Menú escénico

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Los pasados días 2 y tres de junio, el Grupo de Teatro UC ofreció un menú escénico de cocina de autor, compuesto de aperitivo, que activó los jugos intelectuales y emocionales de los invitados, y que nos preparó para los sabores y texturas del plato fuerte, de digestión más lenta.

Entrante: RETROPROGRESIÓN, VUELTA Y VUELTA

El convite comenzó con la puesta en escena de la obra ganadora del Premio de Teatro Breve “Isaac Cuende”, “La danza sioux”, de la que es autor Rodrigo Llorente, y que dirige Francisco Valcarce. Un aperitivo para días festivos, libres de otros compromisos obligados, si no fuera porque su comicidad aparente tiene la virtud de estimular, vía sonrisa puesta, cuando no risa abierta, el repensar de nuestro ser, nuestro estar y nuestro hacer en el mundo que habitamos.

La obra plantea las relaciones entre los viejos modos de solventar situaciones -complicadas o no-, llevados hasta lo ancestral, con las novedades, traídas hasta las últimas generaciones de recursos tecnocientíficos. Que el autor haya propuesto una situación exagerada, aunque no exenta de verosimilitud, supone una más efectiva llamada de atención sobre nuestra relación con las cosas, con los otros y con nosotros mismos.

En una ocasión, el escritor Ernesto Sábato declaró que lo progresista consiste en estar en contra del progreso tecnocientífico. Pero ocurre que es tan poco sensato predicar contra el progreso, como cifrar el presente y el futuro de la humanidad en lo último del progreso. Con “La danza sioux”, Rodrigo Llorente nos viene a recordar que el progreso comenzó con la primera punta de lanza y, no digamos ya con el fuego, en torno al cual se celebraban danzas, con las que establecer una cercanía con lo sagrado, propiciatoria de beneficios para el bienestar y supervivencia de la especie.

Así, el autor pone en el limitado espacio del ascensor de última generación, con paredes de cristal, transparentes a todos los vacíos, tan inteligente como el edificio por el que asciende y desciende. Pero que también puede sufrir un parón en su subir o bajar, sin que ello suponga más contratiempo que la inquietud de los ocupantes, más si se trata de una mujer en avanzado estado de gestación, su marido, una joven propensa al vértigo, un jubilado con urgencias de vejiga…y un conserje, que desde fuera es el guardián de las esencias tecnológicas, que concurren en el prodigioso invento.

Los personajes se inquietan, todos, menos el conserje, que sabe que las heridas del progreso las cura el progreso. Solo hay que esperar, pues de su mano llegará una airosa salida. Pero pasa que el jubilado ya no puede contener más la fuerza líquida que arremete por dentro, la joven, al borde del pánico, y la mujer embarazada al borde del parto prematuro, mientras el marido ironiza, en un intento de desdramatizar la situación.

La espera no puede ser pasiva y recurren a esa voz sin rostro, que tiene respuesta para todo: la voz de Alexa. Esa voz sugiere que entretengan la espera escuchando la música de una ancestral nana, que las tribus sioux danzan. Y que tan deseables resultados proporciona a sus comunidades. Alexa les conecta la danza y, en efecto, el jubilado se siente aliviado, sin haber soltado gota, que parecía, por el momento, lo más urgente.

Entonces, Alexa cae en la cuenta de que la danza también tiene efectos sobre los embarazos, en orden a facilitarlos con placidez, que el caso del personaje podría adelantarlo, dado su estado avanzado. Y lo adelantó.

Desmayado el marido, son la joven y el jubilado quienes traen al mundo un nuevo ser, que también cabe en el ascensor. Y Alexa, esa voz, declara que lo ha vivido, como si de ella misma se hubiera tratado, y que así lo seguiría viviendo. Y es que en la voz mecanizada de Alexa resonaba el canto primitivo. Sin la conjunción de ambos no se habría llegado a un final feliz.

En un espacio escénico, imaginariamente acotado a los límites de una cabina de ascensor, las dos actrices y los dos actores, acomodan sus movimientos para no molestarse, al tiempo que dejan constancia de cuáles son sus estados de ánimo, con una actuación, según la que lo preocupante del momento se compadece con unos tonos gestual y vocal, que dejan sitio a un humor, aunque sea de circunstancias.

Mientras, el conserje espera en la portería, como si también conociera la danza sioux y sus virtudes, pero más bien confiado en que todo estaba bajo el control de una inteligencia, de la que sólo sabe que no es la natural, pero que a la postre sin esta, en modo instrumental, el resultado no habría sido el deseable.

Y es que el modo de avanzar más fiable es el de dar dos pasos adelante y uno atrás o, dicho de otro modo, mirando hacia adelante, sin dejar de echar una ojeado, siquiera de reojo, hacia atrás. Tener una danza sioux a mano, por ejemplo. O algo así.

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