Dialéctica del amor

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Si, como tengo para mí, un poemario debe leerse como se mira una exposición de pintura, y una exposición de pintura debe mirarse como se lee un poemario, “Estruendos de fragilidad inducida”, el recientemente publicado libro de poesía de Silvia Prellezo, editado por El Desvelo Ediciones, viene, sobre otros, a proporcionarme argumentos para persistir en mi apreciación. Dividido en dos partes, ya el poema con el que arranca la primera, “Instantáneas naturales”, sitúa los puntos de referencia en una sucesión de versos, pródigos en imágenes sorprendentes -algún crítico diría arriesgadas-, con más de una traza surrealista. Versos que bien pueden transustanciarse en cuadros colgados en una galería de arte. Versos, los de la primera parte en los que la poeta se pone frente al tema, que no es otro que el amor y las circunstancias, de distintas índoles, que pueden concurrir en él, para más adelante someterlo a un tratamiento dialéctico, en un intento de alcanzar una síntesis, por la que el amor sea la expresión de la felicidad, esa vivencia, no por efímera, precisamente por efímera, menos deseable y menos digna de luchar por ella, por si se da con el camino a ella lleve o por el que ella venga.

La segunda parte del poemario lleva el título del conjunto, a la vez que lo es de uno de los poemas, del que forma parte un verso que se titula igual, “Estruendos de fragilidad inducida”. El epígrafe es la garantía de una unidad conceptual y formal estrictas. Que atraviesa el poemario, que es comunicado con un entramado verbal, en el que no faltan palabras extrañas a la poesía, también al uso en la vida cotidiana, voces que a este lector le chirrían en los ámbitos de la sensibilidad poética. Quizá esos sean los estruendos, advenidos o buscados, que anuncia el título. En todo caso, para nada afecta al disfrute de una escritura, en la que la autora trenza una existencia con los mimbres de la naturaleza, el amor, la belleza, la felicidad, que se necesitan entre sí, y se funden para atemperar la inquietud de un estado de ánimo, tan emocional, como analítico,que considera el amor soporte de una felicidad, en la que concurren la naturaleza, en sus dimensiones mineral, sensitiva, racional -el Universo todo-, que configura un espacio existencial habitado por la belleza.

Para alcanzarlo, el amor ha de hacer oídos sordos a los ruidos, que perturban la calma necesaria, a la vez que mantener los ojos bien abiertos para observar con atención y actitud crítica la dialéctica entablada en su seno, entre el amor propio y el amor al, y del, otro, por lo que el amor tiene de otredad; entre la presencia y la ausencia, entre el gozo de la presencia y el temor  por la ausencia, que puede llevar al olvido, sobre el que la poeta escribe, al igual que con respecto a la felicidad, versos aforísticos o aforismos poéticos, en ocasiones a modo de definición, quizá en un intento de dotar de pasos seguros y mojones ciertos a una trayectoria existencial, que cabalga a lomos del amor, corcel tan fuerte como para durar una vida y, a la vez, tan frágil, como para sucumbir al primer tropiezo inesperado; tan seguro de sí mismo, como para no ceder a la ausencia y, a la vez tan afectado de flaqueza, como para sumirse en la duda y la incertidumbre; tan lúcido, como para alumbrar el mundo y, a la vez, tan confuso, como para rozar la ceguera…

En fin, un amor en lucha consigo mismo, con la esperanza de resultar victorioso y volar la existencia con las alas de la felicidad y la belleza, que le eleve a un erotismo, que lata con el apasionamiento, sin el que no puede hacerse nada grande, y una ternura, sin la que nada bonito puede hacerse, sabedor, el sujeto poético, de que el amor, o es grande y bonito o no lo es, amor, digo.

Silvia Prellezo ha escrito, no tanto un libro de poesía amorosa, que también, como un libro, en el que el amor es considerado desde las contradicciones, que anidan en su seno, así como desde la indagación de los caminos, que lleven a una feliz salida. Un libro en el que la emoción se compadece con la reflexión, en una especie del unamuniano sentir pensando o pensar sintiendo

Así lo ha mirado y leído este lector, que no puede leer y mirar por otro, y que también tiene para sí que todo lector se proyecta en lo que lee, que, a su vez, oficia de espejo, que le refleja. Sobre todo, si lo que lee es poesía. Y “Estruendos de fragilidad inducida” lo es.

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