Mejor cómodo que bonito

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Llega un momento en la búsqueda de vivienda en que hay que establecer prioridades. Cuando había dinero, sí que se podía elegir una más grande e incluso con unas bonitas vistas a la Bahía.

Ahora mismo, el principal requisito para los que se animan es que esté a cubierto y en una zona segura.

Se trata de supervivencia, en este caso económica, pero no se aleja tanto de la que buscaban los seres humanos de la época del Paleolítico en la Cornisa Cantábrica.

En un momento dado (o sea, hace entre 17.000 y 10.700 años, no hace tanto), tuvieron que tomar una decisión sobre dónde vivir.

Ese proceso lo han reconstruido investigadores del Instituto de Prehistoria de Cantabria, (de la Universidad de Cantabria) en un estudio publicado en el último número del Journal of Anthropological Archaeology.

En él se analiza, mediante programas informáticos de análisis geográfico, la visibilidad de los yacimientos paleolíticos de la mitad oriental de Cantabria y las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa.

Monte Pando 2

Según avanza el Paleolítico, se empieza a bajar de las montañas. Foto del Monte Pando, donde están los yacimientos de El Mirón y El Horno

 

Y lo que sucedió, como explica Alejandro García Moreno, autor principal del estudio, es que los cazadores y recolectores nómadas que habitaban esas tierras cambiaron cuevas y refugios situados a media ladera o en altitud por otros en los fondos de los valles y pies de ladera.

¿Qué por qué lo hicieron? Se trata del debate entre ver o ser vistos, que ahora no es que preocupe mucho, pero en una época más insegura resultaba una de las principales prioridades a la hora de sobrevivir.

Pues bien: los yacimientos más antiguos, es decir, antes de La Decisión, estaban en montes de forma cónica (caso de las cuevas de El Castillo).

Estos emplazamientos destacaban en el paisaje: se podía ver muy bien desde ellos (tenían las bonitas vistas que siempre gusta tener en un piso), pero también resultaban muy visibles.

Pero más adelante, según avanza el Paleolítico, empiezan ya a aparecer yacimientos nuevos, muchos de ellos en cuevas que no estaban habitadas hasta entonces y en lugares de menor altitud. Desde estas cuevas podían ver a mucha menos distancia, pero abarcan un horizonte mayor. Se veía más campo aunque más cerca, pero con la ventaja de ser menos visibles.

En total, los investigadores estudiaron 25 yacimientos arqueológicos del final del Paleolítico Superior –los periodos denominados Magdaleniense y Aziliense– y emplearon un sistema de información geográfica (GIS, por sus siglas en inglés) que combina datos espaciales, como mapas y modelos digitales del terreno, con información alfanumérica.

CAMBIA EL CLIMA, CAMBIAN LAS COSTUMBRES

Este movimiento refleja una consecuencia de los cambios climáticos que se produjeron entonces, y que supusieron transformaciones sociales importantes.

Sin ir más lejos, fue el final de la última glaciación, aparecieron nuevos instrumentos, como los arpones, y hubo cambios sociales, culturales e ideológicos, como la desaparición del arte rupestre.

Los autores del nuevo artículo interpretan que el cambio en las preferencias a la hora de elegir un hábitat podría responder a dos razones paralelas y no excluyentes entre sí.

Por un lado, la caza de grandes manadas, principalmente de ciervas, se hizo menos masiva. “Los humanos fueron adoptando una dieta más diversificada; por eso ya no era tan importante vigilar el territorio y las manadas de animales, sino tener un acceso más directo a una variedad de recursos cercanos”, subraya García Moreno.

Y por otra parte, hay una explicación social: parece que al final del Paleolítico las comunidades humanas se disgregaron, cada vez se desplazaban menos en sus movimientos nómadas y los antiguos contactos a grandes distancias se debilitaron.

Estaba empezando a pasarse de moda lo de ser nómada. Lo que se llevaba era ir haciéndose sedentario y civilizado. Ya quedaba poco para salir de la cueva y ponerse a buscar piso.

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