Las estaciones del cáncer

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Por los que lucharon, luchan y lucharán. Por las que cayeron y se levantaron. Por los que se fueron y nos dejaron. Por las que dedican su vida a que la enfermedad no sea más que un trámite entre tantos que tiene la vida. Por los que dedican su vida a que cada vez menos tengan que pasar ese trámite. Por aquellos que entienden que la Sanidad es un derecho y no una mercancía, que los enfermos son pacientes y no clientes. Por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.

Escrito desde el conocimiento y el desconocimiento de esta enfermedad pero con la mejor de las intenciones.

LAS ESTACIONES DEL CÁNCER.

Su cabello bronceado meses antes durante la etapa estival comenzaba a ser caduco. El verano le había proporcionado tonalidades más cálidas y brillantes que su castaño natural que daban muestra de la vida sufrida, del sufrimiento vivido.

Con la llegada del otoño terapéutico, su cabeza comenzó a desnudarse, como hojas que se desprenden de los árboles, creando una alfombra sobre la ya existente en el suelo del baño. En su peine, como en el rastrillo del jardinero, se acumulaban los mechones perdidos y los ratos gozados, empañados con las lágrimas inevitables del miedo a lo desconocido. Los días pasaban y el pesar se veía interrumpido en ocasiones por veranillos de San Martín, que le hacían disfrutar del día como si fuera el único. Como si fuera el último.

Con el invierno llegaron el frío y la nieve. El blanco, el gris y el negro. Las fotos y sus recuerdos. La familia y los amigos. Los amigos y la familia. La tristeza y el miedo. Asomó a la puerta la muerte y sin atreverse a entrar la agarró de la manga de su bata forzándola a salir. Ella cayó al suelo. Sus hijos, comenzaron a gritar “ni no ni no ni no” imitando a la ambulancia en camino, ajenos a la verdad que su madre con tanto esfuerzo había intentado ocultarles. Pi, pi, pi, pi, pi. Así acabó el invierno. El sonido de una máquina hablaba por ella pues su boca ahora estaba callada. Sus ojos cerrados. Su fuerza, intacta.

Pi, pi, pi, pi, pi. Así comenzó la primavera. Con el trino de los pájaros tras la ventana de su casa. Y ella, en su terraza, viendo cómo los almendros en flor daban la vida que tiempo atrás su marido pensó que perdía. Él no se atrevió nunca a preguntar. Ella lo sabía. Sabía que el sufrimiento no era sólo suyo. Sabía que en aquella obra de teatro había un reparto coral impresionante, digno de los mejores escenarios. Ella sabía más que el resto. Sabía que saldría de aquella, que quedarían muchas funciones por representar. Sabía que tal vez volverían malas actuaciones pero el aforo siempre estaría lleno. Pues la fama que había conseguido se la había ganado a pulso. Su fuerza, coraje y esperanza. Su vida. Su vida estaba en la primavera.

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