Despojos fingidos

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(Foro: Áureo Gómez)

Tengo querencia por los monasterios, que visito con alguna frecuencia, donde reparto mi tiempo, entre la celda de la hospedería, breve espacio cerrado para la inmanencia, y el claustro –solo en los monasterios donde me conocen-, abierto a la trascendencia, sin perjuicio de asistir a las horas canónicas de mi preferencia, Vísperas y Completas, lo que no pasa de ser, todo ello, una suerte de fingimiento de vida monacal.

Después de un tiempo sin visitar un monasterio, el pasado día 7 de julio tuve el privilegio de vivir un tiempo, tan breve como intenso, en un claustro, este no monacal, sino catedralicio, el de la Catedral de Santander, en el que, como en los monásticos, aparentemente no hacía nada, mientras escuchaba y veía la representación de “Lear en las catedrales”, última propuesta escénica de Ábrego Teatro, escrita y dirigida por Pati Domenech e interpretada por María Vidal. El título es explícito: remite directamente al poema incluido en el libro “Cuaderno de Nueva York”, “Lear King en los claustros·, de José Hierro, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años, conmemoración que ha puesto en movimiento numerosas iniciativas culturales, en diversos formatos, para del recuerdo y el homenaje al poeta santanderino, nacido en Madrid. Entre ellas, la función, que me ocupa en estas líneas.

Una lectura, tampoco hace falta muy atenta, del poema de Hierro deja a las claras que su traslado del papel a las tablas no es un mero aprovechamiento, animado por la efeméride, sino que es tomado como fuente de inspiración para articular un espectáculo teatral, revestido de una poética, transida por los versos de Hierro, que brotan de su propia voz. Palabras que, sin perturbar la intención del poeta al escribirlas de tener los claustros en América como lugares de despojos de otros claustros, piedras traídas de aquí y de allá, que fingen claustros, a la vez que espacios para la acogida de seres humanos despojados de todo, como bien podría ser, al final de su tiempo de vida, el rey Lear shakespeariano, adoptado por Hierro, menesteroso de un “te amo”, por más fingido que sea, hermoso fingimiento, compensatorio de tantas mentiras existenciales no tan hermosas.

Pati Domenech y María Vidal llevaron al claustro de la Catedral de Santander, como lo llevarán a otros espacios nobles, una selección de hermosas mentiras vividas sobre los escenarios, que es una de las formas de merodear por los alrededores de la verdad, por más que no se pueda nunca llegar a tocar su corazón. María Vidal interpreta aquí al personaje de los muchos personajes que ha sido, que ya son despojos de la memoria, una vez más fingidos. Tanto fingimiento de personajes con nombres eternos –Ofelia, Penélope, Medea, Antígona…-, dándose la paradoja, no exenta de ironía, de que fingirse alguien es una forma de ser ese alguien, por más que en el espejo, paradoja redoblada e ironía redobladas, se reflejen todos, fingiéndose “uno mismo”, que solo ve a todos los que fingió, despojos en el espejo.

En un escenario, donde se conservan desordenados algunos de los despojos que decoraron tantos fingimientos escénicos, María Vidal interpreta la memoria de la actriz, que tanto fingió, o la actriz interpreta a María Vidal, que se finge a sí misma, menesterosa de una identidad propia y única, repartida entre tantas otras, como el Lear de Shakespeare repartió su reino, y el de Hierro no sabe si es él o el Bufón, con el que se confunde. Es un trabajo actoral vigoroso, el de María Vidal, con un apasionamiento, que se compadece con la ternura, según los recuerdos, según los deseos, según las situaciones, sin perjuicio de una ironía, rayana en el sarcasmo y no exenta de rabia, que la despoje de los despojos interpretativos, por más que lo esté fingiendo, para evitar la caída en la locura, que se cernió, al final de sus días, sobre los despojos del Rey Lear. La energía, alternada con la levedad, de sus movimientos, y los registros de voz, desde el grito al susurro, con toda un repertorio de emociones a cuestas, se instalan en el sentido y la sensibilidad del espectador, que toma una conciencia aproximada de lo que es el teatro, y de cómo se hace, no importa que sean Odiseo, Prometeo o el Rey Lear los personajes fingidos.

En un momento de la representación, la luna, demediada, dirigió su mirada, desde el alto cielo al claustro, a través de las ramas sin hojas de un árbol, que flanqueaba el escenario. No tardó en ocultarse en una nube, en cuyo seno seguramente le contó lo que vio a la otra mitad, que no se dejó ver: que el claustro fingía ser un teatro, donde una actriz fingía ser María Vidal, para que Pati Domenech fingiera que el Lear de Hierro era y no era el de Shakespeare, mientras Hierro fingía con su voz que “el poeta es un fingidor”, según le había oído a Pessoa. Y que yo fingía que estaba en el claustro de un monasterio, que fingía ser el de una catedral.

Lo que no pudo decirle es que los aplausos fueron despojos, Menos, fingidos.

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