QUE ACABE LA FIESTA

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||CHARLES STODDARD|| Don Rafeniello, el inolvidable angelote pelirrojo de Montedidio, relata su éxodo: «Nos encaminamos hacia el sur, bajamos por la larga Italia en medio del mar, tan hermosa que es una lástima que se termine, que no se prolongue más». Cualquiera que haya estado en Italia comparte esta impresión.

Esa infinita belleza enmarca cada secuencia de La gran belleza‘, el monumental fresco alegórico de Paolo Sorrentino que puede verse estos días.

Con una caída comienza uno de los filmes más fascinantes de los últimos años: la cámara, inquieta, muestra un Janículo desierto donde un grupo de turistas atiende respetuosamente las explicaciones de su guía. De pronto uno de ellos se aleja del Fontanone y cae desplomado. Será la primera caída de una larga lista. Aristócratas, periodistas, políticos y actores; todos pueden caer mientras la Roma eterna permanece erguida, majestuosa.

La película funciona como un cómic complejísimo, una miscelánea fascinante de una belleza visual tan hipnótica como estimulante. Las imágenes se suceden en aparente caos, como si reprodujeran el desorden habitual de la ciudad eterna. La ciudad frente al individuo, la belleza inasible contra la corrupción espiritual de una sociedad infectada.

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Una escena de ‘La gran belleza’

Esta sociedad enferma es la misma que nos podemos encontrar en cualquier rincón de Europa. Italia como metáfora de Europa. Mientras veíamos como Berlusconi se aupaba al poder con su retórica populista no eramos capaces de mirar nuestro propio país: utilización política de estructuras públicas con fines privados y desmantelamiento de las instituciones que mejor funcionaban (escuelas, hospitales etc.). Pero como las costumbres hacen leyes comenzamos a ver estas anomalías con normalidad.

Esta mirada cándida supone despejar el camino a todas las corruptelas imaginables, y así el bandido se creía impune, el corrupto era envidiado y el estafador premiado. Berlusconi en Italia se benefició de una izquierda fracturada y silente.

Mientras las conquistas sociales se tambalean, la oposición se entretiene con debates espurios que aseguren la pervivencia de un sistema complaciente y beneficioso.

Entretanto, la prensa calla, convertida desde hace muchos años en un mero agente publicitario de sí misma. Curiosamente la película de Sorrentino está producida por Medusa, la filial cinematográfica del imperio Berlusconi. En España resulta inconcebible que un gigante de la comunicación (sea informativo o editorial), acepte fácilmente una crítica tan feroz como la que plantea ‘La gran belleza’, y es que ya sabemos que la ‘ley mordaza’ planea en el periodismo desde hace décadas.

Este mismo sábado la Universidad anuncia una charla sobre el fufuro del periodismo moderada por un señor que hace siglos dirige una revista desde su particular torre de cristal. Entre los ponentes, un periodista antediluviano. Gep Gambardella también encaja en ese perfil, con una leve diferencia: su aguda mirada le permite saber el papel social que ocupa.

Así que este sábado quizá haga como Nanni Moretti en ‘Abril’: me fume un buen porro y narcotizado, acuda a la Universidad. Si el futuro pasa por lo que cuenten esos ponentes, prefiero vivirlo adormilado.

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