«Me muero de ganas de volver, pero de momento no puedo»

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Cenas, reencuentros, regalos, alegría, familia… Las fechas navideñas están llenas de celebraciones y motivos para sonreír. Como los que tienen aquellos que han tenido que buscarse la vida fuera y pueden escaparse unos días para ver a sus seres queridos.

Acercarse al Aeropuerto Severiano Ballesteros, antaño Parayas, a la hora en que llega un vuelo desde fuera de España, sirve para presenciar esos reencuentros. Son las 14:30, y el retraso de un vuelvo Iberia de Madrid se ha juntado con el Ryanair que llega de Bruselas a la hora.

Una compañía más tradicional con otra de bajo coste. La gente se mezcla, independientemente de su situación económica y social, o su opinión política. Comienzo a preguntar a los que esperan, buscando encontrar a familiares de aquellos españoles que se marcharon buscando fuera de nuestras fronteras oportunidades que no hay en nuestro país, y que vuelven ahora a casa por las fiestas.

Algunos familiares se agolpan ansiosos a la espera de ver a los que vuelven.

Algunos familiares se agolpan ansiosos a la espera de ver a los que vuelven.

Hablo primero con el padre de Lucía, que viene desde Panamá. Tiene otra hija fuera, pero en Madrid. «Se hace duro tenerlas fuera, pero tienen que hacer su vida. Al menos ambas se fueron con trabajo, no como le está pasando a mucha gente», me dice.

Media hora después, Lucía desembarca, ya cansada por la espera en Madrid y las 16 horas de vuelo que ha tenido. Aun así, no tiene ningún problema en pararse a hablar conmigo cuando llega. Su propio padre viene a buscarme en cuanto la localiza.

Ella ya está más cerca de los 40 que de los 30, y me dice que que se marchó hace años, antes de la crisis, cuando la trasladaron desde su oficina de FCC en Oviedo, para después marchar a Nueva York, a Miami y para acabar en Panamá.

Se nota que no fue la típica que marchó obligada por las circunstancias, y reconoce estar muy a gusto fuera. «¿Piensas en volver?», le pregunto. «En un futuro próximo sí que quiero volver, pero depende de muchas cosas», me responde. «Conozco gente que estaba fuera y está empezando a volver, pero es verdad que la mayoría tiene ganas de volver y están viéndolo muy complicado».

«¿Y cómo veis España desde fuera?», le pregunto, con las elecciones aún frescas en la mente de todos. «Yo creo que se ha votado para que escuchen todas las voces, más que las que había antes que solo eran dos. Pero parece muy complicado que vayan a ponerse de acuerdo», me dice con una sonrisa resignada.

Ella intentó votar este domingo, pero la marea burocrática pudo con ella. «Me salté uno de los trámites, y se pasó la fecha para solicitar el voto. Es muy complicado. A la gente que conozco en Panamá le llegaron los papeles el último o anteúltimo día y, encima, si estás registrado como permanente, tienes que ir físicamente a la embajada», me explica. Asiento con la cabeza, me sé el procedimiento. Lo hemos denunciado antes.

Sigue saliendo gente, hay abrazos, sonrisas, las ruedas de las maletas rasgando el suelo, algún empujón involuntario.

«Intenté votar pero no me llegaron los papeles a tiempo»

A Sandra la pillo casi saliendo por la puerta, acompañada por dos hombres que han venido a recogerla. Viene de Bruselas, lleva dos maletas, un gorro de invierno tapando su pelo castaño y la cara cansada. Aun así, se para a hablar conmigo. Ella trabaja como jurista, contractual no funcionaria, en la Comisión Europea.

«Yo sigo mucho la prensa española, estoy bastante al corriente», me dice. Desde fuera, cuenta que todo se percibe de manera diferente. «Ya sabes, hablan de la izquierda radical por un lado, y desde fuera parece un poco exagerado todo».

«¿Quieres volver a España?», le pregunto a ella también. La respuesta cambia. «¡Me muero de ganas!», exclama abriendo los ojos, «pero de momento no puedo». Otra vez la sonrisa resignada. Parece acompañar continuamente a nuestros emigrados.

Ella tampoco pudo votar, y mira que lo intentó. «Justo me pilló el lock out en Bruselas, cuando hubo el bloqueo de la alerta a nivel 4. Era la última semana para entregar los papeles al Consulado, y se me complicó. Y como tienes muy poco margen para el voto rogado, no pude». La decepción es evidente en su cara.

Guillermo (a la derecha) junto a su familia tras el reencuentro. FOTO: Eva Mora.

Guillermo (a la derecha) junto a su familia tras el reencuentro. FOTO: Eva Mora.

Por último interrumpo una de las imágenes más tiernas. Casi da pena meterse por medio. Es una familia de cinco miembros, los padres y tres hermanos. Se turnan para abrazarse, besarse, decirse cosas. Uno de ellos, Guillermo, acaba de llegar de Bruselas donde está haciendo un Doctorado en neurociencias.

«Ella también acaba de llegar del extranjero», me dice señalando a su hermana. «No, pero que hable él, que se le da mejor», insiste ella riéndose. Y habla bien, eso está claro. La sensación que tiene Guillermo desde fuera de España es que «la situación económica que estamos viendo es lo que había antes, solo que antes era una economía escondida y sumergida».

Sí está contento por la situación política, al contrario de otros con los que he hablado que temen que no sepan ponerse de acuerdo. «Están pasando cosas bastante buenas, bastante democráticas. Empiezan a haber nuevos partidos que se interesan por el poder», me dice.

«Conozco gente que estaba fuera y está empezando a volver, pero es verdad que la mayoría tiene ganas de volver y están viéndolo muy complicado»

Pero lo que más le enorgullece es de la actitud política de las personas de la calle. «Tú hablas con la gente, y cualquier español, da igual de dónde venga, sabe de política, lee, se interesa, discute… Creo que eso es algo muy grande que está ocurriendo en este país», dice con orgullo.

Es otro que no pudo votar. El voto rogado está haciendo estragos, está claro. «Intenté votar pero no me llegaron los papeles a tiempo», me dice. La historia ya se hace conocida.

Es muy pronto para él para plantearse volver. «Es que ahora juego más con la idea de Europa, me siento en casa también allí. Dependería mucho si hay trabajo o de la familia. Ni me lo planteo». Amablemente me dejan hacerles una foto, es de esas imágenes que te gusta conservar.

Poco a poco la terminal de llegadas se vacía y yo me voy, dos horas después de llegar, y tras una buena pelea con la máquina de pago del aparcamiento. En pocos días este aeropuerto volverá a recibir a los mismos que hoy llegaban contentos. Esta vez se irán, puede que más tristes, porque no pueden extender el tiempo en casa y su vida ya está irremediablemente fuera de nuestras fronteras.

Pese a eso, son afortunados. Hay muchos otros que no pueden volver, ni siquiera por estas fechas. Personas como Christian, licenciado en derecho que trabaja en Londres como encargado de una tienda desde hace 3 años y que ya se considera afortunado por poder escaparse el día 30. El trabajo impide que pase la Nochebuena en casa, aunque sí recibirá en Cantabria el año nuevo.

Desde Inglaterra, Christian cuenta que, pese a la creencia popular, a los españoles se nos percibe como gente muy trabajadora y, pese a que saben que la situación está mal, no nos ven económicamente tan como como países como Italia o Grecia.

Tenemos que asumir que la vida de los emigrados ya no tiene lugar en nuestro país. Es el talento que aprovechan otros hasta que aquí espabilemos. Aunque lo más probable es que, si lo hacemos, ya sea demasiado tarde para recuperar a la mayoría de ellos.

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