Del desierto a La Granja: infancias contra la parálisis política

A un entorno tan verde como el de La Granja ha llegado algo de la arena del desierto. En verano, el Centro Integrado de Formación Profesional La Granja, en la localidad de Heras, se transforma en el hogar de 14 niños saharauis con distintos grados de discapacidad
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Antes de subir la cuesta que conduce a La Granja, ya se percibe el ambiente: sillas de ruedas, voces y risas infantiles que llenan el espacio. En estas instalaciones de la Consejería de Educación en Heras (Medio Cudeyo), hay una pista de fútbol, zonas al aire libre y, a medida que se camina por el recinto, aparecen las manualidades y creaciones de los propios niños.

Sus familias se exiliaron en el desierto después de que Marruecos ocupara, hace ya medio siglo, el Sáhara, que fue provincia española. Desde entonces, el pueblo saharaui vive entre el exilio en los campamentos o los abusos en los territorios ocupados, sin que el Gobierno español haya intervenido para defender a lo que fue su colonia, que todavía espera su independencia.

La falta de control sobre su propio destino se refleja en todos los ámbitos de la vida cotidiana: desde los nombres de los campamentos, que remiten a las ciudades perdidas, hasta las precarias infraestructuras sanitarias, cuya carencia afecta con mayor dureza a la población infantil y, dentro de ella, a los menores con discapacidad. Son ellos los que estos días están en La Granja de Heras.

 

Interior y exterior del CIFP La Granja, en Heras, donde se desarrolla la iniciativa Vacaciones en Paz.

 

Vacaciones en Paz a medida

Vacaciones en Paz es una iniciativa solidaria que, en Cantabria, se coordina a través de Cantabria por el Sáhara -miembro de la Coordinadora Cántabra de ONGs-, Alouda Cantabria y la Delegación Saharaui. Su objetivo es ofrecer a estos niños y niñas un verano alejado de las duras condiciones del desierto del Sáhara, al tiempo que visibiliza la situación de ocupación y exilio forzado que sufre el pueblo saharaui desde hace casi medio siglo.

A este programa, con un fuerte arraigo en Cantabria, se ha sumado en los últimos años una iniciativa especial centrada en la atención a la infancia con discapacidad. Para asegurarles una atención adecuada, Cantabria por el Sáhara ha firmado un convenio de colaboración con Moviendo Arena, una organización especializada en la intervención con personas con discapacidad. Mientras la asociación cántabra gestiona toda la parte logística y burocrática, Moviendo Arena —de ámbito estatal— se encarga de la coordinación diaria: desde la organización de los voluntarios hasta las terapias y el acompañamiento directo a los niños.

En los pasillos donde se ubican las habitaciones, cada puerta luce las fotografías de los niños que duermen allí, agrupados según afinidad. “En esta duermen los tres mosqueteros”, bromea Cova, una de las voluntarias. Algunos de los voluntarios pernoctan allí, haciendo guardias para atender a los menores, mientras otros se incorporan durante el día.

Algunas de las creaciones de los niños en La Granja, realizadas durante las actividades del programa.

La mayoría de los niños acogidos en Heras presentan distintos grados de parálisis cerebral: algunos con afectación cognitiva y otros sin ella. En los campamentos de refugiados saharauis, las complicaciones en los partos son frecuentes debido a la falta de recursos médicos y de condiciones adecuadas, lo que provoca en muchos casos daños neurológicos irreversibles. Los niños tienen entre 6 y 14 años, y cuatro de ellos repiten estancia este verano, después de haber llegado por primera vez a Cantabria cuando apenas tenían seis.

Algunos niños comenzaron el programa en Italia. La iniciativa de incluir a menores saharauis con discapacidad dentro de Vacaciones en Paz nació gracias al trabajo de la italiana Rossana Verini, que desde la Casa Paraíso (Bol-la), en Dajla, empezó a acoger a pequeños con necesidades especiales y a trasladarlos cada verano a Italia para recibir tratamientos médicos. Con el tiempo, en ese camino se cruzó el cirujano cántabro Fernando de la Torre, que desde 1995 lidera comisiones sanitarias en los campamentos de Tinduf. La conexión entre ambos permitió sumar recursos, materiales y apoyos institucionales desde Cantabria, donde el Gobierno autonómico y varios ayuntamientos respaldaron la apertura de un centro de atención a la discapacidad en los campamentos tras la pandemia. En 2022 se dio un paso más: por primera vez un grupo reducido de niños viajó a Cantabria, alojándose en el albergue de Talledo (Castro Urdiales). Un año después lo hicieron en Boo de Piélagos y, desde 2024, en el Centro Integrado de Formación Profesional La Granja, en Heras.

El día a día está cuidadosamente organizado por los voluntarios, que se reparten turnos para atender a los menores desde primera hora de la mañana. Aunque es verano y se procura dejarles descansar, muchos son madrugadores. Entre las nueve y las diez menos cuarto empiezan a levantarse. Cada niño elige la ropa con la que se le viste, desayuna y se lava los dientes —o cambia de conjunto si cambia de opinión— . Después, arranca la jornada con talleres y actividades: fisioterapia, juegos educativos, manualidades, hipoterapia con caballos, teatro de títeres, cuidado de las gallinas de la granja, excursiones a la playa…“Hacemos todo lo posible para que no haya tiempos muertos y siempre estén estimulados. Se trata de que la experiencia les sirva para mejorar físicamente, pero también para que se diviertan y puedan empaparse de todo”, resume una de las responsables.

El espacio también cuenta con un aula, donde se realizan actividades de estimulación cognitiva. Allí, una voluntaria guía a una de las niñas: “Vas a dibujar flores con los dedos, sólo con la ‘puntita’. Silvia te va a ayudar”, le dice mientras le ofrece los colores.

Una de las niñas recibe estimulación en el aula por parte de las voluntarias.

 

LOS PEQUEÑOS EMBAJADORES

Uno de los niños que inició el programa en Italia con seis años es Maruf, quien padece parálisis cerebral tetraspástica y presenta dificultades de comunicación. En dos ocasiones ha permanecido tanto en España como en Italia para someterse a intervenciones quirúrgicas, y hoy es capaz de caminar con andador de forma autónoma. Este verano será el último en el que participe, ya que el programa establece el límite en los 14 años —los menores con discapacidad pueden permanecer un par de años más que aquellos con un desarrollo típico—. “Lo que más fomentamos aquí es la autonomía y la independencia de cada niño, para que, a pesar de sus limitaciones motoras, puedan desenvolverse con seguridad en su entorno.”, explica una de las voluntarias.

Esa autonomía que Maruf ha logrado es también la que representa Mata. Él comenzó en el programa con seis años, con una parálisis cerebral que le provocaba movimientos distónicos y atetósicos. Hoy, con 18, regresa a Heras en calidad de voluntario. “A Mata le cambiábamos los pañales, y ahora viene como voluntario”, recuerdan los organizadores. Su figura, como la de otros jóvenes que ya han pasado por la experiencia, es clave para los que llegan nuevos: facilitan la adaptación, sirven de ejemplo y ayudan a que los más pequeños no se sientan solos. También se convierten en un apoyo fundamental para el equipo, ya que colaboran en las traducciones y ejercen de mediadores entre voluntarios y niños recién llegados.

Otra de esas historias de largo recorrido es la de Salama. Inició el programa en Italia con seis años y, desde hace cuatro, continúa también en Cantabria. Gracias al programa sanitario, ha podido permanecer en España para someterse a operaciones quirúrgicas y continuar su rehabilitación en paralelo a la escolarización en un centro de educación especial. “Eso es fundamental cuando conseguimos que los niños se queden aquí por condiciones médicas”, explican los organizadores, ya que la escolarización en centros de educación especial permite un trabajo más completo y multidisciplinar. Este mismo verano, Salama fue operado de la cadera y su madre pudo viajar con un visado para acompañarlo: ella misma había sido niña del programa Vacaciones en Paz en Sevilla. Una segunda generación que evidencia la paralización y abandono de la causa.

Azza tiene 12 años y padece una parálisis cerebral tetrapléjica, aunque sin afectación cognitiva ni de comunicación. Empezó en el programa en Italia con apenas seis años. Pasó un tiempo con una familia de acogida en Tenerife, pero, por motivos laborales, no pudieron continuar y finalmente recaló en Heras. En el centro es imposible no escuchar su risa: la más fuerte de todas. “Me encantaría venir a trabajar aquí”, asegura. Azza es ya toda una veterana: conoce a todo el mundo, hace de mediadora, traduce cuentos y se ha convertido en un apoyo natural para los más pequeños. Sueña con ser traductora y está aprendiendo a tocar el piano. Una de las cosas que más le gusta de España es la comida, salvo la sopa, que declara como su gran excepción. Es también de las más “dormilonas” y se reconoce en plena adolescencia, “que es muy difícil”, bromea. Como veterana, ha normalizado incluso las actividades estrella: “A los nuevos les flipan los caballos. Yo, como lo hago todos los veranos, ya estoy acostumbrada”, dice con una sonrisa.

Azza, participante veterana del programa Vacaciones en Paz, junto a otros niños y una voluntaria en el centro de Heras.

En La Granja también hay casos como el de Mehdi, cuya discapacidad es mucho más leve. Su única afectación es una deformidad en el pie, mientras que en el plano cognitivo, social y emocional su desarrollo es plenamente típico.

«ES IMPOSIBLE DESVINCULAR LA CAUSA DEL CONTEXTO POLÍTICO»

Covadonga, sevillana, dedica sus vacaciones a estar en el centro de estancia. Es tanto voluntaria como parte de la organización: coordina la parte de terapia y forma parte del equipo de Moviendo Arena. Apenas cruza la puerta del centro y ya se escucha un coro de voces llamándola: “¡Cova! ¡Cova!”. Lo que más le cuesta, confiesa, es el seguimiento de los programas. “Realizar un plan de fisioterapia aquí es posible, pero luego es muy difícil mantenerlo en los campamentos. Lo más complicado de todo es el seguimiento cuando los niños vuelven allí. Falta estimulación por parte de las familias, muchas veces por no entender cuál es el proceso. Y eso se repite prácticamente en todos los ámbitos: a nivel médico, a nivel educativo… Muchos de los niños que tenemos aquí están escolarizados, pero otros no, por el difícil acceso y la escasa adaptación que existe para la discapacidad motórica en los campamentos. Sobre todo, la dificultad está en la continuidad y en el seguimiento”, explica. En contraste, lo más gratificante para ella es ver la evolución: en un solo verano es posible apreciar un importante cambio en los niños.

Los niños del programa Vacaciones en Paz participan en actividades de estimulación y seguimiento para favorecer su desarrollo durante el verano.

 

 

Noelia, otra de las voluntarias, ha conseguido implicar a toda su familia y anima a cualquiera a vivir la experiencia. “Yo probé un día y llegué a casa sin bragas”, recuerda entre risas. Fue en su primera jornada, cuando salieron a la playa y ella no tenía bañador. Desde entonces, vuelve siempre que puede. Este es ya su segundo verano en Heras, y su hijo, de ocho años, se ha convertido en el voluntario más joven del grupo.

Otra pieza fundamental del equipo son los jubilados. “Los jubilados tienen mucho tiempo, paciencia y experiencia”, comenta Noelia. Desde Ana María en la cocina, pasando por Conchi en la lavandería, hasta Charo, su “máquina” para gestionar las citas médicas en el hospital, la red de voluntarios, que durante todo el verano ha contado con aproximadamente 200 personas, abarca edades desde los nueve hasta más de ochenta años. “Una de las cosas más bonitas del grupo es la intergeneracionalidad”, resume.

La situación de los niños que participan en el programa está profundamente ligada al contexto político de su país. En el equipo de voluntarios lo tienen claro: “Es imposible desvincular la causa del motivo político. Al final, tienen que lidiar con sus políticos y con los nuestros”, apuntan. Por eso, consideran fundamental que todos los voluntarios conozcan los motivos que llevan a los menores a participar en el programa y asumir que la ayuda que se presta no puede separarse de la dimensión política. “Si su pueblo estuviera libre, ellos tendrían sus propias instituciones, sus hospitales, lo que es suyo. Al final, los niños no dejan de ser representantes de la causa política que se vive allí”, explican desde la organización.

Desde temprana edad, los niños participantes muestran conciencia de la situación de su país.

Los niños permanecerán en La Granja de Heras hasta el día 27 de agosto. Después dejarán atrás las plantas, los caballos y los parques para regresar a los campamentos de refugiados, donde sus familias los esperan con ternura. Volverán con sus pequeñas mochilas cargadas de recuerdos y aprendizajes hacia el único hogar que conocen, donde la arena no es el único obstáculo que frena el avance de sus sillas de ruedas.

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