La traición, que no cesa

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El Gobierno de España apuesta por la soberanía de Marruecos sobre un territorio, con sus gentes y sus recursos, que fue colonia española durante casi 100 años, y a la que tuvo por Provincia española, la 53, documentando como españoles a la población saharaui.

En noviembre  de 1975, el 14, se firmaron en Madrid unos Acuerdos, no solo ilegales, sino además nulos de pleno derecho, por los que el último gobierno de la dictadura franquista entregó el Sahara Occidental a Marruecos y Mauritania, que ya habían iniciado la invasión, bajo la denominación de Marcha Verde, el 31 de octubre de 1975, y que culminó el 6 de noviembre, 15 y 8 días antes dela firma, que consagró la invasión. Desde entonces, un éxodo, una guerra y un exilio en campos de refugiados, donde una parte del pueblo saharaui viene sobreviviendo de una cada vez más menguada ayuda humanitaria, mientras otra parte, separada por un muro minado, que divide el territorio de norte a sur, sufre persecución, encarcelamiento, tortura, muerte y desaparición en sus ciudades invadidas y ocupadas, por el mero hecho de ser saharauis y querer serlo.

En mayo de 1975, una Comisión Observadora de NNUU visitó las ciudades del Sahara Occidental, con el encargo del Secretario General de recabar la voluntad de los saharauis acerca de su futuro. El informe de La Comisión recogió la decidida voluntad del pueblo saharaui de tener voz y voto para no dejar de ser saharauis. Al tiempo, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, a consulta del propio rey de Marruecos, Hassan II, concluyó que no existía vínculo alguno de dependencia del Sahara Occidental, respecto del reino de Marruecos.

Con la carta, presuntamente a escondidas, de Pedro Sánchez, en la que rinde pleitesía al rey de Marruecos, Mohamed VI, en la que pone a su disposición a un pueblo con su tierra y sus recursos, el Estado español, entre la defensa de los DDHH o su violación, opta por su violación; entre el cumplimiento de la legalidad internacional o su transgresión, opta por su transgresión.

Como en los vertederos de la política  nunca salen a la superficie todas las ratas, me barrunto que tampoco han asomado la patita todas ratas que pueblan esta alcantarilla, cuya tapa ha levantado la carta de Pedro Sánchez. Entre las fechas, a las que me he referido más arriba, todas de la primera mitad de noviembre de 1975, hay una más, que me he reservado hasta esta línea: la del 2 de noviembre. En la mañana de ese día, el entonces príncipe Juan Carlos, autorrevestido con poderes de Jefe de Estado, usurpados al dictador agonizante (ya empezaba con sus fechorías a lo grande), visitó la ciudad de El Aaiún, capital del Sahara Occidental, donde le esperaban los representantes d la Asamblea General del Sahara –La Yemáa- y las autoridades militares españolas, con el Gobernador General al frente, a la sazón Federico Gómez de Salazar. Entre estos engañó a quienes se dejaron engañar, asegurándoles, algo así como que su honor estaría salvaguardado en todo momento, aunque lo que ocurrió fue que no tardaron en salir por pies de la colonia, por muy bien que estuviera –y lo estuvo- la huida; a aquellos les traicionó, prometiéndoles, algo así como que España nunca les abandonaría, mientras las hordas de la Marcha Verde, facilitada por el gobierno de España, utilizando a su ejército, ya había invadido el territorio.

A su tiempo se supo que aquel príncipe viajó a El Aaiún con el encargo del Secretario de Estado USA, Henri Kissinger de traicionar al pueblo saharaui, abandonándolo y entregándolo al enemigo. A cambio, y como recompensa, EEUU apoyaría el inminente reinado de quien hoy es el desecho de una monarquía.

Tengo para mí que aquella traición tiene su continuidad en la carta que, aparentemente a la chita callando, ha firmado Pedro Sánchez, lo que le convierte en un segundo traidor, o un traidor de segunda, o de tercera, pues ya le precedió en la traición, allá por noviembre de 1976, el 14, su correligionario Felipe González. Se me antoja que, tras 46 años de tanto silencio y abandono, de tantas resoluciones irresueltas, de tanto aprovechamiento económico por parte de la UE, a costa de los recursos naturales del Sahara Occidental, otro Secretario de Estado USA, Anthony Bliken, le ha hecho el encargo a Pedro Sánchez de acabar de contentar a Mohamed VI, poniéndole en bandeja una autonomía perversa, por la que el pueblo saharaui seguirá siendo víctima de persecución, encarcelamiento, tortura y muerte , pero con todos los pronunciamientos a   del verdugo, como parecen indicar el silencio de EEUU a la maniobra y la bendición de la Comisión Europea al despropósito.

¿Y a cambio de qué?, pues Sánchez no es rey, a lo más aspirante a puerta giratoria o a una mansión en Marrakech. La recompensa esperada a la traición es igualmente traicionera: la regulación del flujo de la inmigración ilegal, como si Sánchez, y el mundo entero, no supiera que al menor gesto que desagrade al sátrapa, monta otra marcha verde marítima, que ya le ha cogido el gusto. Ah, y el olvido de sus pretensiones de hacerse con Ceuta, Melilla y las aguas canarias, como si Sánchez, y el mundo entero, no supiera que esa agenda permanecerá abierta.

En cualquier caso, la carta firmada por Pedro Sánchez y aireada por Mohamed VI no deroga el Derecho Internacional, que, en materia de descolonización, prescribe la celebración del correspondiente referéndum de autodeterminación. Tampoco borra la letra de la Carta de NNUU, cuando dice que el Sahara Occidental es Territorio No Autónomo Pendiente de Descolonización, y del que España es, de iure, potencia administradora, lo nieguen Sánchez, su ministro de Exteriores, Borrell o el sursum corda.

Pero, ¿cabe mayor ignominia que la de privar a un pueblo de su identidad nacional? ¿cabe mayor violencia, por diplomática que quiera presentarse, que la de pretender arrojar a un pueblo a los márgenes de la Historia?

(La calle de la foto, tomada en julio de 2009, es de la ciudad de El Aaiún, tal como era en tiempos de la colonización española, hoy convertida, por Marruecos, en una suerte de gueto para la población saharaui)

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