Santander, el urbanismo y la transición pendiente

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Las obras del vial

El modelo: viales innecesarios que pasan por encima de los vecinos || Foto: vial de Amparo Pérez

El día de la Constitución fue, una vez, un día de celebración. Nuestros padres nos transmitían la importancia de la fecha que marcaba el paso del fin de la dictadura a la fiesta de la democracia. Así lo recuerdo. Este país se lo creyó una vez. En mi casa nos lo creímos, de pequeños.

38 años después, otro 6 de diciembre, han tenido que sucederse acontecimientos para que en el seno de una familia atea y demócrata como la mía, en los últimos años se celebre igual (de poco) el día de la Constitución que una fiesta religiosa como el día de la Inmaculada, pasado mañana. Festivos ambos, eso es todo.

Efectivamente, la Constitución se ha quedado como una fecha para la celebración de unos pocos creyentes, reunidos en los patios centrales de los parlamentos autonómicos: esos pocos beneficiarios de un sistema que se ha ido deslizando, pervirtiendo, para alejarse del interés general que defiende hacia los determinados intereses de determinadas élites.

Esa minoría beneficiada que exaltará un año más nuestra carta magna y los principios universales que promulga, y que ellas, las autoridades, incumplen sistemáticamente; son fervientes creyentes de un régimen ¿democrático? con el que les ha ido muy bien (y a todos los demás cada vez peor).

No se trata de enredarnos en una discusión histórica sobre si la transición y sus líderes políticos fueron lo más, con especial mérito en un país con un pasado de enfrentamiento civil muy doloroso; o si por el contrario el proceso desde la muerte del dictador hasta la carta magna y las elecciones libres y democráticas no fue sino un procedimiento de blindaje de los poderes fácticos, reconvertidos en adalides de los nuevos tiempos, de los aires de libertad.

Al final, confluiremos en que el texto aprobado no estaba ni tan mal, pero que nos hemos relajado: que no se puede dejar todo a la buena voluntad política y que han fallado los mecanismos de control y la actitud vigilante de los administrados: nosotros, el pueblo, la sociedad civil, nos hemos relajado.

LA TRANSICIÓN PENDIENTE

Por eso se pide, desde hace muchos años, una segunda transición, que los movimientos se concreten en cambios efectivos, sobre todo en la manera de hacer (política, economía, sociedad).

Demandas que vienen impulsadas por varias generaciones que no se sienten representadas por el actual modelo, que ni siquiera votaron el anterior porque ni habían nacido. Que creyeron, porque era el relato que se les hizo llegar, el de la escuela, el de sus propios padres y madres; pero que han dejado de creer, porque se sienten traicionados y sus expectativas están frustradas.

Los hijos y las hijas de la democracia en España, que lo son también de la globalización, ven con dolor la pérdida de soberanía y el alejamiento de las clases dirigentes, que cada vez menos sirven a los ciudadanos; cada vez más al servicio de corporaciones, poderosas en mayor o menor medida, según la escala de la administración.

EL VIEJO MODELO

En España, la ausencia de transición se refleja en el modelo económico: sol y playa.

Seguimos en el mismo modelo que inspiró la salida de la autarquía: turismo y ladrillo, el único modelo que ha generado progreso y riqueza en España, a pesar de la exposición a los ciclos. Es la cultura del pelotazo.

Y en el centro del modelo español se sitúa la ciudad, el lugar de las licencias, donde reside el poder de la luz verde a los grandes proyectos de ladrillo.

La ciudad en el centro de un modelo, en resumen, antidemocrático, al servicio de determinadas élites empresariales y basado en el ladrillo.

SANTANDER, LA TRANSICIÓN URBANÍSTICA PENDIENTE

Es el modelo de crecimiento de Santander, de toda la costa de Cantabria. Es Castro Urdiales convertida en nuestra Marbella del Norte y el Puerto de Laredo en nuestro Aeropuerto de Castellón. Es el Alto del Cuco: son 600 viviendas ilegales con sentencias de derribo que pagaremos entre todos.

Es un Centro de Emprendedores que no había pedido ninguna iniciativa empresarial en Torrelavega, concebido para negocio de una empresa de la construcción y finalmente anulado, con la consiguiente pérdida del dinero de la Unión Europea.

Es otro polígono industrial vacío, en terrenos de valor ecológico en Las Excavadas, cuando los que hay están sin completar. Son más proyectos de hormigonado del territorio, centros logísticos, ampliaciones de puertos con rellenos de la bahía sin justificación suficientemente argumentada ni contrastada en los incrementos de tráfico…

Es el urbanismo, el hilo conductor de todos los conflictos en Cantabria.

Es un modelo de hacer urbanismo que beneficia a unos pocos y que va contra todos los demás. Que deja víctimas, en el Cabildo, en la Vaguada de las Llamas (Amparo Pérez), en Tetuán…

Y que amenaza a más vecinos: en el Pilón, en Prado San Roque, en la costa norte de la ciudad.

Es el urbanismo, por lo tanto, la causa que une a los vecinos en una reivindicación: la de que hay otras formas más democráticas y sostenibles de hacer ciudad y de actuar en el territorio.

Es, sigue siendo, la lucha contra el viejo modelo.

Y es, sigue siendo, la transición pendiente.

El desarrollo de estas historias se publicará en ‘Expulsados. Santander, la transición urbanística pendiente’. Puedes apoyarlo haciéndote mecenas en este enlace.

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