Diario sin rumbo

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“La verdad que busco no está en el libro,

sino entre los libros.”

Georges Perec, 53 días.

La colección AmericaLee de la editorial riojana Pepitas de calabaza se ha convertido en un oasis en el estéril mercado editorial español. Y lo es, entre otros motivos, porque su catálogo reúne alguno de los libros más atractivos que se han publicado en lo que llevamos de década. Títulos como Ver, oír y callar, del antropólogo salvadoreño Juan José Martínez D’aubuisson, Viaje al Macondo real, de Alberto Salcedo Ramos o el desgarrador El camino de la bestia, de Flaviano Bianchini, son obras imprescindibles que han sacudido a miles de lectores en todo el mundo por su perfecto equilibrio entre compromiso social y político y una prosa rotunda, desnuda, exacta. En un mundo dominado por un relato liberal que reduce la literatura a mero entretenimiento se agradecen especialmente estos destellos de rebeldía con un claro denominador común: la capacidad de concernir preocupaciones de nuestro tiempo, una oportuna apertura ante la vida a través de códigos que, la mayoría de las veces, desconocemos.

Portada del libro

Portada del libro

Ahora sacan al foco público los diarios que entre 2008 y 2011 Canek Sánchez Guevara publicó en Milenio Semanal bajo el irónico título “Diario sin motocicleta”. En este primer cuaderno, bajo la leyenda ‘Europa’, Canek recorre Francia, Italia, Portugal y España. No se trata de un cuaderno de viaje ortodoxo, ya que carece del afán taquigráfico al que estamos acostumbrados. Viaja sin un programa establecido de antemano, y de ese modo consigna el orden subversivo del paisaje urbano, de la vida que se asoma en una esquina, en un callejón sombrío o en una terraza. Canek no tiene ideas preconcebidas, su mirada es limpia y escribe sin intención moralizante, sin pretender justificar un juicio previo. Es un escritor a contraestilo: ajeno a las trincheras ideológicas de nuestro tiempo no escribe ‘a la contra’ sino que mira y escucha, callejea y disfruta de la cera del tiempo como un auténtico “flâneur”.

Canek heredó de sus ilustres antepasados (ese Guevara del apellido no engaña) una insaciable curiosidad, un apetito voraz por exprimir la vida. Sin embargo no utiliza ese legado como plataforma o escaparate, sino que lo evita (ser el nieto del Che fue sumamente difícil, yo estaba acostumbrado a ser yo, y de pronto comenzó a aparecer gente que me decía cómo comportarme, qué debía hacer y qué no, qué cosas decir y qué otras callar). A lo largo de estas páginas conjura el pasado, tanto personal y familiar como colectivo. Después de todo, como bien explica el propio Canek, no puede entenderse el individuo sin el grupo, ya que la conquista de la individualidad es un logro basado en el apoyo mutuo.

Su experiencia familiar derivó en un rechazo profundo hacia todo fanatismo. Recuerda vivamente el miedo de su madre a que la denunciaran como contrarrevolucionaria por la música que escuchaba, o los consejos que él mismo recibía por parte de la policía: “…en cuanto salía a relucir mi álbum genealógico, simple y llanamente me soltaban, no sin antes recordarme que esas no eran las actitudes que se esperaban de alguien como yo: el nieto del Che no podía frecuentar tales compañías; en otras palabras, que no me juntara con el pueblo, que no me contaminara con ellos.” Su delito, ser joven.

Este divorcio entre lo real y lo simbólico le lleva a un descubrimiento capital: las tiranías son verbales. A raíz de esta experiencia se convierte paulatinamente en un hedonista interesado en cualquier aspecto de la vida, como muestran las vívidas páginas que dedica a las ciudades que recorre o a las personas que le acompañan en su tránsito. Le gusta caminar, considera que recorrer las calles invita a pensar y determina una forma de confrontar la vida: despacito, saboreando cada instante, sin ruido. Y esos apuntes cotidianos atraviesan el tiempo y le permiten reflexionar sobre Obama, Montaigne, el fútbol o la autopista que el capitalismo supone para la aparición del totalitarismo.

Caen los días y Canek recorre Europa sin hacer ruido. Las mejores páginas son las que dedica a Marsella, donde dice sentirse como en casa (Marsella suena a hip-hop, huele a fútbol a sabe a pastís. No niego mi fascinación por esta ciudad de vívida decadencia y abierta al mar. Cada vez que vengo, a pesar del ruido y del movimiento perpetuo, me inunda una cierta calma, como cuando uno vuelve a casa). No es difícil adivinar las causas de este repentino bienestar.

Por la noche Canek escribe y combate el insomnio conectado a internet. Para el lector de 2017 los elogios que dedica a las posibilidades del mundo digital resultan, en el mejor de los casos, cándidos. Si considera la ciudad como punto de encuentro, internet para él es su representación electrónica. No es inocente, conoce y previene contra los monstruos que crea una cultura exhibicionista basada en la videovigilancia. En su vertiente frívola el ejemplo que pone de los falsos becerros que crea este universo dialoga con otro libro de la colección AmericaLee, el imprescindible ensayo de Fernando Lobo “Sentido común, simulación y paranoia”, una joya de apenas 75 páginas. Si Canek cita el famoso video de Paris Hilton el juego de reflejos en que se fija Fernando Lobo es otro vídeo erótico: el de Pamela Anderson. Poco importa, porque el significado es el mismo, y es que la técnica reemplaza realidades. Como advirtiera Debord la acumulación de espectáculos en que se ha convertido la sociedad, lo que era vivido directamente se aparta en una representación.

Ese deambular de Canek resulta contagioso. Los temas que aborda desfilan anárquicos, y cuando te quieres dar cuenta estás trazando asociaciones mentales imposibles. Es imposible tratar de condensar unas páginas tan nutritivas y estimulantes. Su escritora tiene la asombrosa capacidad de invocar a un tipo de una pieza, a una persona con la que nos gustaría compartir una botella de Etxeko sin preocuparnos de  la hora. Lo malo es que habrá que esperar casi un año hasta el próximo encuentro: volumen 2, México y Guatemala.

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