No da Igual
Comida rápida, pensamiento rápido, procesado, a golpe de Inteligencia Artificial, como diría el reciente príncipe de Asturias Byung-Chul Hang. Donde la superficialidad y la auto-explotación forman parte del menú, parece ser el pan nuestro de cada día. La identidad de una ciudad, de un barrio, de una comunidad se define por los hechos cotidianos de sus vecinos: Por levantarse muchas veces a las tantas de mañana, después de no haber pegado ojo, para sacar tu negocio adelante. Porque tu negocio es tu vida. Consciente de lo que cuesta llegar, consciente de esa fragilidad .Y de repente todo salta por los aires, la identidad se diluye entre los uniformes que ponen a jóvenes asalariados que ven en ese trabajo una salida, pero que se niegan a verse trabajando ahí dentro de 20 años. Y de esa manera la rueda va engullendo, masticando, vomitando, cambiando rostros, marcas e historias como si fueran cromos, haciendo “crawling”, pasando las pantallas del móvil para que la dopamina se active a cada nueva historia que aparece y que ni siquiera veo entera, aunque solo dure unos segundos. El interés reducido al metaverso de lo inmediato, nada prevalece, todo empacha sin llenar, te deja vacío y que pase el siguiente. Un algoritmo virtual cada vez más real.
Las ciudades, pueblos y barrios en los que vivimos son mucho más que el espacio donde se desarrolla nuestra vida cotidiana, tienen una identidad que nosotros contribuimos a crear desde nuestra acción y nuestra mirada. Y a la vez esos mismos lugares acaban formando parte de nosotros, nos dotan de una historia común, no sólo con quienes están, sino con quienes se fueron. Al caminar por los lugares que ellos caminaron es como si las leyes del espacio tiempo se alteraran para reencontrarlos en esos lugares, tropezarnos por sus calles.
Santander es lo que es gracias a esa memoria heredada a través de sus tiendas, de sus mercados y de sus comercios. Si desaparecen desaparece una parte de esa memoria, de esa identidad que hace a esta ciudad (a cada ciudad) única; ni mejor ni peor, pero sí única.
Por eso “No da, Igual”, porque arrebatarle a una ciudad sus comercios es arrebatarle la identidad. Paisajes de una memoria que nos ofrecen las coordenadas donde colocar y dar sentido a nuestro presente. Amalia Signorelli en su libro de Antropología Urbana nos habla de lugares definidos en función de una experiencia compleja: “relaciones con los lugares, como los que experimentan los sujetos, relaciones de los sujetos con los lugares, relaciones entre los sujetos, en los lugares”. Algo así como un sentimiento de identidad fundamentado en el sentimiento de pertenencia que será tanto más fuerte cuando mayor relación exista entre el individuo y el lugar, cuanto mayor sea la implicación del individuo con él. El individuo no se constituye ya en parte del lugar, el lugar es obra del individuo y se reconoce en él. Y eso son precisamente “los comercios de toda la vida” en Santander; espacios, lugares que forman parte de nosotros y nosotros de ellos.
Esa sensación de pertenencia, de la que habla Signorelli, nace del vínculo que construimos con los lugares que frecuentamos, pero también del quién, del cómo y desde donde han sido construidos esos lugares y no sólo del para qué. Cuando Román, el profesor universitario jubilado se encuentra con sus antiguos alumnos en “Los Peñucas” el lector no sólo conoce un lugar de reunión, donde comer, sino que empieza a formar parte de Santander, porque detrás de ese lugar, como muchos otros de esta ciudad, hay una historia, el proyecto de vida de una familia. Ofrece al lector algo mas que un espacio, le ofrece un sentimiento de pertenencia donde sentirse como en casa.
Al profundizar en la novela de Pombo, al nombrar los lugares y asociarlos a sus familias, a las personas que hay detrás de esos proyectos de vida, el autor convierte a Santander en un personaje más, hace de esta ciudad protagonista. Y para que eso ocurra, para dar la oportunidad al lector de sentirse parte de esta ciudad, a quien la habita de reconocerse en ella, a quien la visita de tener un recuerdo único a la hora de recordarla, es imprescindible mirar a contra piel. Cada comercio, cada establecimiento de esta ciudad que aún sigue, no sólo es un lugar donde comprar (y digo comprar, no consumir), sino un espacio que habitar, que conocer, que sentir a través de las personas que hacen de ellos sus proyectos de vida, su forma de ser y estar en la ciudad de la que forman parte.
Conoces sus nombres, sus historias, sus anécdotas, te pueden “fiar” (o tú a ellos), porque son tus vecinos, porque te los tropiezas en Río de la Pila, en la Plaza Porticada o en el Mercado de Puerto Chico, porque quizás tus hijos o sobrinos van con los de ellos a clase o a alguna extraescolar. Si ellos desaparecen, si son “vendidos”, sustituidos, o usados para espacios de “comida rápida”, la ciudad pierde su nombre, pierde su historia, pierde su identidad. Y quienes la habitamos también. Y “ya no será Santander la marinera, será un marca más en un catálogo de empresa”. Por eso “No da Igual”.