¿Entiende sus derechos?
“Tiene un evento hoy” me avisa la red social de la cara sin rostro. Espero llegar a tiempo al manifestódromo. Si llegas tarde te lo pierdes todo. Los mejores sitios están cogidos. Las banderas, los himnos, los slogans y los sponsors más originales solo los puedes disfrutar si te pones en las primeras filas…(distopías virtuales)
Vuelve un uno de Mayo a descolgarse por el calendario de las fechas señaladas. Vuelve el día de los derechos y “no hay derecho”. No hay derecho a que una cuarta parte del empleo que se destruye en España venga desde Cantabria. No hay derecho a que España acoja a 400 refugiados cuando en el camping de Noja caben 8.000 personas.
Detrás de estos titulares, derechos más cotidianos son conculcados con la letra pequeña del día a día. Son los nombres, las vidas que hay tras las cifras. Son la nota a pie de página del gran titular. Son las historias de nuestros vecinos. Lo que sucede cuando se cierra la puerta del “hasta luego”.
No hay derecho: La familia de 5 miembros que vive justo debajo de mí, todos ellos en paro, la abuela en tratamiento de quimioterapia, una de sus hijas con esclerosis múltiple, el abuelo saliendo a pescar desde la madrugada a la noche, con un bocadillo en la cesta, por esa necesidad de “hacer algo” para demostrar que aún sirves para algo. El chaval de nueve años se pasa las “horas muertas” dando patadas a un balón pinchado contra la pared del patio. Y No hay derecho. No hay derecho al sonido de una ambulancia esperando al otro lado de las escaleras porque no hay una rampa de acceso para subir con la camilla.
Son solo un ejemplo más de esa realidad negada que nos acompaña día a día, oculta tras la puerta del vecino al que saludamos ocasionalmente por la escalera, en el portal o el ascensor –en mi comunidad no hay ascensor, ni dinero para ponerlo-. El otro día una vecina me comentaba que cada vez es más común el uso privativo de los ascensores. Se ponen, y quien paga tiene derecho a una llave, quien no; pues eso… qué No hay derecho.
No creo que la comunidad de vecinos en la que vivo sea muy diferente a la de la mayoría. Solo hay que mirar un poco más de lo que parece a simple vista. Un poco más allá de esas miradas escondidas tras la mirilla del descansillo para ver pasar una vida que cada vez nos pertenece menos. De esos pasos que salen a escondidas a la cocina económica en busca de la parte del carro de la compra que nunca llega a la nevera. Un poco más allá de esas bolsas de plástico con el logo de un conocido centro comercial tapando el de Cáritas o el de la cruz roja. Visibles o no, quien los lleva tiene la necesidad casi instintiva de taparlos, siempre bajo el estigma del “qué dirán”. Y es que vivimos donde vivimos y el “parecer” ha comprado al “Ser”. A precio de saldo, por cierto. Y no hay derecho.
Es primero de mayo y el ruido de un forcejeo nos despierta sobresaltados. –Feliz día de la madre oigo gritar a mi hijo de tres años. Lo abrazo entre bostezos y calmo su alboroto. Pero el ruido no proviene de sus risas y saltos. Al otro lado de la puerta unas voces. Se llevan a un vecino esposado:
–¿Entiendes tus derechos? Le han leído sus derechos en un cheque al portador: derecho a guardar silencio en calabozos de la voz, derecho a pagar el precio de no tener dinero.
-¿Entiende sus derechos? Derecho a suicidarse por quedarse sin hogar, derecho a ser emigrante sin saber a dónde vas, derecho a las migajas que dejan por «caridad», los buitres con corbata y cuentas en Panamá.
¿Entiende sus derechos? Derecho a tener hambre y quedarte sin comer, derecho a pasar frío y dormirte en tiriteras, derecho a llegar tarde cuando no puedas volver, a llenar esos vacíos que dejaste en la nevera…
¿Entiende sus derechos? derecho a no existir; en su cuenta de riesgos no hay sitio para ti. ¿Entiende sus derechos? derecho a no pensar, derecho a acabar siendo otro número más. Derecho a ser el cero tras una cuenta atrás…
¿Entiende sus derechos? Me preguntas mientras caigo en el vacío y golpeo con mi rostro en el asfalto: -Le detengo porque no tiene permiso para un salto desde lo alto del tejado.
Y así, poco a poco, mientras me dirijo al manifestódromo, voy haciendo un recopilatorio de derechos:
Los derechos de la pareja que no paga la hipoteca, de la familia que se queda sin su hogar, del parado que duerme en las aceras, del inmigrante a quien echan del hospital. Derechos a un lado y otro de la alambrada. Porque no hay derecho si hay vallas donde vayas.
¿Entiende sus derechos? Deténgame, por favor, contesto; porque yo ya no entiendo nada.
Mientras camino esposado no dejo de darle vueltas a una pregunta:
¿Quiénes serían hoy los mártires de Chicago?