Restauraciones monárquicas y expectativas democráticas
Se cumple este año el 150 aniversario de la Restauración Monárquica después de la I República y el 50 aniversario de la otra Restauración de la Monarquía tras la Dictadura del general Franco. Como señala Santiago Alba en su sugerente ensayo “España”, la Restauración de 1975 se asemeja mucho a la Restauración de 1875. Aun no estando de acuerdo con eso de que la historia se repite, las semejanzas entre estas dos restauraciones monárquicas y borbónicas son más que evidentes.
La Restauración de 1875, volvió a instaurar un régimen monárquico en la figura de Alfonso XII de Borbón después del llamado “Sexenio Democrático”. Se instauró un sistema político, ideado por Cánovas del Castillo, que se sustentaba en tres principios básicos: la Monarquía, la Constitución de 1876 y el bipartidismo, el turno entre dos partidos, el partido liberal y el partido conservador, los llamados “partidos dinásticos”, cuyas políticas no se diferenciaban demasiado.
Este sistema político de la Restauración o “sistema canovista”, inspirado en el modelo británico, blindaba al monarca que estaba por encima de la lucha política y era protegido por el sistema, era intocable e indiscutible. La Constitución de 1876, moderada, contaba con los principios fundamentales y en las Cortes residía el poder legislativo y controlaba al ejecutivo. Por último, el turno en el gobierno de los dos partidos dinásticos se aseguraba gracias a un sistema electoral fraudulento en el que el gobierno controlaba el proceso a través del Ministerio de Gobernación y apoyándose en el caciquismo.
Desde 1876 hasta 1917 el partido conservador y el partido liberal se fueron turnando en el gobierno con sus principales líderes, Cánovas del Castillo y Práxeles Mateo Sagasta respectivamente como presidentes del gobierno. A pesar de que el sistema dio estabilidad política durante más de cuatro décadas, apartando a los militares de la política, el sistema canovista no supo encauzar las reivindicaciones de las capas populares que pedían mayor participación política y los nacionalismos vasco y catalán que se rebelaban contra un estado muy centralizado. Estas tensiones sociales y políticas culminaron en una grave crisis a partir de 1917 que el sistema no fue capaz de resolver y la oligarquía ante el temor de perder sus privilegios se apoyó en el ejército para “poner orden”.
Estoy seguro estimado lector, estimada lectora, que al recordarte las características de esta “Primera Restauración”, ya has encontrado similitudes con el sistema político que se diseñó tras la muerte de Franco, el “Régimen de la Transición” o la “Segunda Restauración”. Comparemos algunas de sus características.
La Restauración Borbónica de 1975 se produce tras la muerte de Franco en la figura de Juan Carlos I. Al igual que 100 años antes, el rey fue puesto en el trono no por voluntad popular, no democráticamente, sino por la voluntad de los que ostentaban el poder en ese momento: en 1875 un golpe militar del general Martínez Campos proclama rey a Alfonso XII terminando con la I República; en 1975, Juan Carlos I es coronado rey por voluntad de otro militar, el generalísimo Francisco Franco.
Así como Cánovas del Castillo diseñó después un sistema político monárquico, constitucional y bipartidista, también en esta nueva Restauración de 1975, don Adolfo Suarez diseña un sistema político, el “Sistema de la Transición” que se basará en los mismos principios que la Restauración decimonónica: la Monarquía, la Constitución de 1978 y un sistema bipartidista.
La Monarquía se blindó en la Constitución de 1978 y ha habido un “pacto” entre los “partidos dinásticos” del momento, PP y PSOE, para no tocar la figura del rey que debía estar por encima del resto de la ciudadanía. La Constitución consagraba los derechos y libertades básicas, más progresista que la de 1876, también ha posibilitado una gran estabilidad, sin pronunciamientos ni golpes de estado, aunque con algún susto, como el del 23 de febrero de 1981.
En el “Régimen de 1978” también ha funcionado el bipartidismo, el PSOE y el PP se han “turnado” en el gobierno con no demasiadas diferencias en sus políticas, recordemos que el neoliberalismo económico en España lo consolidó el PSOE de González. Si en la Restauración del siglo XIX se turnaban al frente del gobierno Cánovas y Sagasta, en la más reciente Restauración serán Felipe González y José María Aznar y sus sucesores M. Rajoy y R. Zapatero los que se turnan en la presidencia del gobierno.
Como decíamos más arriba el sistema bipartidista de la Restauración de 1875 se basaba en un sistema fraudulento, los partidos dinásticos se ponían de acuerdo mediante el encasillado y con el apoyo de los caciques rurales aseguraban el triunfo electoral de uno u otro partido. Evidentemente ahora las elecciones no están amañadas, sin embargo, el sistema electoral deja mucho que desear, es poco proporcional y la circunscripción provincial sobrerrepresenta a las provincias con menos población y no da posibilidades a los partidos minoritarios, beneficiando el bipartidismo. Por otra parte, la financiación de los partidos políticos y de las campañas electorales cuentan con numerosas irregularidades y el papel excesivamente partidista y controlado por una minoría de los medios de comunicación, siembran serias dudas sobre la equidad de los procesos electorales.
La mayor crisis que tuvo el sistema de la Restauración se produjo en 1917. Una grave crisis social que se concretó en una huelga general convocada por UGT y apoyada por la CNT que tuvo mucho éxito y una crisis política que se concretó en la convocatoria en Barcelona de una Asamblea de Parlamentarios dirigida por la Lliga Catalanista de Cambó que exigía mayores libertades, convocatoria de elecciones y mayor autonomía. Toda esta contestación social y política no terminó, sin embargo, con el sistema de la Restauración. La oligarquía, ante el temor del empuje de las fuerzas populares y, especialmente después de la revolución bolchevique, utilizó todos los recursos a su alcance para terminar con la contestación.
El “sistema político de la transición” o “sistema suarista”, también después de casi cuatro décadas, ha tenido una grave crisis política. El movimiento del 15 M en 2011, cuestionó el sistema bipartidista y aglutinó el malestar popular ante un sistema en el que no se sentían representados. Por otra parte, el independentismo catalán en 2017 cuestionó abiertamente mediante un referéndum la sacrosanta “unidad de España”. Por último, numerosos casos de corrupción han salpicado a los dos partidos “del turno” y nos enteramos que el modélico y protegido monarca Juan Carlos I, no era tan modélico como nos lo habían pintado y ante los problemas de corrupción y “líos de faldas”, tiene que abdicar y termina autoexiliándose en un país que no es precisamente el paraíso de la democracia, Abu Dabi. Ante estos hechos que ponían en peligro los principios básicos del régimen del 78, de nuevo la oligarquía se organizó para defender sus privilegios.
Ante la crisis de 1917, para salvar el sistema se optó por un gobierno de concentración en el que se integró también a los nacionalistas catalanes al tiempo que se reprimía duramente las protestas populares. No fue suficiente la fuerte represión en la que se utilizó el ejército, la llamada ley de fugas y pistoleros al servicio de la patronal para descabezar el potente movimiento obrero por lo que, finalmente, un golpe militar dirigido por el general Miguel Primo de Rivera con la connivencia del monarca Alfonso XIII, terminaría definitivamente con las perspectivas de auténtica democratización del sistema político. Por cierto, un Alfonso XIII que, como su nieto Juan Carlos, se encontraba ya muy desprestigiado por sus corruptelas y devaneos amorosos.
Ante la crisis en el sistema de la transición que se abrió en 2011, la oligarquía financiera y política, aquello que se llamaba “la casta”, también se ha organizado para mantener su status. Ahora no han utilizado el ejército y la violencia de pistoleros, pero si toda la fuerza de las instituciones a su servicio: los medios de comunicación, la judicatura y la policía. Condenas ejemplares a los líderes del independentismo catalán, acoso mediático y judicial hacia Podemos y los principales líderes progresistas, incluido el actual presidente del ejecutivo que se ha atrevido a formar gobierno con grupos políticos progresistas y no un gobierno de concentración con el PP, el otro partido “dinástico,” como se hizo tras la crisis de 1917. De hecho, algunos socialistas de la vieja guardia defienden esta solución para salvar el sistema.
Como en los años 20 del pasado siglo, nos encontramos en un momento de incertidumbre política. La crisis del régimen del 78 es evidente, sus principios básicos se encuentran en entredicho. La monarquía más desprestigiada que nunca a pesar de los esfuerzos desde los poderes fácticos de presentar a Felipe VI como ejemplar y ocultando o ninguneando los enredos judiciales, los viajes y las fiestas del emérito. La Constitución del 78 se ha convertido en arma arrojadiza en la lucha política entre los dos grandes partidos, con lo que pierde el fundamento de una norma que debe ser el marco de la convivencia democrática. Por último, los dos partidos que se turnan en el gobierno se encuentran salpicados de continuos problemas de corrupción y tienen un funcionamiento muy poco democrático.
Las esperanzas regeneracionistas y de democratización del sistema político se truncaron en 1923 con el golpe militar de Miguel Primo de Rivera. ¿Se producirá la necesaria regeneración del régimen de 1978? Que el actual sistema político evolucione hacia una profundización democrática donde la ciudadanía pueda decidir libremente sobre el modelo de estado territorial que queremos y la forma de gobierno en el marco de un nuevo y amplio consenso constitucional o involucione hacia un sistema más autoritario que limite los derechos de la ciudadanía, va a depender de la correlación de fuerzas en la sociedad española. Las fuerzas más reaccionarias están creando un clima de crispación y enfrentamiento que unido a la debilidad de los partidos progresistas a la izquierda del PSOE y el ascenso de las posiciones políticas más derechistas en nuestro estado y también a nivel internacional, no auguran nada bueno.