Semana santanderina muy académica y poco ecológica. Paseando por sus calles me encontré plantas musicales y un homenaje a Ravel (el del bolero)

El mes de julio es muy musical en Cantabria: decenas de conciertos bajo el paraguas (y el sol) de artistas nacionales e internacionales. El mundo de la música clásica llena salas y jardines. Son ya XXIV veranos de encuentros “académicos” apadrinados por la Fundación Albéniz. El concierto inaugural fue el pasado martes. El miércoles hubo otro concierto de “vientos” (del sureste mayormente) en los jardines de Pereda con 6 guitarristas 6 y muchas plantas como espectadoras.
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Péter Csaba dirigiendo la Orquesta Sinfónica Freixenet

Concierto Inauguración – 150 aniversario del nacimiento de Maurice Ravel – 8 de julio – 20:00 horas – Sala Argenta

En el mes de julio aterrizan en Santander varias decenas de músicos para ampliar sus conocimientos en lo que se conoce como “Encuentro de Música y Academia”, este año en su vigesimo cuarta edición. 67 han sido los elegidos, mayoritariamente europeos y con edades en la veintena. Se forman (más bien se re-forman) durante el mes con profesores de reconocido prestigio musical y pedagógico, ofreciendo sus pericias como solistas, músicos de cámara y músicos de orquesta a lo largo de veintiún días (¡Aprovechen!: son 40 conciertos gratuitos 40; solo 8 de poco pago). El martes pasado fue el concierto inaugural con la Orquesta Sinfónica Freixenet del Encuentro, sala llena, autoridades y Péter Csaba dirigiendo.

Elisabeth Cerra y Natalia Markovic, arpistas

(Paréntesis: Menos mal que Freixenet y sus burbujas patrocinan la orquesta: “Mucho por brindar”. Lo llaman ser ‘mecenas’. No me imagino Orquesta Coca-Cola, Orquesta Burger King, Orquesta Prosegur u Orquesta Banco de España. Bueno, Prosegur y el Banco de España ya patrocinan cuartetos con sus apellidos: Cuarteto Arriaga de Banco de España).

El programa contemplaba la sinfonía más conocida de Johannes Brahms (1833-1897), la tercera op. 90, y dos delicadas piezas de Maurice Ravel (1875-1937): la ‘Pavana para una infanta difunta’ para orquesta (1899) y ‘La valse’, poema coreográfico para orquesta (1919-1920). Para el director transilvano Csaba (Cluj, 1952): “Este programa es Ravel. He programado esto como un regalo para el público de Santander y para Paloma O’Shea en este lugar donde ho fatto música”.

La tercera sinfonía de Brahms está llena de emociones, de momentos suaves y algún estallido sonoro de no fácil ejecución. Dicen que fue compuesta a lo largo de catorce años con un predominio de instrumentos de tesituras medias. La versión inaugural trascurrió plácida con una orquesta juvenil muy gestual, donde el allegro con brío del primer movimiento parecía agitarse con los oleajes de las cuerdas que reflejaban el disfrute de los músicos (y del fagotista inglés Patrick Kearney, pendular toda la velada). Aunque el agitador principal fue el director Csaba, intenso y poco relajado en esos movimientos tranquilos que piden disfrutar de paisajes y soñar con mejores mundos. Movimientos como el cuarto –Allegro final- que piden graduar intensidades y acabar apacibles. Todo correcto ma no eccitante.

Con pequeños cambios en la orquesta, la aparición de dos arpas y siete percusiones, la segunda parte fue muy raveliana, tranquila con la ‘Pavana’ y con numerosos cambios melódicos, vueltas y revueltas en torno al vals vienes, en ‘La valse’, lleno de oleajes orquestales y suaves neblinas iniciales con el rumor silencioso de los contrabajos. Poco más de doce minutos de agitadas, elegantes y bulliciosas melodías; el compositor un poco vasco (nació en Ciboure hace 150 años) se lo debió pasar en grande; la orquesta Freixenet también, burbujeante ella.

Contentos todos -y metidos ya en valses vieneses-, hubo propina explicada. Un bis para celebrar los 200 años del natalicio de Johann Strauss hijo -el rey del vals-: el ‘Kaiser-Walzer’ (Vals del Emperador, 1889). Los oleajes en la orquesta fueron ya imperiales.

Formación final con Ravel ya celebrado

 

Jardines de Pereda-Centro Botín – Concierto para plantas – 9 de julio – 13:30 horas

Formación inicial más sombreada

Hay iniciativas que vistas con ojos de espectador lógico y ecológico parecen un disparate: un concierto para plantas para relacionar las “interespecies a través de la cultura y el arte”. Ocurrió el miércoles pasado. La convocatoria era musical y botánica a la vez: llevar plantas para escuchar a media mañana en los jardines de Pereda un sexteto de guitarras.

Primer giro evitando insolaciones

Un viento moderado del sudeste azotaba el muelle de Calderón y los jardines. No era fácil sujetar las partituras debajo de un fresno de dimensiones medias que tapaba poco el sol. A pocos metros la sombra era frondosa, pero “el fondo tiene que ser el Centro Botín” y el lugar elegido era el mejor para ello (sic). Así que seis valerosos guitarristas -Alejandro Liz, Cecilia González, Diego Barreda, Jaime Velasco y Juan Delgado dirigidos por Natalia Diaz, profesora del Conservatorio Jesús de Monasterio- lucharon contra los elementos. A esto el artista pensador lo llama “sacar la música a un entorno natural” (menos mal que no llovió, pero molestaban ladridos de perros, bicicletas con reguetón, operarios municipales, paseantes hablando… lo natural en un parque de ciudad).

Por cierto, la idea de esta performance vegetal era de Eugenio Ampudia (Melgar, Valladolid, 1958), un artista multidisciplinar que vive y trabaja en Madrid intentando “evolucionar teniendo en cuenta la naturaleza si la miramos de forma horizontal”. Lo vertical debe ser peligroso y Madrid, cada vez con menos árboles, no debe seguir sus enseñanzas.

El concierto no cumplió horario pues hubo que esperar al alumnado del curso que impartía Eugenio. Aparecieron todas y todos con una maceta de laurel crecidito, esa planta a la que le esperaban las piezas renacentistas y del barroco que se tocaron (por cierto, de autores alemanes, franceses e ingleses. Quizás las plantas también eran buenas para bailar una sarabanda de Pachelbel o aprender inglés con una feria renacentista londinense). Las palabras del artista definieron a su manera lo que pasaba: “No se va a oír como quisiéramos, sino va a ser como queremos”. Pues eso, galimatias: no se oía bien, las plantas no se enteraban, el viento continuaba, las partituras por los suelos y traseros, el sol poniendo morenos a la mitad de los guitarristas; pero todos contentos, las plantas os quieren.

Recolocando partituras y el sol amenazando por la izquierda

Se agradeció el esfuerzo y profesionalidad de los guitarristas locales inmersos en un despropósito poco sostenible: cien personas bailando y pisando un césped que también son plantas. ¿Ecología? ¡Qué es eso!

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