Detrás…

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Deja que comparta contigo esta sensación. Quizás ya la has vivido, quizás la estés viviendo ahora y es mas tuya que mía. Si es así, corrígeme cualquier línea, cualquier palabra, cualquier nota a pie de página, en cualquiera de las imágenes que nombre, en cualquiera de los paisajes.

Primera imagen: Una caja de leche entera, marca blanca, pero rebajada con agua, sobre la encimera. Se nota porque, al echarla en el interior del vaso de cristal, el blanco se diluye y su textura es de un blanquecino traslúcido. Como la pintura rebajada para que dure más y así poder extenderla mas fácilmente a lo largo de la pared y  tapar esas manchas de moho que hicieron su primera aparición en los márgenes, pero que poco a poco van colonizando todo el espacio libre que encuentran a su paso. Tapar el moho es la prioridad, como si lo importante fuera que no se notara, como si así el moho, por arte de magia, desapareciera y, con él, este frío y esta humedad que se te carcome hasta los huesos.

No sé si recuerdas ese anuncios de televisión para una campaña contra el hambre. Si en la tele funciona no te explicas porqué no pasa lo mismo en la realidad. En la tele conmueve, en la tele te golpea aunque sea  solo ese instante previo a que tu dedo  pulse el botón para cambiar de canal. Todo un milagro de la ingeniería humana puesta al servicio de ese momento. A  veces olvidas donde has puesto el mando y no te queda otra opción que verlo entero. En ese momento existe la posibilidad de que algún resorte salte en tu interior. Nadie sabe a ciencia cierta lo que dura esa imagen o la huella que deja en tu retina. O qué hacer con ella.

Segunda imagen: El moho huele, y mucho, es difícil definir ese olor, huele como a caminar calado de agua sabiendo que no hay recambio y no queda otra que respirar la densidad de ese aire cargado. Tienes que invertir el doble de esfuerzo en respirar y el cuerpo lo nota. Por mucha pintura que eches el moho sigue ahí y asoma su cabeza como las caras de velmez. En este caso estás seguro de que no hay «mas allá»  que valga para explicar el fenómeno de las manchas de tu pared, aunque si te pones imaginativo podrían tener un rostro reconocible e improvisar un altar. Podrías cobrar entrada o aún mejor “la voluntad”. No lo descartes demasiado pronto, por descabellado que parezca, nunca se sabe y ejemplos parecidos  hay.

Tercera imagen: Me vienen a la cabeza esas «chucherías» que se comen entre horas y en el momento menos indicado “no comas eso que te va a quitar el hambre”. Así dicho parece el slogan para una campaña global de acción humanitaria. Pero algo no me cuadra, tiene truco. Hay incluso anuncios donde con solo un bocado te garantizan algo así como engañar al hambre. “Mas listo que el hambre” podría ser esa frase publicitaria que todos hemos escuchado alguna vez. “Matar el hambre” se ha convertido en un negocio, aunque no sé si significa lo mismo en según que mesas. De ser posible sería la panacea. Lo que pasa es que este hambre es diferente, aquí quien mata es él. El hambre tiene rostro y no se va por mucho que intentes engañarlo o taparlo. Igual que el maldito moho de la pared.

Cuarta imagen: “No depende de mi”, se presenta como una barrera infranqueable tamaño expediente, tamaño ley, tamaño me incomoda. Tamaño de una desazón que ni siquiera es miedo, sino costumbre al aceptar las cosas como son. Es esa constante hecha de capas y capas que nos cubren y que logran que la punta del cuchillo nos resbale, que ese filo no llegue, que el mordisco no marque. Nos hace inmunes a ese dolor.
El moho sigue ahí. Su “modus vivendi” es sencillo de entender. Mientras haga frío, humedad, sin calefacción, tuberías dañadas, materiales podridos, el moho caminará a sus anchas por las paredes con sus diferentes rostros y formas. Pusiste papel, pero el papel se acaba despegando, primero por las esquinas que quedan colgando a merced de las corrientes de aire. Porque el moho no trabaja solo. Maldito papel de mierda.

Quinta imagen: El moho tiene forma de cuadro de Pollock sublimado en ausencia, de sombra china echa a oscuras, sin luz. Ya sabes porqué. Una ecografía que te muestra el vacío. Un vacío que no debería estar ahí. Porque el hambre mata, no dispara, tiene un entorno, un contexto, un porqué. Igual que el moho. No es neutro, ni inocente. En la eco se ve el vacío, pero si miras un poco más puedes ver lo que se esconde detrás del hambre.

Ultima imagen: El moho de la pared es como el juego de ponerle nombre a las nubes, intento sacarle parecidos razonables. Cuando el moho lo ocupa casi todo es como un cielo encapotado que rompiera a jarrear. Miro el moho de la pared mientras preparo un vaso de leche. Madre mía, todo lo que hay detrás…

 

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