Rock and roll en la Plaza de Pombo: Alejo Stivel se reencuentra con Pepe Lamarca, el fotógrafo de las primeras sesiones de Tequila
Presentar tus memorias rodeado de libros en Gil es, digamos, lo suyo. Que además haya fotos a modo de exposición no debería sorprender tanto, encaja en la programación. Que sean sobre todo de flamenco ya empieza a diferenciar algo, que el autor de ellas esté en el público ya empieza a hacer que esto más que una presentación, sea algo especial; y que ese fotógrafo, un grande, te hiciera las primeras sesiones de tu banda hace ya que esto en lugar de una presentación sea una historia.
Los protagonistas son dos paisanos: Alejo Stivel, fundador y miembro de la mítica banda Tequila, y Pepe Lamarca, fotógrafo afincado en Cantabria, autor de algunos de los más icónicos retratos de leyendas de flamenco como Camarón, o de mitos como Pepa Flores, el nombre real y adulto de Marisol.
Hacia 39 años que no se veían: Pepe Lamarca, para quien Alejo pidió un aplauso en la presentación durante la presentación de sus memorias, ‘Yo debería estar muerto’, les hizo sus primeras fotos: una sesion para el primer single y los primeros posters que se pegaron en paredes.
Los dos coincidieron en un Madrid al que huyeron escapando de la cruel dictadura argentina, llegando a una España en la que acababa de morir su propio dictador, (“el Videla de aquí”, como lo definía Maribel Verdú en ‘Élite’).
Ya antes de llegar, y aquí entramos ya en las memorias de Stivel, tenían pensado montar una banda en su país de acogida. Decimos tenían porque era un sueño esbozado con su gran amigo Ariel Rot, a quien junto a su hermana, la actriz Cecilia Roth, conoció en un concierto de Paco Ibáñez.
No fue la música de autor en la que recalaron a sus 17 años. El rock fue para él “una tabla de salvación” que evitó que ese chaval que cruzado el océano para estar en un país desconocido sólo con su madre se convirtiera en un hombre “triste y marchito”.
Lo que sucedió es que Tequila, banda a la que automáticamente todos asociamos a la diversión, llegó “en el momento indicado, al lugar indicado y con el producto indicado”, con un estilo “evasivo” que encajaba con lo que quería la gente tras tantos años de tristeza.
El resultado fue un éxito instantáneo: en seis meses pasaron de los conciertos en colegios mayores a firmar su primer contrato y a vivir en la carretera, de plaza de toros en plaza de toros. Para entonces Alejo ya había conseguido lo que quería cuando iba al instituto: ser una rockstar.
Y la parte de Tequila es solo una de su cargadísima biografía que, como resumía quien le presentaba, el periodista cántabro Jesús Ruiz Mantilla (El País).
Stivel pasó del contacto con el boom latinoamericano en la literatura, con Cortázar como una presencia habitual en su casa, por la que era normal acoger a otros artistas argentinos como Federico Luppi, a sufrir la dictadura argentina y exiliarse a una España efervescente antes incluso de la movida madrileña.
Cuando la etapa de Tequila pasó y este “militante del rock” se convirtió en “un rockstar jubilado de 25 años”, tocó reinventarse: entre sus múltiples vidas está la de compositor de jingles publicitarios o productor musical. Suya fue la sugerencia de que Joaquín Sabina dejara de intentar tener una voz bonita y sacara más esa voz a punto de romperse. El resultado fue el disco, producido por Stivel, ‘19 días y 500 noches’.
Una última conexión cántabra enlaza directamente con el nombre de sus memorias. Ese ‘Yo debería estar muerto’ es una frase que deslizó en una comida en Santander (en el Hotel Bahía) previa a un concierto en Torrelavega, con el productor Álvaro Longoria, santanderino al frente de Morena Films y organizador del Festival de Cine de Santander, quien pensó primero en un documental sobre Tequila y se quedó con esa frase impactante que resume las muchas vidas de Alejo Stivel, capaz de escribir sus memorias pese a, como admite, tener muy poca.