sesgado y sectario incapaz de entender los procesos históricos cuando éstos toman tierra, pellejo y sentimientos de quienes los vivieron en primera persona. A estos me refiero.

Tal vez por eso haya quien no entienda como un alcalde franquista en pleno temporal de nieve hace 59 años, como nos comenta en su artículo del periodista Florenci Rey[1], pidió ayuda a un exiliado y perseguido, republicano de Esquerra Republicana de Cataluña, para que con sus máquinas quitanieves pudiera ayudar y salvar la vida de decenas de personas. Y sucedió porque eran amigos (no solo). Así de simple,  complicado y revolucionario a la vez.

Es difícil saber cómo nos recordarán cuando hayamos muerto, o siquiera si habremos hecho algo por lo que merezca la pena ser recordados por alguien. Pero, como dice mi amigo Néstor al recordar a su padre: “Le recordaremos por como vivía las cosas sencillas, por como ayudaba a  todo el mundo sin importar nada más, por cómo le cantaba a la vida, por lo buena persona que era”. Algo tan sencillo, complicado y revolucionario como eso.

 

Notas [1] https://elpais.com/espana/2021-01-11/el-republicano-que-libro-del-hielo-a-la-barcelona-franquista.html

https://cadenaser.com/programa/2021/01/12/la_ventana/1610468391_218392.html

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