Derechos humanos para los padres de Samir

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Cada nueva guerra que nos estalla en la cara provoca, en la mayoría de las personas, una primera reacción de rechazo, independientemente de que hayamos crecido en una sociedad estructuralmente violenta, rodeados de conflictos de una u otra índole. Frente a todos ellos también la idea de «cultura de la paz» forma parte de los marcos morales en los que nos desenvolvemos. A la vez, esa aparente contradicción, otra más, convive con un sistema lleno de contradicciones donde, por un lado hablamos de derechos humanos universales y por el otro fabricamos armas y las vendemos  o nos las venden quienes dicen tener más o menos los mismos principios que nosotros.

¿Pero de qué manera incorporamos la defensa de los derechos humanos a nuestras sociedades? Desde la filosofía la respuesta es que los derechos humanos son  aspiraciones o derechos «morales», es decir, derechos que todo ser humano puede hacer valer frente a cualquier otro ser humano; son pretensiones o exigencias  que poseen la fuerza de ser vinculantes para todos los demás seres humanos exclusivamente por el hecho de que se trata de aspiraciones de un ser humano, es decir, de un miembro de la comunidad, independientemente de sus diferencias culturales, sociales o de cualquier tipo. Aquí, lo individual se convierte en universal más allá del marco de los estados nación que desde la revolución francesa hicieron del ciudadano sujeto de derecho; por lo que,  si no lo eras carecías de esos derechos. La figura del apátrida, del sin papeles, relegaba a miles de personas a la periferia de los derechos humanos. Pero esta obligación no entiende de fronteras, y ahí radica su potencial transformador en la sociedad en la que vivimos, conscientes del cinismo eugenésico que eso supondría. A esta «obligación» moral, le corresponde el «derecho» moral de todo ser humano a ser respetado por todos los demás como un igual y de buscar la manera de que todos los derechos sean en todas partes. Los derechos «morales» son anteriores, pues, a cualquier disposición de carácter estatal.

En este sentido, todo ser humano tendría un derecho humano básico a gozar de derechos fundamentales o, en palabras de Hannah Arendt, «un derecho a tener derechos» (1951: cap. 9). De esta manera, ninguna frontera puede romper ese principio universal, ese derecho a tener derechos. Si así fuera, la igualdad como elemento fundamental que nos categoriza y pilar de toda sociedad que aspire a llamarse a si misma democrática, desaparecería excluyendo arbitrariamente y abriendo el camino al totalitarismo, a la segregación, a las “soluciones finales” en todas sus expresiones. Con la llamada Modernidad  las guerras de independencia de las colonias, la abolición de la esclavitud, el movimiento feminista o los movimientos migratorios, tras las grandes guerras, abrieron paso a la exigencia propia de la idea de los derechos humanos de reconocer los derechos verdaderamente a todo ser humano.

Sin embargo, los padres de Samir, siguen sin poder llegar a España, ni siquiera la embajada española en Islamabad, donde han huido perseguidos por la barbarie Talibán, les responde a los muchos correos electrónicos que se les han enviado. Nadie le coge el teléfono a Samir para confirmarle simplemente que han recibido el correo y que les notificará fecha de reunión. Mientras, los padres de Samir esperan sin saber siquiera si serán escuchados. Mientras, los padres de Samir se juegan literalmente la vida solo por tener la oportunidad de ser recibidos, sin saber siquiera si eso significará que puedan reunirse con su hijo después de casi diez años de separación y asesinato de sus hermanos de por medio. Sus circunstancias: Lo han dejado todo por tener una oportunidad.
Mientras Samir ha tenido que abandonar Cantabria y buscarse la vida en Madrid trabajando a destajo para enviarle a sus padres el dinero que puede para ayudarles a subsistir. Para intentar evitar que mueran asesinados, secuestrados, en la calle o, como muchos en su caso, no puedan esperar más para esa entrevista en la embajada y tengan que volver a Afganistán donde ya no les queda nada, porque lo vendieron todo para huir y tener una oportunidad.

Y llegados a este punto toda la reflexión del principio corre el peligro de volverse retóricamente absurda. Y llegados a este punto, a los padres de Samir, a cientos, a miles, millones de personas que, como ellos, solo esperan tener esa oportunidad de que esos derechos humanos hagan justicia en sus vidas y sean algo mas que palabras. Porque forma parte de esa obligación moral que esos valores puedan verse validados en los padres de Samir.

Porque si el hombre es un lobo para el hombre, si es bueno o no por naturaleza, quienes pueden hacer algo para que las “circunstancias” de los padres de Samir cambien, para que no les detengan, para que no les asesinen, para poder reencontrarse con su hijo. ¿Por qué no lo hacen?. Cuando todo eso, aparentemente tan complejo, tan sujeto a narrativas, relatos y discursos, se reduce a un hecho concreto como responder a un correo electrónico, a una llamada de teléfono. ¿Por qué no se hace?.

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