La ortografía de la ausencia

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La ortografía de la ausencia solo sabe de silencios, de vacíos que intentamos rellenar de la mejor manera que sabemos y podemos. Por eso las palabras no encuentran siempre el acomodo que los sentimientos necesitan y se manejan incómodas o poco precisas a la hora de matar ese tiempo que nos arrebató a un ser querido, o a varios. Así, el recuerdo se presenta de diferentes maneras, con la indumentaria de quien pasaba por ahí y no tiene tiempo para pararse, porque duele demasiado y es la única manera que encuentras para seguir adelante. Otras veces aparece como imagen recurrente que no puedes quitarte de la cabeza, y que te lleva al preciso instante de su pérdida. Ese momento que, cuando miras de frente al rostro de la ausencia, te golpea el alma como salto en el tiempo que cambia sus leyes y coordenadas y que, aunque hayan pasado años, parece un instante. En ese momento te desarmas igual que entonces, por eso no quieres que dure demasiado, por eso no te permites quedarte demasiado en ese lugar, por eso quizás, como decía, hay quien pasa de largo como si nunca hubiera estado allí, porque duele demasiado.

El camino del cementerio es largo depende del lugar donde vivas. La iglesia se alza en la parte mas alta del pueblo, tal vez por esa alegoría de la ascensión de la que habla la religión católica. Subir a los cielos. Así cuando subimos la cuesta hacia la iglesia nos lleva de forma simbólica a ese lugar indeterminado que hace del más allá un lugar accesible, al alcance de nuestros pasos. En los pueblos o ciudades donde la iglesia no esté en un lugar alto, imagino que se inventarán otra razón que trascienda cualquier explicación racional. La fe es lo que tiene. Y creas o no, sin darte cuenta acaba ocupando un lugar dentro de ti todo ese imaginario espiritual, porque se construye desde lo emocional. Y cada lugar acaba adquiriendo un significado que va ese poco más allá que a veces el ser humano necesita para manejar lo que desconoce. El vértigo al vacío. La necesidad de tener un lugar donde sentirte cerca. Un lugar donde colocarte en el paso del tiempo.

Quizás por eso muchos existencialistas se convirtieran poco antes de morir. La necesidad de una certeza a la que agarrarnos hace que nos abracemos a lo irracional por mucho que ello rompa con todo sentido común y con toda lógica cartesiana. Quizás pensar para existir nos lleve a plantearnos el porqué existimos y la razón no es capaz, en muchos casos, de satisfacernos. Quizás por eso rezamos, aunque seamos ateos, cuando alguien a quien queremos tanto va a morir. O como me contaba mi abuelo, tal vez por eso “yo no creo, pero por si acaso…” las palabras del ateo ante el cura antes de morir. Quizás por eso en el debate (año 2004) entre el teórico de la escuela de Frankfurt, Jurguen Habermas y el anterior Papa católico Joseph Ratzinguer, este último creía haber salido victorioso porque consideraba que al final del análisis de su interlocutor quedaba un vacío, y ese vacío era llenado por la fe. En mi opinión esa afirmación es tramposa a la hora de usarse como baza, pero explica el porqué de la aceptación de lo irracional cuando el ser humano se enfrenta  a la muerte. Y es que cada uno desde sus propias coordenadas culturales y personales necesita un clavo ardiendo al que agarrarse. Un trampantojo con el que llevar el vacío de la pared donde nos damos de cabezadas por no entender porqué se fue. La dificultad de aceptarlo, la insumisión a la hora de hacerlo puede ser también una forma de rebelarnos frente a esa verdad categórica que la razón impone. O puede ser miedo a lo que desconocemos. La dificultad de manejar el espacio de la incertidumbre que mas nos asusta. Aunque en ese mismo espacio habite también la esperanza en forma de imaginar alternativas a la nada.

Como decía, al final de la cuesta, bastante “pindia” por cierto, se alza la iglesia. Empezar a subir hace que alcemos la vista constantemente hacia esa arquitectura en forma de cruz latina. El cementerio está a solo unos metros. Pegado prácticamente. Cruzar el umbral y ver los nombres de tus vecinos o de sus familiares en las lápidas forma parte de ese vínculo con la ausencia que establecemos. Es algo que ni nos planteamos, por lo menos no al principio, pues es heredado, lo hicieron nuestros padres y sus padres, como un hilo invisible con nuestros ancestros. Un ritual del que entramos a formar parte. Una forma de llegar ese vacío y de intentar darle un sentido.

Comprar unas flores, llevártelas este día, visitar tu tumba y sentarme junto a ella para mirar tu fotografía. Se que puedo hacerlo cualquier otro día del año, se que hay años que no he podido hacerlo, tampoco sé si este año lo haré. Y es que la ortografía de la ausencia está llena de faltas. Y la primera de ellas, la que se repite y no se corrige por mas que la escriba cien veces en la pizarra, es ese “me faltas tú” que todos tenemos, hemos tenido, o tendremos.

 

 

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