Amparo Se Queda: cuando el indie se vuelve masivo

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No resulta fácil organizar un festival de verano, y mucho menos abrirse hueco entre un panorama muy competitivo. Hay que definir muy bien el público al que se quiere llegar, acertar con el estilo y, sobre todo, saber que a los festivales pequeñitos les cuesta más esfuerzo abrirse camino en un mundillo repleto de festivales comerciales con más medios.

Pero a veces sucede que lo que era música más indie, más alternativa, comienza poco a poco a gustar a la gente cansada de las radiofórmulas.

Acampada en defensa de la finca de Amparo frente a su expropiación

Acampada en la finca de Amparo (FOTOS aéreas cedidas por Jonathan Valle)

Y pasa entonces que en la zona de acampada en uno de los espacios todavía sin colonizar de la ciudad te encuentras con unas cien personas. Que no está nada mal, teniendo en cuenta que casi a la vez se celebra el De la Serna Sound.

Porque lo del Amparo Se Queda Music no ha sido la primera expropiación que se produce en Santander (ni será la última, nos avisan desde la Bajada de Polio).

Mucho menos en una zona en la que se lleva más de veinte años viviendo la batalla entre la pervivencia de los vestigios rurales y el crecimiento urbano.

Lo que pasa es que a veces los festivales aciertan con el cartel, tanto con el cabeza como con las bandas acompañantes y el lugar en que se celebran.

La cabeza de cartel, Amparo, de 86 años, ha conseguido captar la sensibilidad ciudadana, por su propia historia, por el empeño de sus nietos, y por el apoyo de unos colectivos organizados que hace unos años no tenían este peso, porque o bien se movían en circuitos alternativos, en salas pequeñas o bien ni siquiera se habían planteado formar su propia banda.

Y en una época de ciudadanos mejor informados, es buen momento para conocer cómo funciona la competencia. Por ejemplo, ahora es público que en un proyecto similar que se hizo a cargo de una de las mismas empresas hubo sobrecostes en las entradas que no estaban justificados, se sabe quiénes son los propietarios de las discográficas, así como su currículum y simpatías políticas, y es más fácil conocer la historia de calificaciones y recalificaciones que han llevado a unos a entrar en las listas de éxitos y a otros a tener que moverse en el circuito alternativo. En la barra huele a garrafón.

Es tiempo en que cuesta más gastar el dinero, así que la gente elige un único festival en todo el verano. Duele más el despilfarro, duele más ver a dónde va (y a dónde no) el dinero, y por eso proyectos como este vial y otros despilfarros en otras zonas son conversaciones frecuentes entre los campistas.

Acampada contra la expropiación de la finca de Amparo en la Vaguada de Las Llamas

Zona de campaña en el Amparo Se Queda Music

 

Porque en los festivales se hacen amigos y se tienen conversaciones con los de la tienda de al lado. La madrugada invita a charlar, a mirar y a reflexionar.

A mirar desde la terraza de Amparo, junto a sus gallinas y patos, al lado del limonero que plantaron y con el perro Lucho intentando jugar contigo.

Desde allí se observa la línea divisoria que es la autovía de la S-20, que suena a copia de la M-30 y que va un poco también de crecimiento de la ciudad.

Al otro lado de esa serpiente oscura se alza la otra ciudad, el nuevo Santander, la ciudad gemela, la ladera de Las Llamas a la que le cogió la crisis de las discográficas que estaban acostumbradas a ir sobre seguro. Los pisos que se iban a vender fijo (de cabeza al número 1, decían) acumulan ahora carteles de ‘Se vende’, algunos prácticamente desde que se terminaron, porque la gente se ha pasado a las descargas o al Spotify.

Todavía hay alguna grúa despistada, pegada a bloques de vivienda de demasiada mala calidad para la zona en que se encuentran y de un dudoso gusto. Todo muy propio de la recta final de los años de la burbuja y de la estética de nuevo rico que sólo tienen las bandas que se hacen famosas rápidamente al abrigo del laboratorio de cualquier multinacional.

La madrugada invita a mirar la Vaguada. Y a reflexionar. Entre cigarro y cigarro, después del concierto, se piensa en muchas cosas: en la criminalización de las protestas, en el fenómeno Podemos, en el papel de los medios de comunicación, y en el “qué se puede hacer”. Temas nuevos sobre los que antes no se componía, porque no eran comerciales. Pero empiezan a serlo. ¿Quién dijo que el indie no podía ser comprometido?

Llega un momento en que no sabes cómo, pero te quedas dormido, escuchando a ratos ese runrún de fondo que irá creciendo mientras oyes demasiado cerca grillos o cigarras (no lo tienes muy claro porque eres, como todos los festivaleros, un poco urbanita) .

Estás en la ciudad, pero estás en el campo: lo sabes porque a la entrada viste mierda de caballo y porque eso que te ha despertado ha sido un gallo. O cientos.

La acampada ha acabado como todos los festivales. Con aplausos del público, contento con cómo han sonado los temas, en especial el “Sí se puede” y el «Amparo se queda», y con petición de bises.

El gran reto es demostrar si el compromiso trasciende más allá de este festival o si aprovechas y ya te dejas puesta la pulsera todo el año.

Ahora queda que llegue una resolución judicial que ordene la expropiación.

Entonces será el momento en que el festival llegue a su siguiente edición, con más bandas, más público, más temas…y más contundencia. No es tiempo de música melódica.

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