Futuros y pasados

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No sé muy bien lo que pasó en mi familia durante la Guerra. Los abuelos empezaron a morirse antes de que yo pudiera tener curiosidad al respecto. Uno de ellos no luchó, por un tema físico.

Pero en cualquier caso, pronto tuve el convencimiento de que debían haber estado en el bando equivocado, porque mi madre recogió patatas de pequeña y mi padre se echó a la mar siendo adolescente. Porque eran pobres. Como tantos en el país.

Pero está claro que todo eso pasaba mientras los hijos de otra gente, cuyos padres eligieron mejor donde luchar, podían abrir negocios o ir a la universidad, algo que en mi familia y en otras sólo pudo hacer mi generación. Porque la pobreza se hereda y es una cadena difícil de romper, y en muchos casos, aguanta durante décadas.

Una treintena de calles de Santander conservan nombres que ensalzan la dictadura. Pincha en la imagen para verlas

Una treintena de calles de Santander conservan nombres que ensalzan la dictadura. Pincha en la imagen para verlas

En el Ayuntamiento de Madrid acaban de aprobar cumplir con la Ley. Con la de Memoria Histórica, en concreto, que no fue derogada. Lo aclaramos por si algún día hoy alusiones a que democracia es el cumplimiento de la legalidad, porque resulta que esta es una de tantas leyes que las instituciones no cumplen.

En Madrid unas 30 calles dejarán de tener nombres franquistas. En Santander las siguen teniendo unas cuarenta. En Madrid viven 3,1 millones de personas. En Santander 175.000. Uno diría que hay una cierta desproporción, máxime teniendo en cuenta que Madrid era la capital del Estado y eso alguna influencia tuvo que tener. Que alguien me diga que es normal.

Mi ciudad fue la última de todo el país en la que se retiró una estatua ecuestre del dictador. No fue otra, fue esta. Es evidente que algo raro ha pasado aquí con este tema.

Una de las calles que se ha aprobado retirar en Madrid ensalza al General Sagardía, conocido por la represión en 1937 en Santander, ciudad en la que sigue habiendo una calle con el nombre de la conocida como Columna Sagardía, en homenaje a alguien que, directamente, mató santanderinos.  Que alguien me diga que es comprensible.

No gastéis esfuerzos: no encontraréis un ejemplo que equilibre del otro bando. Nosotros estamos hablando de democracia y de ejemplos. Y recordamos: las calles se ponen para ensalzar, por ese motivo no hay calles dedicadas al terrorismo, que, por desgracia, también es parte de nuestra historia. Lo veriáis como una aberración.

El cambio de calles se ha aprobado en Madrid un día después de que Santander haya rechazado, gracias a la colaboración de PP y Ciudadanos (que en Madrid sí ha aprobado la retirada de las calles franquistas), exhumar la fosa común de Ciriego.

Por azares de las competencias municipales, la responsable de defender la postura del PP, con constantes apelaciones a “mirar al futuro”, fue la concejala de Hacienda, Ana González Pescador, tal vez el perfil menos apropiado para hablar de memoria histórica dentro de un equipo de Gobierno en el que hay todo tipo de perfiles y orígenes.

La estatua del dictador en Santander fue la última en retirarse de toda España

La estatua del dictador en Santander fue la última en retirarse de toda España

El suegro de González-Pescador es Amaro Cimadevilla, militar asturiano –para el anecdotario queda que es padre de una niña que murió muy joven y que es beata, es decir, el paso antes de ser santa—, casado con una santanderina, Rosario López-Dóriga.

Cimadevilla fue uno de los fundadores de la Fundación Francisco Franco, creada al año siguiente de su muerte para estudiar la figura del dictador.

Un paseo por su Web permite comprobar que ese estudio (sic) es bastante parcial: no incluye la represión franquista, el exilio, la pobreza y la emigración o la falta de libertades durante la dictadura.

Tanto la Fundación, que ha recibido en el pasado subvenciones de los Presupuestos Generales del Estado, como las calles que homenajean a personas de la dictadura no se caracterizan por mirar precisamente al futuro.

Al contrario: ensalzan un pasado que divide, que agrede, que tiene en su origen violencia, represión y asesinatos.

Y que está en la base de muchas desigualdades que se han ido prolongando en la ciudad, en su diseño, en los barrios en los que residían unos y otros, y en la economía de nuestra Santander.

Por aquí somos muchos los que no necesitamos que los políticos nos digan que miremos al futuro.

En primer lugar porque no les pagamos para que nos den lecciones. Les pagamos para que gestionen nuestro presente. Y en segundo porque ya estamos en ello, trabajando duro para construir nuestro futuro y el de lo que venga.

Y algunos tenemos la suerte de no tener ataduras con ningún pasado, porque no nos beneficiamos de él ni está en nuestro origen. El nuestro es plenamente democrático. De eso, de democracia, simple y llanamente, y sin complejos ni apellidos, va este debate.

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