“¿Es que aquí sois todos primos?”

Tiempo de lectura: 5 min

Cuando mi compañera de piso Sandra, erasmus alemana, fue a pasar un fin de semana a mi pueblo, al volver, tímidamente, acabó preguntando: “¿Es que en San Vicente sois todos primos?”. No todos, está la otra derivada. “¿Ese? Si nos hemos criado juntos!!”

A todos nos ha pasado: llega un compañero de trabajo de fuera, un amigo de vacaciones, y le sorprende lo mucho que nos conocemos todos aquí en Cantabria desde hace años.

Quien más y quien menos ha ido al colegio o al instituto juntos, ha jugado en el mismo equipo o ha sido vecino, compañero, amigo o algo más. Es como si todos fuéramos, de alguna manera, primos, como si hubiéramos vivido todos en el mismo Melrose Place. Hemos llevado al extremo la teoría de los seis grados de separación. Hay cenas en las que descubres que basta con uno.

Así puede resultar muy difícil construir algo nuevo, en una comunidad en la que todos se conocen y todos vienen con su propia maleta cargada de historias, errores y malas relaciones pasadas.

A veces Cantabria es una comunidad de cuñados, sacando la libreta de agravios del pasado, haciendo sonidos de desaprobación con la boca y concluyendo que “eso es imposible”. Cantabria, escepticismo infinito.

Rencillas generacionales

Sin petróleo, pero no tan lejos de Dallas

 

La cosa se complica cuando quienes están en posición de liderar o impulsar nuevas ideas dedican más tiempo a cruzarse reproches por rencillas pasadas. O incluso a bloquearse proyectos entre ellos mismos, que es lo que sucede mucho en ese fuego cruzado que nos rodea en ese pequeño pueblo en el que han decidido vivir nuestras élites, mientras los demás observamos, aburridos, su eterna pelea de Capuletos y Montescos.

Las viejas historias, los viejos modos, las rencillas de siempre… han sumido en un bucle, en el desastre, al Racing, a la Ceoe, a la Caja, a los partidos de siempre, a unos medios de comunicación que parece que ya no necesitan nada, ni noticias ni lectores….

En pleno debate sobre monarquía o república, nos enfrentamos a empresas en los que se cambia el nombre pero no el apellido (ni las formas) y a partidos políticos con procesos de sucesión menos democráticos que el del Rey (cuya abdicación al menos ha pasado por el Parlamento).

Y todo eso ya sabemos a dónde lleva: a pedir ayuda a la Virgen del Mar o a San Mario Draghi para llenar el teleférico y poder cumplir así los objetivos del enésimo plan quinquenal que vendimos, as usual, a la empresa de cabecera.

Es como si, igual que ese compañero de clase que todos sabíamos de sobra cómo iba a acabar, quisieran arrastrarnos en su caída. Ellos pierden votos y nosotros tenemos que perder esperanzas.

La última versión de Dallas llevaba la pelea familiar a su segunda generación, y en Cantabria no hay petróleo, pero sí muchas ganas de tratar de enredar a todos los que intentan hacer algo nuevo en el mismo viejo juego de siempre. Los sospechosos habituales siempre tienen una buena teoría para explicar las relaciones de un mundo que no entienden.

Resulta difícil construir algo nuevo pero hay que intentarlo. Porque ahí están las ideas y el talento. Y el hecho de que nos conozcamos todos no debería ser un obstáculo.

Si las viejas élites lo han convertido en un motivo de guerra, las nuevas élites, las que están por construirse, pueden hacer de ello una ventaja, un elemento diferencial.

Historia de una escalera

El desengaño está al final de la escalera

Porque si todos nos conocemos, si todos somos primos o compañeros de la misma promoción, la clase de 2011, tenemos ya un camino andado y sabemos de lo que somos capaces. Los conocimientos y habilidades que tenemos unos y otros. Y las formas de aplicarlo.

Y gracias a eso tenemos las armas para evitar lo que muchas veces se ha escrito: no todos tenemos por qué reproducir el durísimo final de ‘Historia de una escalera’.

Es lo que hacen, o intentan, cada día, quienes se están animando a montar una empresa, quienes trabajan desde la calle para solucionar sus propios problemas; los militantes que quieren hacer salir a sus partidos de dinámicas que son casi tan históricas como su fundación; o los nuevos partidos que, simplemente, creen que si las normas de siempre no han funcionado, tan poco sería tan horrible tratar de cambiarlas.

Dejar que los nuevos partidos o los militantes con ganas de algo nuevo cayeran en esas agotadoras luchas de poder y pureza de sangre, permitir que en el mundo de la empresa se deje de colaborar para volver sólo a competir perjudicando al de enfrente, o consentir que los nuevos liderazgos en las instituciones en las que sí ha habido cambios se vean atrapadas en los mismos debates… sería un gran fracaso colectivo para esta Cantabria llena de exnovias, compañeros de clase y primos segundos.

Que, francamente, no es lo que necesitamos, mucho menos ahora.

Y eso lo sabemos, precisamente, porque aquí nos conocemos todos…

  • Este espacio es para opinar sobre las noticias y artículos de El Faradio, para comentar, enriquecer y aportar claves para su análisis.
  • No es un espacio para el insulto y la confrontación.
  • El espacio y el tiempo de nuestros lectores son limitados. Respetáis a todos si tratáis de ser concisos y directos.
  • No es el lugar desde donde difundir publicidad ni noticias. Si tienes una historia o rumor que quieras que contrastemos, contacta con el autor de las informaciones por Twitter o envíanos un correo a info@emmedios.com, y nosotros lo verificaremos para poder publicarlo.