Naturalezas muertas (no a la fractura hidráulica)

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|| Una fábula distópica sobre el Futuro envenenado del Fracking y la pobreza energética ||

Fracking NO

Fracking NO

Hace mucho que ya nada es lo mismo. Abro la ventana y esa nube de polvo gris me impide ver los naranjas, amarillos y rojizos que transitaban por el horizonte de un día a día sin el Tiempo atrapado en un contador. Vivo rodeado de naturalezas muertas.

La luz se ha vuelto artificial; cada pincelada del alba viene acompañada de una descarga eléctrica en la sien. Y despunta un nuevo día a golpe de puntero. Su ruido sordo, contra la tierra, no cesa.

El cemento, sepulturero de la montaña, lo inunda todo. Y más grietas. Grietas en rostros atravesados por la indolencia de un progreso que factura cada segundo como si fuera el último, porque es el último. Grietas en una garganta seca por la fractura  y cansada de tanto gritar silencios. Grietas en cada parte de mi cuerpo.

Y la tos no cesa. Me levanto de la cama con la espalda encorvada por el peso de otra noche sin dormir. Doy una palmada y la habitación se llena de esa luminiscencia programada que no deja espacio para claroscuros. Me muevo entre las sombras de otra ceguera nocturna.

Y la tos no cesa. Se vuelve insoportable, compitiendo con el martilleo de esos malditos punzones. Nos dijeron que sería solo unos días. Que no nos preocupáramos, que nuestra vida daría un giro de 180 grados. Y tenían razón.

Llego a la fregadera empujado por este desvelo inducido. Aprovecho para hacer un poco de café y cruzar, por fin, este umbral del insomnio. Hurgo en el bolsillo de la bata hasta hacerme con el mechero. Lo enciendo. Abro el grifo. Una lengua de fuego me da una dentellada en la cara. Lanzo un grito de dolor que despierta a los niños. Las cortinas arden. Con los ojos cerrados alcanzo a tientas el extintor, colgado en la pared, y lo vacío.

-¿Otra vez papá? Me recrimina su voz entre legañas y sollozos.

-Lo siento hija, vuelve a la cama, aún es pronto. Sin mediar  palabra se da la vuelta y, con los pantalones medio caídos, retoma al camino del sueño. Ellos aún pueden soñar…creo…

Lo olvidé, ya no tenemos agua potable, los acuíferos y manantiales llevan tiempo contaminados y apenas podemos regar las flores muertas de nuestra tierra muerta. El pasto se ha convertido en un amasijo de grava y alquitrán y los pocos animales que hay están atados día y noche a pesebres de titanio. Cojo el bote de pastillas y tomo varias al azar. Estos nervios van a acabar conmigo.

A punto de perder el equilibrio y caer al suelo de la cocina, sin saber si ha sido otro mareo o un nuevo temblor de tierra, vomito. Ahora el martilleo es más fuerte y ya no sé si está fuera o dentro de mi cabeza. Nos avisaron de que se podían producir micro-seísmos. Nadie lee la letra pequeña.

Necesito huir de este “búnker”. Me olvido del café y decido darme una ducha. Salgo aún más sucio y sin poder quitarme este maldito olor a metano. Dolor de cabeza, náuseas y esta tos crónica como sinfonía del miedo.

No hay ancianos en el pueblo. Por no haber, apenas hay personas. Solo quedamos unos pocos  insumisos que no aceptamos ni justiprecios, ni indemnizaciones. Como no éramos muchos no les importó.

Recuerdo el día en que nuestros vecinos se fueron. Con la mirada satisfecha, convencidos de  haber hecho un gran negocio. Atrás quedaban años de sacrificios y luchas. De inviernos demasiado largos, de veranos demasiado secos, de bajadas de precios de la carne y la leche –hasta límites infrahumanos–, de deudas con el banco, de cada vez menos ganas y más necesidad.

Aún no sé por qué sigo aquí. “Nadie regala duros a cuatro pesetas” decía mi abuelo. Quizás sea eso: Montañas de hormigón, amaneceres radiactivos, paisajes de cemento… de grises y carreteras, de humo y chimeneas, de cisternas, productos químicos y camiones de ida y vuelta las 24 horas.

Y personas cansadas con la mirada en el suelo porque ya no queda nada donde mirar. Y esos malditos punzones que abren en canal la Tierra para sacarla hasta el último hálito de vida. Es el combustible del progreso. De su progreso

Y mi cuerpo lleno de grietas. Los pulmones encharcados. Una tela asfáltica me nubla la vista. Cada vez me cuesta más respirar.

Mi pueblo se ha convertido en un parque temático para ciudadanos terminales. Ya no ladran los perros, solo el martilleo. Las plazas vacías, las campanas de la iglesia huecas de tocar “a muerto”. Y el camposanto lleno de lápidas con muertes prematuras. Cáncer. Una palabra apenas conocida y que ahora se nos descuelga por el cielo de la boca como otro ángel caído. Esto es un infierno.

Han identificado más de 360 sustancias químicas con efectos dañinos sobre la salud. Eso me dijo el médico el día que me mostró los resultados de la última analítica: entre ellas, hay sustancias que producen cáncer, tóxicas para la piel, ojos, sistema digestivo, respiratorio, nervioso, etc…

Vivo rodeado de naturalezas muertas. Nadie lee nunca la letra pequeña.

Diagnóstico: Asesinato.

 

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