Comunidad de Vecinos

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Hoy hemos realizado una entrevista a una pareja joven con dos niños pequeños y prácticamente sin recursos. El bebé duerme en el capazo de paseo y el niño de un año sobre una madera con unas mantas encima para hacerlo mullido, por lo que necesitan urgentemente una cuna con colchón y ropita de cuna y otro colchón también de cuna para el mayor, además de pañales tallas 2 y 5, toallitas y demás productos de higiene para bebés.”

Muchas veces la mejor cita es esa que nace de la cotidianidad de quien escribe su historia a golpe de cruda realidad. De quien explica de una forma dolorosamente directa la realidad que se esconde tras sus palabras. De no ser por ellas no me habría asomado al precipicio que hay al otro lado del capazo. Al paseo dando vueltas por el parque, apurando los últimos rayos de sol de una tarde que te dice que ya es hora de volver… Y los pasos se vuelven más lentos para retrasar la vuelta, para alargar el día, para evitar la noche, para engañar el hambre. Pero a éste no hay quien lo engañe.

Y el bebé sigue dormido, acurrucado en el capazo, con esa media sonrisa que te da la vida solo de mirarla. Que te regala esa pizca de esperanza para seguir adelante, para intentarlo, otra vez. Para combatir ese mal humor que llevas pegado como segunda piel, como recuerdo de la mala suerte, como cicatriz del porqué yo, porqué a mí. Para apretar los dientes y darle una dentellada a ese maldito hambre que te mastica en crudo, hasta los huesos. Pero el bebé duerme y quizás salgamos de esta, y poco a poco la cosa mejore. Y poco a poco...

 

Vecinos que ayudan a vecinos

Vecinos que ayudan a vecinos

 

Fue buena idea poner esas mantas sobre la madera donde duerme, para hacerlo más mullido,  aunque ya tiene un año y no sabes cuánto más podrá aguantar así. Él camina a tu lado, hoy no le apetece hablar demasiado. Seguramente esté dándole vueltas a lo mismo que tú. Y es que a veces los silencios taladran la boca y atraviesan la voz sin necesidad de pronunciar palabra. Sin daros cuenta coincidís en la mitad de su sonrisa y, al mirarle a los ojos, sientes como su mano aprieta un poco más la tuya. Y seguís caminando. Esa madera ya no va a aguantar mucho más. De momento va tranquilo, aunque le “rutan las tripas” de vez en cuando. Sonríe cuando le haces cosquillas diciéndole que es porque se aburren y quieren jugar con su barriguilla. No sabes si te entiende, porque siempre coincide cuando tiene hambre. Y  tras la risa viene el sollozo. Esa madera ya no va aguantar mucho más. Y ahora eres tú quien aprieta su mano.

Pasáis por delante de una tienda de bebés: Una cuna con colchón, con su ropita de cuna, con su colchón de cuna, con su “nana del ojalá…pero”: Ojalá pudiera comprarla, ojalá está maldita tabla se hiciera astillas. Ojalá no se hiciera todo tan cuesta arriba. Demasiados ojalás, demasiadas nanas de la cebolla, demasiadas lágrimas que no necesitan intermediarios para salir, ni lástima para continuar, ni caridad. Solo justicia, de esa justicia de la que todos hablan pero aquí no llega, te dices mientras aceleras el paso.

Es la Vida pendiente del precio escrito en una etiqueta. Pañales, toallitas y demás productos de higiene tan cerca y a la vez tan lejos. Lo normal se vuelve inalcanzable cuando se interpone una maldita etiqueta y su precio. Cuando se interpone ese maldito pero…no puedo. Mientras, unos entran y otras salen: Cunas, capazos, colchones, sonrisas, pañales, toallitas, y barrigas que no necesitan hacer ruido para que el hambre juegue con ellas. Porque el hambre no es un juego. Y la tarde aprieta su paso y ojalá podáis llegar tiempo a mañana.

Hace unos meses  se hizo viral “La rampa”,  , un artículo  del periodista cántabro Javier Gómez Santander, que recordaba esa cultura vecinal de apoyo mutuo, de una solidaridad entre vecinos que crea comunidad, que construye una ética de la convivencia y las relaciones humanas. Que pone escaleras al vacío, para no caer, para salir, para remontar ese día a día que, a veces, se hace tan cuesta arriba. Un sentimiento de comunidad,  arrebatado por una modernidad deshumanizadora y con piel de cemento (quizás por eso no sienta nada), reivindicado por Jane Jacobs en su obra “Muerte y vida de las grandes ciudades”, en la que apuesta por una gestión humanista de las ciudades cuya columna vertebral sean sus vecinos, sus barrios, sus redes de apoyo. Que hable de personas  y no de números.

Una comunidad que construye día a día, a golpe de latido solidario,  la asociación vecinal “La Fondona” canalizando acciones, desde la base, en apoyo a los que peor lo pasan y  gracias a la colaboración de los vecinos de Astillero y a empresas pequeñas que realizan donaciones de productos o servicios. Una comunidad para hacer añicos tantas maderas, tantos precios y etiquetas, tantas nanas del sinsentido. Una Comunidad de Vecinos, sean de donde sean, vengan de donde vengan, donde para nadie sea demasiado tarde.

Nota: El entrecomillado con el que empieza el artículo es sobre un caso real y esta sacado de la página de Facebook de «La Fondona».

 

 

 

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