Capítulo 1: Las primeras calles de autohomenaje franquista no esperaron ni un año
VIENE DE: INTRODUCCIÓN
Para estar hablando de hechos históricos, uno de los argumentos a los que se aferran los defensores del franquismo y la alcaldesa Gema Igual, la dictadura no espero absolutamente nada a que esa historia posara.
Tras la entrada de las tropas sublevadas en agosto de 1937, el antiguo Paseo del Alta fue renombrado como General Dávila, en referencia a Fidel Dávila Arrondo, uno de los altos mandos del golpe militar y posterior jefe del Alto Estado Mayor, al frente de las operaciones militares que desembocarían en la invasión de Santander, que entró en la ciudad por esa calle y que no moriría hasta los años 60, es decir, que vio como se le ponía una calle en vida.
A su vez, ese mismo año otra calle pasó a llamarse Héroes del Alcázar (por el Alcázar de Toledo), homenajeando el episodio de la resistencia militar en esa ciudad, convertido en uno de los grandes mitos fundacionales del régimen.
Lo que hoy llamamos Plaza del Ayuntamiento cambió de nombre rápidamente, su nombre anterior era Plaza del Generalísimo, evocando la acomplejada e inexistente categoría militar de la que presumía el dictador. Hace más de una década, su nombre cambio a uno más democrático, sin el trauma de la división o reapertura de las heridas que invoca la alcaldesa y el PP santanderino en general cada vez que les tocan los homenajes al franquismo.
Por supuesto, Plaza de Generalísmo no era su nombre de toda la vida: esa denominación se le asignó en 1937 y sustituyó a la anterior, Plaza Pi y Margall, intelectual y ministro republicano (de la Primera), que tenía desde 1905. Previamente, la zona se conocía con el histórico y nunca recuperado nombre popular de Becedo.
Y eso que la recuperación de nombres populares fue algo que hizo el franquismo –consciente, por tanto, de que eso podía hacerse, pero priorizó la autopropaganda–, ya que sí que recobró algunos nombres clásicos de la ciudad como la Cuesta del Hospital, la Plaza de la Leña, la calle Infantas (cambiada en 1920 a Concepción Arenal), Infantes, Isabel II, María Cristina, San Roque, Santa Lucía, Tantín: todos estos rescates (algunos de calles con décadas de historia con ese nombre que habían sido cambiados, otras ceñidas a los años de la República) son del año 37.
Están los nombres a los vivos, y están los homenajes a los muertos, convertidos en mitos fundacionales que empujaron la moral de las tropas en tiempos de Guerra y que el régimen usó como fuente de legitimidad.
De 1937, el año triunfal en Santander, es el cambio de nombre a Calvo Sotelo –una parte desgajada de una calle más amplia, pero cuyo troceo permitió el bautizo–, el político derechista cuyo asesinato se vendió como pretexto de un golpe de Estado que fue días después de su muerte –difícil creer que la logística militar de la operación pudiera diseñarse en dos días– y que en realidad llevaba fraguándose desde que se proclamó la República.
De ese ‘año cero’ es la plaza José Antonio Primo de Rivera (hoy Pombo, antes Libertad –ojo, incluso antes de la II República– y con el nombre popular de Plazuela o incluso de Botín), con la que se recordaba a la figura del fundador de Falange, que acabaría siendo el partido único del régimen.
Eso mismo, lo de usar un muerto para legitimar un régimen, sucedió de nuevo en 1937 con la Plaza Matías Montero, llamada así por este estudiante falangista asesinado en Madrid.
Esa denominación sustituyó a alguien con tanto arraigo y cariño en la ciudad como José del Río Pick, periodista y poeta santanderino (el de la estatua en la curva de La Magdalena, el ‘botas’), muy relacionado con referentes de la Generación del 27 como Gerardo Diego o José María de Cossío (La Casona de Tudanca) –cántabros o vinculados a Cantabria–, o el torero y escritor Ignacio Sánchez Mejía (a cuya muerte le dedicó Lorca su inmortal Llanto). A día de hoy, sigue sin calle (paradójicamente, sí la tiene en Torrelavega).
La actual Plaza de Italia recibió este nombre en 1938 como homenaje a la Italia fascista, en reconocimiento a su ayuda militar al bando franquista durante la Guerra Civil, que de hecho participaron en la invasión y conquista de Santander, por cuyo Sardinero desfilaron triunfalmente. No hubo preocupaciónantes en la historia de la ciudad por el país de la bota : de hecho, ese espacio tenía otros nombres históricos antes, el popular de la Plaza del Pañuelo, o el del prestigioso científico cántabro Augusto González de Linares. a cuyo trabajo de observación de la naturaleza y el mar en la Estación Marítima le debemos lo que hoy es el Instituto Español de Oceanografía.
De ese año, el 38, es también el nombre de General Mola (una de las primeras en desaparecer, en 2013, de nuevo sin los traumas que se invocan: hoy es Ataúlfo Argenta, el universal compositor cántabro, que incompresiblemente no tenía calle, es decir, había sido borrado de la historia, según la teoría neofranquista que suscribe la regidora).
Con ella se conmemoraba a uno de los arquitectos del golpe de Estado, defensor de la violencia explícita contra rivales ideológicos hasta niveles de sadismo, y defensor también de la represión política. Esa calle fusionó dos vías en una, pero con el bautizo se borró de la historia a dos personas que tenían vinculación con Santander más allá de causar la muerte de santanderinos: Colosía y Calderón, responsables de la construcción del ensanche santanderino y los muelles.
La reescritura y el borrado de la historia de Santander no había hecho más que empezar.
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