Las calles franquistas, una gigantesca operación de propaganda: la dictadura se puso nombres a sí misma en vida
¿Os imagináis que Pedro Sánchez aprobara mañana poner su nombre al Paseo Pereda? ¿O que calles como Pérez Galdós, Marqués de la Hermida o Los Ciruelos pasaran a llamarse Ábalos, Margarita Robles u Oscar Puente? Sonaría no sólo a aberración, sino a delirios de grandeza, a propaganda pura y dura.
El caso es que eso, ponerse nombres a sí misma en vida, es literalmente lo que hizo la dictadura franquista sin que quienes criticarían una cosa no terminen de entender lo otro. Es más, a corregir esa anormalidad propagandística lo llama la alcaldesa de Santander, Gema Igual, en coincidencia con los argumentos de los defensores de la dictadura –olvidando en el camino que es regidora de todos y no sólo de la minoría nostálgica–, «borrar la historia».
Pero el borrado real de la historia lo hizo la dictadura, que sacrificó nombres de calles populares (Paseo del Alta, La Blanca, Becedo, Plazuela de Botín o la Plaza del Pañuelo/Augusto González de Linares) para imponer sus propios nombres, en tiempos de imposible contestación social por la obvia mezcla de gobierno de militares y censura en la prensa.
Difícilmente se puede apelar a la historia pura y dura para defender las calles que en Santander ensalzan el franquismo, con una treintena de nombres que no vemos en otros períodos históricos más largos o importantes.
Pero hay otro argumento que desmiente esa teoría de las calles como meros libros de historia: la propia historia de las calles.
Porque para el franquismo, una dictadura militar que no respetó libertades básicas como la de expresión, manifestación o asociación, y que sobrevivió gracias al control social que le suponía la censura en medios o el dominio moral católico a través de colegios y parroquias, todo lo de las calles fue ni más ni menos que una gigantesca operación de propaganda que se sumaba a todo el control ejercido por otras vías.
Y fue una constante en el Régimen: ya el primer año de la invasión se pusieron nombres a los propios conquistadores (Fidel Dávila, que lideró la operación, o la Plaza de Italia, que se llama así por el ejército de Musolinni que apoyó al de Franco) hasta la propia Plaza del Generalísimo.
El franquismo tuvo una capacidad muy fuerte de convertir sus caídos en mitos, a los que ensalzar (Ruiz de Alda, Carlos Haya…) o de los que apropiarse, como el líder de Falange José Antonio Primo de Rivera o Matías Montero. El incendio de 1941 no sólo sirvió para entregar la ciudad a estas nuevas élites sino para mantener el espíritu de guerra y la mentalidad militar, y la dictadura supo premiar a quienes comandaron el expolio de la reconstrucción (Reguero Sevilla) .
Goteo a goteo, y teniendo en cuenta que la ciudad iba creciendo por la apertura de nuevas calles, se siguió convirtiendo a Santander en una mezcla de mausoleo de caídos y glorificación de militares o figuras del Régimen: Camilo Alonso Vega, que diseñó los campos de concentración, o Pilar Primo de Rivera vieron alzarse calles con su nombre mientras ellos todavía vivían –algo incompatible con el concepto mismo de historia, que necesita tiempo–.
Y así hasta llegar en 1964 a los 25 años de paz, una conmemoración propagandística de la dictadura que se materializó en todo tipo de actos de autoalabanza, y que tuvo su reflejo en decenas de nuevas calles franquistas: nombres de batallas simbólicas (Alto de los Leones, Alcázar de Toledo) o figuras militares (Alféreces Provisionales, la División Azul que combatió con Hitler), sin despreciar nombres que parecen lugares geográficos pero que son nombres de barcos importantes para el franquismo (Baleares, Canarias).
Mientras corrían los años el mundo cambiaba, pero el régimen seguía recordando sus batallas y sus nombres (Columna Sagardía) e integrando según morían a sus referentes (Carrero Blanco). A esas alturas de dictadura, habían producido sus propios referentes más allá de los militares o los políticos, que como mínimo dejan bajo sospecha si fueron sus aportaciones culturales o su lealtad al régimen la que hace que tengan nombres Pancho Cossío o el periodista pronazi Víctor de la Serna.
La secuencia de las fechas de los ‘bautizos’ del callejero propagandístico franquista, cuya fuente es una de las referencias en la historia local, ‘Santander en la historia de sus calles’, de José Simón Cabarga, centra esta serie de EL FARADIO con motivo del 20-N, el 50 aniversario de la muerte del dictador.
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