SER UN DES ARTE

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«Al principio, escribir antes del amanecer fue una necesidad: cuando empecé a escribir mis hijos eran pequeños y necesitaba aprovechar el tiempo antes de que me llamaran, que era siempre sobre las cinco de la mañana. Muchos años más tarde, cuando dejé de trabajar en Random House, me quedé un par de años en casa. Descubrí cosas de mí misma en las que no había pensado nunca. Al principio no sabía cuándo quería comer, porque siempre había comido a la hora del almuerzo, la cena o el desayuno. El trabajo y los niños habían impulsado todos mis hábitos… No conocía los sonidos de los días de semana de mi propia casa; todo me hizo sentir un poco mareada”.
– Toni Morrison

 

No elijo la hora, es ella quien me elige a mi. A un lado queda ese fatuidad del horario, del momento escogido, de la lámpara, del amanecer, del verbo caído y recogido del suelo en la madrugada. Son las horas quienes te escogen, ellas deciden. Y con ellas los momentos, los lugares, quedan resignificados por lo que ahí vivimos y por lo que en ellos sentimos. El dónde cobra vida propia. El exterior donde colocamos nuestra existencia para un instante que, por pura inercia de respirar de forma mecánica, decide alargarse y buscarse un sentido, con o sin.

Doy gracias a mis órganos por responder a la llamada de mis impulsos. A las falanges de mis manos, a mis neurotransmisores recorriendo las terminaciones nerviosas que envían la información de mi cerebro al resto de partes del cuerpo. Los imagino correr apresurados como si huyeran del olvido o de cualquier forma de autoridad que busca reprimir lo que de libertad creadora queda en ti. Esa libertad que late en cada una de nosotros, pero que, por desgracia, el tiempo, las normas, externas y propias, las censuras, las autocensuras, la van cercenando hasta no quedar de ella poco más que la sombra de lo que un día pudo ser. Esa dictadura de lo cotidiano que te lleva corriendo a todas partes, siempre al borde de perder el aliento. Siempre con esa sensación de no dar más de si o de me falta algo. O de ambas a la vez.

Luego lo piensas con el resuello aún presente del sofocón y te preguntas de qué sirve correr tanto. De qué sirve enfadarte con quien quieres solo porque se le ha olvidado atarse los cordones, poner la ola del aparcamiento, salir de casa 5 minutos más tarde de lo previsto, no hacer los “deberes” (por cierto que forma mas fea de relacionar aprender con obligar) ¿Así piensas ir, con esas pintas? Ya te vale, eres un desastre, como te olvidas de… y todas esas frases cotidianas dictadas como sentencias, lapidarias. Como si en su tumba quedase escrito “Aquí yace Elizo, mira si fue desastre que olvidó acudir a su propio entierro”. Y una tumba vacía. Sería increíble. Toda una declaración de intenciones. ¿Te imaginas?

Mirado con perspectiva, todas esa serie de catástrofes cotidianas que en sus minúsculos reductos son vividas como juicios sumarios con órdenes de alejamiento en forma de palabras hirientes, de acusaciones absurdas, de juicios sumarios y enmiendas a la totalidad de lo que eres, simplemente porque se te ha resbalado una tuerca del engranaje del sistema que sin darnos cuenta asfixia, pesa, oprime, tanto que nos impide dejar de trabajar en Random House y quizás tomarnos la libertad de romper algunas de esas cadenas que nos obligan a comer sin hambre, a sentir sin ganas, a llegar a la hora exacta cuando la hora exacta no existe. Solo es una aguja que se te clava en el iris, y no teja ver el tiempo, aprovecharlo, y su tic, tac te martillea en lugar de descubrir con él los sonidos de tu propia casa y sentirte tan mareada que todo gire al lado contrario que hasta ahora. Y así, dejarte las llaves, no escuchar el despertador, llevar calcetines desemparejados, olvidarte el móvil o la cartera en un bar, o en el parque, o en una librería, perderte porque no utilizas el “google maps”, serían actos revolucionarios que harían saltar por los aires todas esas categorías en las que eres etiquetado/a/e. Y “no saber en qué día vives” sería la forma de insumisión frente a la dictadura del tiempo, a la muerte misma; “vivir en las nubes” un alegato contra los desahucios y la especulación urbanística, “es que te lo crees todo” la defensa de la inocencia como principio moral. Entonces ser un desastre significaría, por ejemplo, ser un DES ARTE, y «pensar en las musarañas» sería como un máster auto-gestionado de zoología; no presentarse a unas oposiciones, por creer que una poesía cambiaría el mundo, sería el mayor elogio a la cordura. Y perder el autobús sería como ganarle espacio a la risa y romper en una carcajada revolucionaria.
Si te fijas, quizás cada “despiste” sea la forma subversiva, la guerrilla urbana de nuestro inconsciente rebelándose ante tantas normas, hábitos y comportamientos que nos vuelven cada vez más….

Vaya, perdí el hilo ¿De qué estaba hablando? Va a ser verdad que estoy hecho un DES ARTE..;)  ¿Y tú?

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