Nómadas de la tristeza, caminantes sin destino

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||por MARIANO DE MIGUEL, historiador||

Nuevamente, lo que se decía que nunca debía repetirse, como pasó a raíz de la implo-sión yugoslava hace 25 años, retorna a nuestra puerta. En el ayer, eran los bosníacos huyendo de su país, mientras una lucha fratricida acababa con el hermanamiento de los pueblos eslavos del sur (croatas, serbios, bosnio y macedonios).

También huían hacia la “esperanza europea” los albaneses, tras la caída de su régimen hermético y de cerrojo a cal y canto. Poco después llegaron varias crisis en un pequeño proto-estado, como fue Kosovo, hoy una nación fallida, donde la mafia campa a sus anchas.

La llegada de los refugiados sigue sin solución

La llegada de los refugiados sigue sin solución

Por ello, se creo la oficina de atención al refugiado en la Unión Europea. Parecía imposible que la UE renegara aún más de sus valores, principios fundacionales y de sus obligaciones internacionales, pero a raíz del pacto con Turquía el pasado día 7 se muestra que no hay límites en la destrucción de un esquema surgido en la más inmediata postguerra.

Ni los efectos de una crisis económica sistémica, ni el agotamiento de modelos políticos reducidos a la mera gestión sirven para justificar un acuerdo que no servirá para resolver el drama de los refugiados que se agolpan a las puertas de la Unión Europea. Factor que un magnífico autor, ya fallecido, como era Tony Judt, indicó en su obra cuasi póstuma, “Algo va mal”.

Debemos incidir en que está incumpliendo la firma por todos los países miembros de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, la cual indica la nece-sidad de asistir y proteger a toda persona que atraviesa una frontera internacional huyendo de un conflicto violento.

También se puede añadir que hay una falta de voluntad política para poner en pie una verdadera política migratoria común entre los 27 estados miembros y se busca el apoyo de “un tercero” (Turquía), que del mismo modo, aprovecha la coyuntura para sacar el mayor beneficio propio, dado que el gobierno de Ahmed Davutoglu encara 2 frentes (acusaciones de corrupción masivas y el polvorín kurdo en Diyarbakir).

Todo ello, según la ONU, violando el derecho no sólo comunitario, si no tam-bién el internacional, dado que las previsibles “devoluciones en caliente” desde Grecia a Turquía, están declaradas como ilegales. Mención aparte merecen las numerosas redes de tráfico humano que copan todo el mediterráneo, aprovechando el caos latente en Li-bia, Siria e Irak.

Dichas redes criminales llevan tiempo operando en la región de los Bal-canes principalmente Se valen de Internet y las redes sociales para ofrecer sus servicios, amén del contacto directo con los refugiados en alguna de las paradas de su recorrido.

Se vislumbra el 5º año de la guerra civil en Siria y el 13º de la invasión ilegal de Irak. Es-tos 2 países, junto a otros que no se mencionan y que van desde el Congo, hasta Pales-tina, viven ahora mismo la peor crisis humanitaria de todos los tiempos.

Capaz de por desgracia, de superar a las anteriormente citadas de Yugoslavia en la última década del siglo XX. Se pensó que en el caso sirio, quizás debido al fracaso de la “fuerza multina-cional” en Irak, Occidente no actuaría tal cual la operación militar de la OTAN en Libia, o bien como ocurrió con Hosni Mubarak en Egipto.

Las primaveras árabes

Las primaveras árabes

A decir verdad, el verdadero problema en Siria era una corrupción endémica, unida al puño de hierro del clan Assad, junto a la liberalización económica acaecida desde 2002. La misma, causó la quiebra de los pe-queños comerciantes urbanos. Y en el campo, junto a 4 años de sequía impenitente, lle-varon a los empobrecidos campesinos a emigrar a las ciudades, donde un fenómeno si-milar al de las favelas brasileñas, empezó a tomar forma. Para 2010, 2 millones de sirios, vivían bajo un riesgo de pobreza extrema, según la ONU.

Este éxodo y flujo de refugiados, ha dado lugar a un hecho más sangrante (si cabe). No s otro que el ascenso de una xenofobia a extremos de pánico. En un continente que pre-sume de unas bases solidarias cristianas, se ha pasado a un racismo puro y duro.

No sólo eso. Algunos como el otrora definido “demócrata”, el primer ministro de Hungría, Vik-tor Orban, no han dudado en admitir que “No desea refugiados en su país. Vayan a Turquía”.

En Grecia, asimismo, donde el ejecutivo de Alexis Tsipras, admitió en Septiembre pasado -tras revalidar su mandato en las urnas-, que ante la crisis financiera del país he-leno, junto a la llegada masiva de refugiados, poco podía hacer, junto a que necesitaba una inyección de capital europeo, para “reparar” la situación en la isla de Lesbos.

Faltó tiempo para que poco después de pronunciar estas palabras, acudiese en vestimenta militar acompañado de su ministro de defensa, Pannos Kammenos a la frontera entre Turquía y Bulgaria a supervisar los “ejercicios de Panion 2015”.

El día 20 de Marzo se cumplirá un lustro del inicio de las protestas sirias enmarcadas en la “Primavera Árabe”. Hoy, la mitad de habitantes de la ciudad donde empezó el movi-miento civil contra Bashar Al Assad, (Dera’a), son refugiados internos, subyugados en muchos caso por grupos ligados a Al Qaeda o el mal llamado Estado Islámico, o bien re-fugiados más allá de las fronteras del Levante. Si consiguen llegar vivos a Europa, claro está.

La “Cuarta Ola Democratizadora”, como se consideró por expertos a los sucesos ocurridos a inicios de 2011, ha fracasado totalmente, salvo en Túnez -con un estado pre-cario que combate sus propios miedos y fantasmas- Autores desde Jon Lee Anderson, Jonathan Little o Sami Nair han indicado lo que por desgracia lleva tiempo ocurriendo. Occidente tras el deshielo de la Guerra Fría, deseó crear un Nuevo Orden Mundial.

Y lo que finalmente tenemos en nuestra sociedad es el fin de la solidaridad Europea como lo conocemos, junto a un miedo (ficticio) que los movimientos más ultras, usan en beneficio propio.

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