Elegancia, serenidad, voz con alma. Bernarda Fink, la gran mezzosoprano argentino-eslovena pasó por Santander. Una delicia entrevistarla

Barbara Fink cantando en la sala Argenta
De padres eslovenos amantes de la ópera en esloveno, Bernarda Fink se formó en Buenos Aires en los años 60 y 70 del pasado siglo, primero en corales y luego en ese lugar privilegiado de formación que es el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Su salto a Europa (salto con un océano musical por medio), de la mano de un director suizo de grato recuerdo, le llevó a ser conocida y artista preferida de directores como Nikolaus Harnoncout, Rene Jacobs, Ricardo Mutti, Daniel Barenboim, Bernard Haitink… Más de cincuenta grabaciones permiten conocer su dominio de compositores como Bach o Monteverdi, Piazzolla o Mozart, Schubert o Guastavino. Las grandes orquestas del mundo la requirieron hasta su retirada parcial en el año 2022. Santander ha revivido sus ganas de cantar, algo que hizo en dos conciertos.
+ ¿De dónde nace tu amor por la música clásica?
– El amor por la música clásica me lo hicieron mis padres en la cuna. Mis padres, nacidos en Ljubliana los dos, crecieron en la ciudad capital de Eslovenia. Se conocieron de estudiantes cantando en un coro de iglesia. Mi padre escribió una carta: “Estimada señorita Valentina” para declararse. Como estudiantes iban a la opera todas las semanas, era normal. Entonces todavía se hacían las óperas en idioma esloveno, traducidas. Llegó la Gran Guerra (la II Guerra mundial) y tuvieron que irse; llegaron a un Buenos Aires donde las visitas a la ópera eran imposibles. Los niños venían uno tras otro, somos seis en total. En casa oíamos selecciones de clásicos y todo se quedaba en la memoria. Crecí con música sinfónica, música de coro porque cantábamos en coro. Dicen que todos los eslovenos juntos hacemos un coro; allá se canta mucho, ahora también.
+ Llegó la formación en el Teatro Colón, en aquellos tiempos majestuoso…
– En aquellos tiempos y en estos. Recuerdo que con diecisiete mi papá fundió la plata, compró entradas y fuimos al Teatro Colón por primera vez. Ahí es donde lo conocí de cerca por primera vez: era “La viuda alegre” en español. Me quedé loca; fue magia, un encantamiento que yo no conocía en mi misma. No entendía de qué se trataba. Todo el fenómeno de la ópera me fascinó tanto que casi me caigo por el balcón al escenario.
Un día, así a lo loco, leí en el diario un anuncio que decía que se abrían las audiciones para el Instituto del Teatro Colón. Yo iba a una profesora, porque en el coro queríamos mejorar el nivel; dominaba todas las Aria Antique y en especial Porgi amor de Mozart. Me dije, voy, canto mi aria –Porgi amor-, y ocurrió algo completamente loco: ese año decidieron no tener ocho aspirantes seleccionados de entrada sino veinte, para hacer la selección en el segundo año. Solo así pude entrar.
+ Luego vino el salto a Europa…
– Hubo antes muchas cosas. Tras tres años de duro trabajo, de terribles frustraciones, un profesor me dijo: “Estoy convencido de tu voz. Si quieres trabajar conmigo gratis un verano y va bien, el año próximo puedes empezar conmigo en el Instituto. Y si no, nos olvidamos y no pasó nada”. Bueno, ese verano me cambió la vida.
+ Llegaste a Europa en noviembre de 1985.
– La puerta fue Michel Corboz, un conductor suizo que tenía el Ensemble Vocal & Instrumental de Lausanne. Fue uno de los primeros que hizo Monteverdi. No era uno de los popes de la música antigua, como Jacobs o Harnoncourt, pero había hecho mucho Bach e iba muy seguido a Buenos Aires. En el año 1985 ya tenía mi billete para ir a Europa en octubre, hice una audición con él y me dice: “En noviembre tengo un oratorio de Navidad en Roma y todavía no tengo contralto. ¿Lo harías?”. Me vine a Europa con un contrato en el bolsillo. Tuve así una estrella especial, un camino acompañado que yo siempre le pedí a Dios que me mostrara.
+ Y te lo mostró: Harnoncourt, Mutti, Barenboim, Nagano…
– También me mostró después a Haitink, que fue una experiencia hermosa, hermosísima. Recuerdo la primera cosa que canté con Harnoncourt: la Missa Solemnis de Beethoven. Harnoncourt me fascinó y me siguió invitando durante 17 años.
+ Aunque Monteverdi está en tus preferencias, yo lo uniría a los lieder clásicos y románticos y a la argentinidad que está en canciones tuyas desde Piazzolla a Guastavino. ¿Dónde te sientes más cómoda actualmente?
– Actualmente más cerca de Guastavino, pues estoy en una edad en que las puertas se van cerrando. Estoy volviendo a la infancia de alguna manera, que no es la infancia sino la juventud y mis orígenes. Cuando vine a Europa me sentí inmediatamente en casa. Las cuatro paredes de mi casa eran Europa, eran Eslovenia por educación, idioma materno, tipo de vida…
+ Los ingleses dicen de ti que eres la voz más elegante. Los franceses han dicho de ti ‘Bernarda Fink o la serenidad’, los alemanes “la voz con alma”. Una voz que ha evolucionado. ¿Cómo ves tu larga trayectoria?
– Yo sentía que cantando se desprendía de mí una energía de mi corazón. Es algo que me pregunté después a lo largo de mi trayectoria: ¿Cuál es la razón por la que canto? ¿Qué es lo que quiero obtener con cantar? Recuerdo trabajar técnicamente mi voz, desarrollar una paleta de emociones, ser capaz de dar. Para mi la definición era amar con la voz, comunicarse con el público, quererlos. Eso me ayudo. Yo tenía muchos nervios, dudas, los artistas siempre dudamos de nosotros mismos. De alguna manera es necesario. Es una carrera pesada, es duro.
Hay notas con las cuales tienes que acariciar al público, los tienes que querer, abrazarlos con la voz. La calidez es una cosa técnica. Luego viene el apoyo correcto, la dicción correcta. Se va combinando. Es personal, depende del carácter y el mío es más bien… dador. Soy tímida, soy introvertida y lo que quiero no es atacar al público -que también a veces hace falta con ciertas notas- sino acogerlos, invitarlos.
+ Has dicho alguna vez: “El arte florece en épocas de crisis”.
– ¿En serio? Tengo que pensarlo. Es un fenómeno emocionante. Es lo que nos salva. Ver la pequeña sala Pereda y la sala grande -Argenta- llenas es un fenómeno que me asombra. La gente se acostumbró a esto, ¡cómo les educaron, veinticuatro años…! Increíble.
+ Otra frase tuya: “Sorprende que tantos jóvenes quieran cantar”.
– Sí, me sigue sorprendiendo. ¿Por qué pasa? ¿Qué es lo que quieren? Porque, obviamente, uno ve que todos esos jóvenes que quieren cantar no van a poder hacer una carrera de solista, una carrera de cantante de ópera, porque físicamente es imposible que todo este mundo de la ópera pueda dar trabajo a tanta gente. Creo que es una necesidad, un camino muy apasionante.
Cuando enseño les digo: “Preguntaros: ¿cuál es la razón por la cual canto?, ¿qué es lo que quiero dar al público? Si es mostrarme a mí mismo para ponerme un vestido bonito, estar en el escenario y escuchar el aplauso, eso nunca es la razón buena”. Algunos buscan demasiado eso; hay que buscar el balance (dicho al modo francés) porque también necesitamos eso. Necesitamos gente como Anna Netrebko que cantan con ella las luces del escenario y se siente feliz. Hace falta cantantes como ella; si todas fueran como yo sería un poco triste. (O mejor) (Risas) A veces pasa también esto: gente que es introvertida, busca el escenario para encontrar el balance, para obligarse a salir de sí mismo.
– ¿Cómo resumes tu estancia en Santander, tu magisterio junto al mar, tu encuentro con el Encuentro?
– Estoy llena de agradecimiento porque son tan afectuosos todos y la organización es fantástica. Incluso me han convencido de cantar. Yo ya no cantó, me retiré hace unos años paralelamente a la pandemia, sintiendo que yo ya estaba acabando. Estoy llena de agradecimiento porque Luis Fernando (director del XXIV Encuentro de Santander) es un organizador increíble, todo son atenciones. Estuve hace tres años, pero ahora lo disfruté todavía más.
(Pregunta final de una estudiante de catorce años, presente en la entrevista) + ¿Por qué crees que te has hecho tan famosa? ¿Qué te diferencia de otros cantantes?
– ¡Ah, que buena pregunta! Es curioso. Yo nunca fui amiga de los social media, nunca tuve Facebook o Twitter. No pienso que sea famosa. ¿Qué es ser famoso? Si hay mucha gente que me conoce espero que sea para que conozcan la belleza; siento que a través mío pasa la belleza de la música, la belleza de una luz. Somos seres divinos, seres espirituales no solo seres de carne. Mi trabajo siempre fue limpiar el vidrio para que la luz pase bien. Yo creo que ese es el trabajo que podemos hacer. Y luego, ser famoso es secundario.
Hvala ti, Bernarda (“Gracias, Bernarda” en esloveno)