La pobreza energética mata

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La niña encendió un fósforo, ya solo le quedaban dos: Ojala sea suficiente pensaba mientras sentía como la llama respiraba entrecortada cada bocanada de aire que daba. Ojalá sea suficiente pensaba sin dejar de mirar el parpadeo de la llama. Ojalá vuelva la luz y podamos poner un poco la estufa. Acurrucada entre las mantas, con la mirada fija en el cristal de la ventana, casi no reconocía la imagen desenfocada de su rostro. Hace un frío que pela, le decía al cuerpo muerto de su abuela congelado unos pocos metros más allá.

La llama avanzaba hasta quemarle las yemas de los dedos y la niña se resistía a que se apagara sin que su deseo se viera cumplido. Ojalá se despierte la abuela, lleva demasiado rato durmiendo. Me dijo que se acostaba un ratito, que no me preocupara, que la luz volvería pronto y podríamos calentarnos unos minutos junto a la estufa. Me dijo que me contaría un cuento. Aunque yo ya soy muy mayor para los cuentos, ¡ya tengo tres años! este año cumpliré cuatro y me sentarán en la mesa de “los mayores”. Me encanta ir a la escuela, jugar en el patio, el comedor del cole…El comedor del cole…pensaba la niña mientras en su barriga se revolvían los mordiscos del hambre…el comedor del cole…pensaba la niña garabateando sobre el vaho de la ventana las palabras que formaban su nombre. Mira abuela, ya se escribir mi nombre. Mira abuela…, pero la abuela seguía inmóvil, y la cerilla se había quemado contra su piel sin que su primer deseo se viese cumplido.

 

#PobrezaEnergeticaMata

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La niña encendió otro fósforo. Este le costó un poco más que el anterior, estaba humedecido por la helada de la madrugada. Casi no sentía sus pies envueltos en dos pares de calcetines. Le hacía gracia ver lo grandes que le quedaban los calcetines de su abuela. Cuando se los puso por primera vez  no se le ocurrió otra cosa que correr por la habitación con ellos. ¡Mira abuela! Tengo unos pies enormes, soy el gigante Gargantúa del cuento que me contaste. ¡Mira abuela! ¡Mira lo que hago!, no paraba de decir la niña al cuerpo muerto de su abuela. Pero la abuela seguía dormida. No dormía como otras veces. Esta vez no tosía, estaba más quieta. No se movía tanto como las noches que dormían juntas, abrazadas en su cama.

La niña tiritaba cada vez más. Recordaba como su abuela le había dicho que tiritar era algo así como zarandear al frío hasta que se fuera agotado por tanto meneo. Eso la hizo reír, la verdad es que la abuela era muy graciosa. No lo entendía muy bien, pero le hacía gracia como se lo contaba  mientras le hacía cosquillas: ¡Pero eso no es tiritar abuela! ¡Eso son cosquillas! le decía sin poder parar de reír. ¡Pues eso! contestaba la abuela, le hacemos cosquillas al frío para que no aguante más la risa y decida irse. Pero, por más que la niña tiritaba, el frío no se iba. Sus labios tenían un color morado que resaltaba sobre la palidez de su rostro. Sus ojos negros seguían fijos en la ventana. Por fin logró encender la cerilla. Esta vez la llama era más débil, quizás por la humedad, quizás por el frío, quizás por la falta de vida. Sin avisar, una corriente de aire apagó la cerilla cuando aún iba por la mitad. La niña no dejaba de temblar y el segundo deseo tampoco se había cumplido.

Mejor no molestaré a la abuela y que siga durmiendo susurraba la niña, sentada en la mesa, con una vela encendida y sin saber muy bien que hacer. Se había acabado el vaso de leche tal y como la abuela le decía siempre. Pero la barriga seguía mordiendo. Recogió su plato y lo llevó al fregadero tal y como había visto hacer tantas veces a su abuela. Había, incluso, logrado arrastrar la silla para subirse y así poder fregarlo. Así la abuela no necesitará dormir tanto y estará menos cansada se decía la niña intentando llegar al grifo. Pero el agua salió fría, helada. Salió tan fría y con tanta fuerza que la salpicó. La niña no pudo evitar calarse de agua. ¡Abuela, abuela! Ha sido sin querer gritaba entre sollozos. Calada de agua se envolvió en la manta eléctrica sin saber qué hacer. La abuela tiene que estar muy dormida para no contestar pensaba la niña. Al otro lado del espejo la madrugada salpicaba de escarcha y hielo todo lo que encontraba a su paso. El aullido del viento golpeaba las contraventanas y se colaba entre las rendijas. La niña no podía dejar de temblar. El castañeteo de sus dientes quebraba el silencio de una estancia vacía. Inconscientemente la niña no se separaba de la estufa con la esperanza de recoger algo del calor perdido. Poco a poco se fue quedando dormida. Su cuerpo entumecido por el frío dejó de temblar. No le dio tiempo a encender el tercer fósforo. El tercer deseo era que volviera la luz. Y cuando volvió la luz ya era demasiado tarde.

#DaunPasoAdelanteParaQueNolesPisen

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2 Comentarios

  • Lorena Trueba
    25 de enero de 2017

    Excelente aunque triste y actual artículo sobre la pobreza energética; felicidades José Elizondo

    • Jose Elizondo
      Jose
      25 de enero de 2017

      Gracias Lorena, Un fuerte abrazo…

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