CASAS DE PAPEL

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|| PABLO PÉREZ GÁNDARA || Esta tarde tenemos la última oportunidad de ver en Escena Miriñaque ‘Paredes de papel’, la mejor obra del ciclo ‘La alternativa’ de este año 2013. Y lo es por una perfecta adecuación entre forma y contenido, figura y fondo.

Lesley Telford, coreógrafa e intérprete de ‘Paredes de papel’, camina entre las casitas adosadas que componen la brillante escenografía creada por Yoko Seyama como una Gulliver indecisa, un personaje errante que engloba en su tránsito el de todos los espectadores. Ese juego con los diferentes volúmenes de las casas se proyecta más allá del escenario: la casa individual y la casa comunitaria; la casa dentro de la casa que compone el teatro, como una caja de resonancia que modula infinitas lecturas.

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Una de las casitas de papel.

Cada visión particular de la casa corresponde con una forma diferente, personal e intransferible de ocupar un espacio. Esa interpretación subjetiva afecta también a los espacios públicos: calles, plazas, jardines, teatros… La experiencia determina la visión de cada uno. ‘Paredes de papel’ explora los vínculos entre la casa de papel, y la casa física, la casa personal y la ciudad. Julio Ramón Ribeyro en sus ‘Prosas apátridas’ habla de la casa como el espacio en el que todo «transcurre y se transforma. Lo que seremos está allí, en su configuración y sus objetos. Nada en el mundo abierto y andarín podrá remplazar al espacio cerrado donde algo ocurrió que nos hizo diferentes y que aún perdura y que podemos rescatar cuando recordamos nuestra casa». La visión de la casa está relacionada con la memoria, personal y colectiva, poblada de expectativas y recuerdos.

Más adelante, ese conjunto preciosista que conforma el paisaje urbano de Yoko Seyama entierra literalmente a la intérprete canadiense, con la multiplicidad de lecturas que podemos deducir (el individuo ahogado por la hipoteca, o el derrumbe de las instituciones), lo que no deja de resultar paradójico teniendo en cuenta la visión tradicional que la casa ha merecido. La consideración de la casa como bien inmueble denota la búsqueda de un refugio sólido, una posesión en la que construir la identidad de forma segura.

Gaston Bachelard, cuya escritura inspira la obra según reza el programa de mano, subraya esta visión tradicional en ‘La poética del espacio’: «La casa es nuestro rincón del mundo. Es nuestro primer universo. Es realmente un cosmos. Un cosmos en toda la acepción del término. La casa, como el fuego, como el agua, nos permite evocar fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y el recuerdo. La casa es un cuerpo de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad». En un tiempo en el que las estructuras más simbólicas se tambalean, esas casas de papel metaforizan la zozobra del viejo mundo, como bien supo ver Benedetti: «esta es mi casa detenida en el tiempo / pero a mi casa la azotan los rayos / y un día se va a partir en dos. / Y no sabré dónde guarecerme».

Cuando el talento, la inteligencia y la inquietud se combinan, surgen obras como ‘Paredes de papel’, llamadas a pervivir en el tiempo.

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