La banalización posmoderna
El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler es nombrado canciller de Alemania. De su mano los nazis abolieron las libertades básicas y buscaron crear una comunidad «Volk» que en teoría unía a todas las clases sociales y las regiones de Alemania bajo el control de Hitler. Este proceso de nazificación no surge de la nada, quiero decir, alguien no se acuesta siendo demócrata y se levanta siendo nazi. Para que este cambio se de, es necesario que antes y al amparo de la democracia se normalicen determinados comportamientos, discursos y usos sociales. No puedo decir abiertamente “odio a los judíos” , pero sí se crean las condiciones favorables para que ese rechazo se inocule decir “primero los de aquí” o “vienen a quitarnos el trabajo” o “su religión y cultura les convierte en potenciales violadores”.
Nadie sabe cuando esto sucede, si el final será la deshumanización completa del “judío” en cuestión, pero de lo que si podemos estar seguros es que ya hemos subido uno de los peldaños. Y cuando el verdugo se quite la máscara nos nos sorprenderá que el rostro sea conocido, incluso el mismo que se refleja cada mañana en el espejo. Recuerda al personaje de Amadeo, el genial Pepe Isbert, como normaliza su trabajo de Verdugo, como si de un trabajo más se tratara, e intenta convencer a su yerno Jose Luis (Nimo Manfredi) de que sus trabajos no son tan diferentes, ya que Nino trabaja en una funeraria y es el responsable de recoger al condenado a muerte que Amadeo acaba de ejecutar.
Para Amadeo sus trabajos no son tan diferentes , la única diferencia es que para que Jose Luis pueda hacer el suyo, antes Amadeo debe hacer lo propio. Y en este concepto del deber es donde se apoya su razón moral; lo hace porque debe hacerlo, es su obligación. Su principio ético choca con el acto realiza. Hace lo que hace porque es su deber, porque la sociedad le ha puesto ahí para desempeñar tal labor, es su responsabilidad. Por lo tanto tiene cero conflicto de intereses. Al acabar su jornada volverá a casa con su familia, se sentirá abatido si algo malo le ha ocurrido a alguno de sus vecinos o si sus hijos están enfermos. Se indignará al ver como se maltrata a un animal o una joven es víctima de una violación múltiple, o empatizará con quien no puede llegar a fin de mes o pagar la subida de la hipoteca, porque él también trabaja y ve que cada vez la vida está mas cara y no queda otra que apretarse el cinturón.
En el imaginario de Amadeo la víctima no tiene siquiera que dejar de ser humana. Amadeo puede incluso empatizar con ella, y sentir que las circunstancias o las malas decisiones le hayan llevado hasta ese momento. Incluso Amadeo puede mostrar un rostro de sincera compasión. Incluso susurrarle al oído, mientras le coloca las bridas, un “ojalá estuviera en mi mano pero…” . Y a continuación la mano de Amadeo accionar la palanca. Amadeo no siente contradicción alguna en lo que ha hecho, porque Amadeo no cuestiona para nada el orden natural de las cosas en el que se ha criado, o en el que vive. Tan normal para Amadeo es asesinar a su víctima. Amadeo nos dirá en este momento que asesinan los asesinos que él lo que está haciendo es “ajusticiando”. Y aquí una de las claves, pues ese orden de las cosas necesita también de un lenguaje que le otorgue esa legitimidad para la normalización de la barbarie, esa coartada moral o ideológica en la que todo encaje.
Si los judíos dejaban de ser considerados como humanos sería mas fácil prescindir de ellos. No olvidemos que las leyes de Nuremberg ya establecían una Alemania para los alemanes que no fueran ni judíos, ni gitanos. De esta manera “ La ley definía a los ciudadanos como aquellos que fueran “de sangre alemana o con parentesco alemán”. Esto significaba que los judíos, definidos como una raza aparte, no podían ser ciudadanos de Alemania con plenos derechos y no tenían derechos políticos. “ . Como apunte, el estado de Israel aprobó en julio del 2018 su Ley fundamental que decía que el estadio de Israel es el estado nación del pueblo judío, y no de los israelís que allí viven, independientemente de su credo.
Cuando esto sucede, en el marco de la llamada democracia, si no has cuestionado el orden de las cosas como no hacía un Amadeo al que hemos humanizado tanto para demostrar que no hay que ser un monstruo para hacer monstruosidades, y lo aceptamos y cumplimos con nuestro deber, porque debemos ser un buen ciudadano que no pregunte, que no cuestione las órdenes, que normalice ser quien aprieta el botón, la palanca o el gatillo, que normalice que se haga, porque así son las cosas, porque “mejor ellos que nosotros”, o porque no se puede hacer nada. Cuando esto sucede, nos quedan cada vez menos peldaños. Hasta que ya no quede nadie. Hasta que nos convirtamos en uno de ellos. O quizás, de alguna manera ya lo somos.
Nota: imagen de la artista plástica Roberta Marrero.