El castillo de naipes

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(Extracto de ‘Expulsados. Santander, la transición urbanística pendiente’, libro sobre las víctimas del urbanismo. Puedes apoyarlo aquí)

Un jefe que tuve un verano, siendo becario en Radio Madrid (Cadena SER) llegó a adaptar un lema de la casa ‘si algo pasa, está la SER’ por “si algo pasa, está Guillem”. Fue un lunes, a la vuelta de un fin de semana en el que ETA había hecho estallar uno de aquellos artefactos explosivos sin consecuencias en su campaña de verano contra el turismo en España. Fue una tarde de sábado en un hotel de Ribadesella, el día del Descenso. Yo había ido con amigos la noche anterior y la noticia me cogió en Arriondas. En la emisora sabían que estaba por allí y terminé cubriendo la información para los boletines y el Hora 25 del fin de semana.

Lo del Cabildo me cogió a los pocos meses de empezar a trabajar en Radio Santander. Tenía 27 años y llevaba tres intentando hacerme un hueco en la profesión. Yo tampoco trabajaba aquel puente de la Constitución pero tenía cierto imán para terminar trabajando en cada suceso.

Aquella tarde de sábado recibí una llamada: “Guille, entérate a ver, pero se ha caído un edifico en el Cabildo y hay personas atrapadas. No te puedo decir más. A la noche hablamos”. No estaba de guardia pero inmediatamente llamé a mi jefe y le hice entender que allí me iba a plantar en cuestión de minutos y que podía contar conmigo.

El Cabildo de Arriba

Calle Alta y el Cabildo de Arriba

Sobre las siete de la tarde de aquel sábado, 8 de diciembre, llegué al Cabildo de Arriba. Era de noche cerrada y había vecinos arremolinados en la confluencia de la calle Alta con la calle Cuesta del Hospital, donde se había derrumbado el número 14. Desde lo alto de esa misma calle había una muy buena perspectiva del operativo de búsqueda de los bomberos.

Entre los vecinos, recuerdo a una mujer morena, de baja estatura y mediana edad. Tenía todos los datos. Aquella mujer se refería al barrio como un “castillo de naipes”. Y recordaba sucesos anteriores semejantes, como el del Palacio del Mueble (que paradójicamente terminaría siendo sede de la consejería de Vivienda del Gobierno de Cantabria) o los desplomes de edificios de las calles Alta, Ruamenor y Garmendia, todas en el Cabildo.

Los cigarrillos no templaban los nervios. El barrio tenía mucha historia y llevaban mucho tiempo advirtiendo a las autoridades. No dejaba de lamentarse por los avisos que habían dado al Ayuntamiento. Los vecinos esperaban otra tragedia en cualquier momento.

Yolanda Fernández era entonces presidenta de la Asociación de Vecinos del Cabildo de Arriba. También fue la portavoz en la Comisión Mixta que creó el Ayuntamiento, con los portavoces de los partidos de la oposición y las tres administraciones con competencias en materia de vivienda. Su pareja ocupó la Oficina de atención a los vecinos del Cabildo de Arriba, en la sede de la asociación vecinal.

Recuerdo que se sabía desde el primer momento los nombres de los tres desaparecidos: Gumersinda Colmenero y su hijo Jesús, y un amigo de la familia, Teodoro Raúl. Por la radio, por aquel momento, hablábamos de tres desaparecidos.

Para las 8 de la mañana del día siguiente ya eran dos muertos y todavía un desaparecido. Más o menos eso es lo que le conté a Angels Barceló en A vivir que son dos días, horas antes de la rueda de prensa que había convocado el flamante alcalde de Santander, Iñigo de la Serna, ante su primera crisis informativa (que sería la más importante) y de la visita que improvisaría el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que tenía acto aquel domingo, 9 de diciembre, en Santander.

LOS AVISOS DE LOS VECINOS

De las primeras conversaciones con los vecinos, a los periodistas nos había llegado que los vecinos habían advertido hasta el último día hábil que las obras del número 12 estaban dañando la estructura del número 14, que se había agrietado de una manera que había alarmado a los inquilinos.

Le pregunté al alcalde en la rueda de prensa – con el tiempo mis jefes dejaron de enviarme a la Casona y hoy es el día en que sigo sin creer en las casualidades- y dio un rodeo en la respuesta: sí dejó como titular que las obras de reforma en el número 12 iban “más allá de la licencia municipal” pero no contestó sobre las advertencias previas de los vecinos.

Posteriormente tuve acceso a un dossier en el que constaba, con fecha 7 de diciembre, viernes, el último aviso de las grietas en su casa, pidiendo la actuación de los servicios municipales. Estaba firmado por Lucía Colmenero, la hija y hermana de dos de las víctimas mortales.

El despliegue informativo siguió en una desconexión para Cantabria, desde las 12 del mediodía, en un especial coordinado por la Jefa de Informativos, María Gutiérrez. Al final del Hora 14, en el resumen de las 3 de la tarde, pudimos confirmar que los bomberos habían localizado al último cadáver. Teodoro Raúl, el amigo argentino de la familia Colmenero.

Como decía Oscar, desde el primer momento se trató de culpabilizar a las víctimas de su propia muerte. El rumor que se extendió y que por la impresión inicial se ha quedado grabado es que las víctimas del derrumbe habían quedado para cenar y ver el partido de fútbol de los sábados en abierto, en casa de Gumersinda (Jugaban en San Mamés el Athletic de Bilbao y el Real Madrid. Ganaron los blancos por 0-1). Y se dijo que habían desoído las recomendaciones de desalojo de su casa y la oferta de realojo en un hostal.

Los familiares de Gumersinda y Jesús lo negaron siempre, pero sus voces apenas tuvieron cabida en los medios de comunicación locales, que sí se hicieron eco del despliegue municipal para realojar a los vecinos del 16 y del 18 ante nuevos riesgos de derrumbe, al tiempo que se iniciaba toda una operativa de varias semanas de inspecciones de viviendas en el barrio. Y un largo e improductivo procedimiento institucional que terminó por tapar la verdadera historia del Cabildo.

En los juzgados, el Ayuntamiento rápidamente se personó como acusación particular, para tener acceso a toda la información. Y luego se retiró, cuando se hubo asegurado de que no habría responsables en la administración. La Justicia fue, para variar, lenta. Y nunca terminó de convencer a las víctimas, que al final tuvieron más ganas de pasar página. El juicio por el derrumbe del Cabildo se zanjó con un acuerdo por el que el constructor evitó pisar la cárcel y el ingeniero acató una inhabilitación de dos años. Esas fueron todas las responsabilidades por tres muertes de vecinos inocentes a 100 metros del despacho del alcalde.

Después de aquello, cada vez que he podido ver un castillo de naipes, me acuerdo de la fragilidad del Cabildo de Arriba, donde cada casa es una carta y si tiembla una peligran todas las demás. Cuando se retira una carta, el castillo se viene abajo. Y eso es lo que pasó el 8 de diciembre de 2016, hoy hace 9 años.

(Extracto de ‘Expulsados. Santander, la transición urbanística pendiente’, libro sobre las víctimas del urbanismo. Puedes apoyarlo aquí)

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