Cuando el brillo se apaga

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En la segunda parte de la década de los 60 del siglo pasado, compartí aula en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central (Madrid), durante los tres cursos de la especialidad de Filosofía, con Fernando Savater. No eran buenos tiempos para las filosofías que pretendieran descender de las elevadas y oscuras veredas metafísicas, adoquinadas de un escolasticismo, no elevado, pero sí oscuro. No podría hablarse de mediocridad filosófica en el conjunto del profesorado sin incurrir en hipérbole. La expulsión de los profesores García Calvo y López Aranguren cerró puertas y ventanas al aire claro y fresco de nuevas ideas.

En aquella oscuridad relumbraba la brillantez intelectual de un alumno, Fernando Savater, quien, pertrechado de muchas y sospechosas lecturas para los guardianes de la dictadura, que habían puesto guardias a vigilar los pasillos de la Facultad, y dotado de una capacidad dialéctica arrolladora, constituía un sufrimiento para unos profesores, con apenas recursos dialécticos, para responder a aquellas intervenciones de un alumno de palabra fácil y brillante en su exposición.

Durante un tiempo prolongado fui leyendo las obras que, con la misma profusión de su palabra hablada en las clases, iban saliendo, escritas, de la brillante pluma de Fernando Savater. Igualmente asistía a sus charlas y conferencias, cuando las tenía a mano. Llegó un momento, ya lejano, en el que dejé de leer sus libros. No he sabido muy bien por qué, hasta que he acabado de leer el último publicado, “Carne gobernada”, con una suerte de subtítulo, “De política, amor y deseo”, presentados como tres compartimentos estancos. De sus bandazos políticos ya hemos ido sabiendo a través de sus declaraciones, decisiones y actuaciones públicas. ¿Bandazos?, quizá no tantos, quizá nunca se desprendió de su ser y su estar, su condición de niño de papá, que por tal, y por signos externos indisimulados, le teníamos sus compañeros en la Facultad, sin perjuicio para la paralela admiración por su fresca brillantez frente a la pesada perorata profesoral. Durante su segunda juventud y primera madurez quizá quiso redimirse con sus libros de aquella condición social privilegiada, y hacer carrera. Carrera hizo, pero se redimió poco, por más que nos recuerde su condición de detenido y preso en los calabozos franquistas. En el libro nos confía su vuelta al redil con un discurso tomado de Isabel Díaz Ayuso -¿o es ella quien lo ha tomado de él?-, elevando a Cayetana Álvarez de Toledo a los altares de las monjas-soldado. ¿Y de Vox?, niega que puedan suprimir autonomías e ilegalizar partidos malos, si gobernaran, al tiempo que calla lo que sí están prohibiendo donde cogobiernan en autonomías y municipios, en materia de libertades.

El amor y el deseo los presenta por separado, es decir, pueden darse amor y deseo formando un todo, como en su relación con la mujer con la que estuvo casado, pero el deseo no precisa del acompañamiento del amor. Lo que nos deja sin saber es si el amor puede darse sin deseo, ya puestos…Echa mano del Sartre que distinguía el amor sustancial, el que le unía a Simone de Beauvoir, y los amores accidentales, objetos del deseo, aunque Sartre a alguno de esos amores benefició, además de beneficiárselos. Parece que Savater también fue magnánimo, en nombre de un deseo, que le devolvió las ganas de vivir, tras la muerte de su amor sustancial o su santa costumbre, que dijo Unamuno del suyo.

Como temas adicionales, que no figuran en el subtítulo, Savater también desconfía de la filosofía, a no ser que origine debate, sin pretende ser crítica, pero, ¿puede originar debate sin ser crítica, sin formar conciencias y sensibilidades críticas? En cualquier caso, toda la obra de Savater está avalada por la recurrencia a filósofos, que refuerzan sus ideas. También en “Carne Gobernada”, Savater se acoge a los filósofos que le vienen bien, como buen profesor de filosofía que fue. De igual modo, dedica palabras no muy amables al feminismo, con el argumento principal de que no suelen ver con buenos ojos el amor romántico, que, al parecer, es su modo de amar, pero no aclara cuáles son los comportamientos, que requiere ese amor para ser vivido, si son los mismos para el amor sustancial y para los accidentales.

¿Qué ha quedado de aquella brillantez en “Carne gobernada”? el uso de un desparpajo, expresado con ironías aquejadas de alguna torpeza, así como de paradojas de baja intensidad, recursos con los que adquirió un prestigio intelectual, que este libro permite suponer que impostado. Escribe Savater: “Un cuerpo bonito de mujer (¡y el rostro, no olvidemos el rostro!) o de un muchachote bien plantado despiertan en el alma respetablemente concupiscente el grato escalofrío de la vida; en cambio una catarata o una puesta de sol son jolgorio solo para panolis”. ¡Toma romanticismo! Cuando el brillo se apaga, se adivina la herrumbre.

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