Territorios imaginarios en el Palacio: teatro de dilemas y una orquesta -la OSCAN- de gira por el nuevo mundo de Dvořák

El dilema del corcho – Tartean Teatroa – Sala Pereda – 19 de septiembre – 20:00 horas
“Si usted me ha entendido es que me he expresado mal”, una frase que se repite en una obra de teatro escrita por Patxo Tellería (Bilbao, 1960) con una doble vida: primero en euskera, ahora en castellano. El problema argumental empieza y continúa cuando no se acaba de entender lo que pasa en ochenta minutos de vueltas y revueltas, de dilemas forzados a partir del primero: un catedrático de filosofía -con muchas izquierdas de al lado de Bilbao- tiene un cáncer a sus 70 años que solo puede curar con una máquina donada por un superrico (no dicen que sea Amancio Ortega, pero está clarito) con la que no quiere ser tratado por ser una forma de evasión de impuestos, algo que él siempre ha denunciado.
Una decisión que quiere hacer pública y en la que se entromete un antiguo alumno recordándole su pasado, su presente e intentando alterar su futuro; un auténtico alborotador desvergonzado con muchas caras diferentes (policía, alumno al que no le gusta estudiar, alumno preferido, camarada preso durante 30 años, escritor, correveidile…). Interpretado por el autor del texto termina resultando un personaje a la vez gracioso y justiciero por lo que dice y por su capacidad camaleónica de cambio (el giro final del guion es ya el no va menos: Iñigo Ortiz, que así se dice llamar, no es Iñigo Ortiz).
A su lado Ramón Barea (Bilbao, 1949) es Xabier Iriarte, prestigioso intelectual que recibe en su casa (escenografía tipo Barakaldo, o sea: Ikea) a alguien que se hace pasar por varias personas, todas conociendo muy bien al viejo profesor. Los diálogos trascurren mezclando un humor boomer y una filosofía de salón reconocible que hacen grato el trascurrir de los dilemas. Final abierto para que el espectador se lleve a casa el problema, básicamente ilógico y oncológico. También con frase: “En esta batalla, el que no pierde la vida, pierde la dignidad”.
El autor dice que El dilema del corcho es un thriller que puede ocurrir en cualquier parte (por ejemplo, Berlín), pero todo suena a País Vasco: Iberdrola, ETA y un comunismo de andar por las aulas de la universidad pública de Lejona de 1985. Por si no fuera la obra suficientemente vasca, el programa de mano que se entrega invita al estreno del pasado octubre en el teatro Arriaga (¿?).
Al final de todo, lo más rescatable es el recital actoral de Ramón Barea y su pareja Patxo Tellería, dos actores en estado de gracia al servicio de un retorcido texto que tiene sus momentos seductores: siglo XX, cambalache bilbaíno.

Fotografías: OSCAN
Territorios imaginados – Orquesta Sinfónica del Cantábrico (OSCAN) – Sala Argenta – 20 de septiembre – 20:00 horas
Cincuenta y un músicos constituyeron la última formación de la OSCAN, además de su directora Paula Sumillera (Santander, 1987) y un invitado especial: el violinista Miguel Borrego Martín (Madrid, 1971), concertino de la Orquesta Sinfónica de RTVE y Premio Nacional de Música 2013, toda una garantía de buen hacer y de disfrute como solista. El programa le unió a la Orquesta Sinfónica del mar y bahía local en la Sinfonía Española, op. 21 de Édouard Lalo (1823-1892). La segunda parte de la noche estaba dedicada a otro compositor que cruzó mares: Antonin Dvořák (1840-1904) y su Sinfonía nº 9 en Mi menor, op. 95 (1893), la sinfonía de ese “Nuevo Mundo” lleno de amaneceres y nuevas ilusiones de una nueva vida al nacer (letra del compositor cántabro Juan Carlos Calderón cantada por el grupo Mocedades).
La Sinfonía española (1873), escrita en Francia por un compositor que nunca pisó España, juntó tres energías: la del violín Carlo Tonino de 1710 de Miguel con los ritmos festivos de Lalo y un torrente expresivo de alguien que dirige, bailotea y empuja a cada sección con marcados bríos desde su atril y batuta. Miguel fue afianzándose con cada movimiento; con una técnica perfecta, se olvidó para bien de mirar la partitura en el Allegro molto y brilló en el explosivo Rondo – Allegro final. La orquesta acompañaba tanta alegría perdiendo algunas suavidades (y un percusionista lastimándose un dedo) en habaneras disfrazadas de intermezzo. Las sonrisas recorrieron las secciones y la sala correspondió.
Segunda parte, ya con la orquesta dependiendo de sí misma, adentrándose en nuevos mundos checos y norteamericanos con un concertino de altura: Mariana Teodorova. Una versión que se sintió arrolladora, con momentos donde los trombones se desmelenaban, las trompas sucedían a unas flautas que emergían mansas y la cuerda parecía que estaba en la Iowa de Dvořák (por primera vez: territorio imaginado). Una sinfonía que sonaba descompensada a ratos y potente a otros. Cosas de la energía de una formación que paso a paso avanza hacia una difícil profesionalización. Carácter e ideas tienen con una directora al frente muy activa y creativa.
